Esta mosca sigue perezosa y le
cuesta ponerse a teclear. Pero hay ocasiones que exigen ponerse ante la
pantalla por ser dignas de ser contadas. En esta ocasión se trata de un
descubrimiento demasiado tardío. El cocinero Pepe Toledo lleva desde 2006 lanzando
sus platos al panorama gastronómico zaragozano como los indígenas americanos
lanzaban sus gritos de guerra antes de la batalla. Con propuestas honestas y
contundentes se ha hecho con un hueco de honor entre los fogones locales. Por
un lado se percibe en sus platos la formación clásica en comida tradicional,
pero por otro se aprecia su inconformismo permanente que le lleva a nuevos
caminos que fructifican con éxito hasta llegar a un repertorio renovado en el
que no se pierde la pasión y el respeto por el protagonista, el ingrediente.
Muy comentados han sido en los últimos años sus trabajos con los arroces, con
las setas, la carne de caza y el bacalao skrei. Así que se hacía indispensable
una visita al local de este visontino mañificado.
Con nombre y una dirección tan
cinematográficas ya se intuía que la cofradía del gastromoscardón iba a
disfrutar de un obra maestra, y vaya si así fue. El menú dedicado a la caza del Restaurante Taberna María Morena (sito en la zaragozana y céntrica plaza José
Mª Forqué) reúne todos los ingredientes de una magnum opus, a la manera en la que los artesanos medievales
elaboraban con mimo sus mejores artesanías. La cocina ejecuta un trabajo
técnicamente encomiable, pero es la imaginación de un cocinero superlativo la
que idea un conjunto de platos redondo y coherente con lo que se propone. Los
platos encierran un mensaje en sí, pero también forman parte de un todo que los
ensambla y da sentido. Sin embargo no es precisamente el espíritu metafísico el
que me embrujó en aquella noche de sábado de comienzos de un febrero frío y
húmedo. Los platos que desfilaron ante nosotros me sumieron en un sueño clásico
y pecaminoso.
A mi mente vino un pastor, de
nombre Endimión, que sufrió repetidamente los acosos sensuales de la dura y
severa diosa Diana. Me llegué a identificar con aquel sencillo y humilde
personaje que dormitaba reparadoras siestas bajo los pinos que se encaramaban
ante el Mare Nostrum. Las ovejas pastando aromáticas hierbas, el pastor
recostado sobre un tronco y la diosa besándole suavemente para no despertarle y
soñando con poseer un día ese cuerpo curtido por el trabajo y el sol. Los
bocados que llevaba a mi boca los sentí como los besos divinos, sensuales,
libidinosos, vitales y hermosos. La diosa de la caza me besaba al ritmo de un
menú dedicado a su imperio. Con el resto de los mortales actuaba dura y cruel.
Se cuentan historias como la que sufrió otro pastor, Acteón, que cometió el
error de verla bañándose desnuda junto a sus ninfas y, como castigo, fue
transformado en un venado al que devoraron sus propios canes. Hay que ver cómo
las gastaba la divinidad con el vulgo y, sin embargo, a mí me amaba con todo su
ardor.
Para que el lector comprenda la
causa de este estado de enajenación y catarsis en el que me sumió la cena, daremos
un paseo por todas las propuestas que se nos lanzaron desde la cocina. Por un
precio de 30 euros (IVA incluido) con cuatro platos, postre y bien regado con
un Montelciego Crianza (La Rioja), el menú de la caza, como no podría ser de
otro modo, nos resultó contundente, imaginativo y de un buen gusto poco
habitual. Además nos abrió las puertas a una cocina de la que tanto habíamos
oído hablar, pero que, imperdonablemente, todavía no conocíamos.
El primer lametón de Diana llegó
en forma de Bolitas de faisán y leche de cabra con mojo verde. Comenzar un
largo recorrido a base del ave noble por excelencia es toda una declaración de
intenciones. La propuesta consiste en una bolas de masa rebozadas,
afortunadamente más al modo de croqueta cremosa que de buñuelo esponjoso, que
se presentaban junto a una pequeña pieza de queso de cabra, que acentuaba el
sabor graso e intenso de la leche utilizada en la masa. El comensal toma la
decisión de acompañar el bocado con un mojo verde de factura intachable y de
aroma intenso. La combinación de las bolitas, que de pequeñas sólo tienen el
nombre, con la salsa le otorga al plato el exotismo y la identidad que le
alejan de la típica croqueta de ave de barra de bar de tapeo. Todos los
elementos consiguen arrancarle a la carne del faisán, que si bien es refinada y
elegante no es demasiado sabrosa, toda la intensidad posible. Bocado que abre
el apetito y deja un poso de sustancioso caldo de ave y de semillas de sésamo
en el paladar.
El segundo arrumaco de la diosa
de la caza no dejó de lado el mundo de las aves, pero esta vez en forma de
plato de cuchara, la Vichyssoise templada con perdiz en escabeche no tardó en
aparecer. Se agradeció que el montaje final, el vertido de la crema tibia sobre
el resto de ingredientes, se hiciera en la mesa, pues de este modo, el comensal
puede apreciar las piezas de perdiz y el vergel de brotes tiernos que componen
el plato. Integrar un escabechado en una crema ligera supone asumir muchos
riesgos, y eso es precisamente lo que más nos gustó del asunto. La valentía
resultó un acierto, pues el escabechado se elaboró de manera tan matizada, que
no sólo no arruinó la untuosidad y dulzura que se le pide a la vichyssoise,
sino que le aportó un matiz avinagrado que la elevó de la categoría de “crema
agradable previa a la comida de verdad” a la de plato de enjundia. No vamos a
entrar en el manido debate sobre el origen vasco, francés o estadounidense de
la crema de puerros y patata, pero trabajarla como elemento aglutinante de
otros ingredientes, a los que integra, entibia y suaviza, tiene mucho sentido
dentro del concepto de cocina tradicional puesta al día.
Llegamos al momento de los platos
más contundentes de la noche. Aquí la diosa Diana lanzaba ya sus besos a
diestro y siniestro, dominada por el fuego y la lujuria. Si hay una carne
insustituible en un repertorio de caza, esa es, sin duda, la del jabalí. Lo
habitual es trabajarla en guisos debido a su sabor extremadamente intenso y a
las duras fibras propias de una musculatura fuerte. Aquí la originalidad viene
por partida doble. Por un lado se decide por una presentación un tanto
extravagante. Sobre un guiso caldoso de garbanzos con rebollones se dispone una
brocheta con gruesos pedazos de jabalí intercalados con verduras. De este modo
los auténticos amantes de la carne podemos degustarla sin distracciones,
mientras que los comensales menos preparados pueden integrarla en el guiso
setero marca de la casa. El otro factor sorpresa viene dado por el propio
trabajo de la carne. Aquí se opta por un fuerte sellado previo al cocinado de
la misma. Con ello se logran retener los jugos, que de otro modo se perderían o
se utilizarían para componer un buen caldo. En este plato las esencias se
conservan en el interior de la carne para explotar en cada bocado.
Después de un plato tan
desenfrenado nadie hubiera creído que la diosa Diana todavía tenía ganas de
juerga, pero así fue, le quedaba marcha para un buen rato. He de reconocer que
nos llamó la atención el orden con el que el menú disponía los platos. Servir
ciervo después del contundente jabalí podría tratarse de un error que
desmerecería el último plato. Según la rancia ortodoxia, los platos más
contundentes se suelen colocar al final, para acabar con lo más intenso y no
arruinar sabores más sutiles que pasarían casi inadvertidos. Pero pronto
comprendimos que no se trataba de un error, la cosa estaba diseñada de
maravilla. La carne de ciervo llevaba un trabajo de vinagre previo al guiso. No
se trataba de un escabeche clásico ni siquiera de una maceración como la que llevaba
el jabalí del plato anterior. Aquí se recupera la tradición ancestral de
utilizar el vinagre como elemento higiénico, que aunque en el caso de este
ciervo no era necesario, se aprovechó el matiz que dicha práctica aportaba a la
carne. La técnica la dejaremos como un secreto del cocinero, ya que nunca se
deben de desvelar todos los secretos. Pero lo cierto es que el Milhojas de
ciervo con espuma de patata resultó el plato con la presentación más moderna
del repertorio. Se utilizó la pasta brick para edificar las capas sobre el
plato y la espuma de patata para coronarlo, pero el secreto mejor guardado se
escondía en los cubos de carne de ciervo salseada que componían los diferentes
pisos.
Si durante toda la comida la
diosa besuqueaba con ternura y disimulo al somnoliento pastor, en la hora de
los postres perdió el control divino y la libido se le desató. Nunca le
perdonaré al ilustre cocinero que guardase ese as en la manga a traición. Nada
de sorbetes cítricos para desengrasar, ni rastro de una cuajadita natural para
relajar tensiones. Sabedores de la debilidad humana, desde la cocina nos
marcaron un gol por toda la escuadra. El postre que llegó bajo la denominación
de Rodeles de crema frita y reineta en texturas era de los de aúpa. La fritura
viene caliente y crujiente por fuera, golosa hasta la blasfemia, pero el
acompañamiento de manzana no le fue a la zaga. Se seleccionó la reineta para
trabajarla asada en un helado, en natural a la plancha y en una compota mucho
más acertada que la tartaleta que la contenía (nada puede ser perfecto, que le
vamos a hacer).
La capacidad y elasticidad de los
estómagos ante los buenos yantares se evidenció bien aquella noche, en la que
no retiraron ni una miga de los platos, que en los tiempos que corren es mucho
decir. Así quedamos satisfechos de buena comida y buena compañía, y extenuados
de la lascivia y lujuria de la hermosa diosa de la caza. Y no debimos de
comportarnos muy mal, porque se nos premió por haber completado la ruta de la
caza que María Morena realiza junto a La Encantaria en un bis a bis de lo más
productivo. El trofeo por degustar los dos menús tuvo forma de Gin Tonic de los
modernos, de esos en los que flotan coloridas frutas y exhalan aromas exóticos
y especiados. Nos supo a gloria, incluso para quienes soñamos con el día en el
que el viejo Cubalibre o Roncola retorne
a poner el punto sobre las íes en el mundo coctelero. Ya llegará nuestra hora.
Señoras y señores lectores, un
restaurante para quitarse el sombrero. La visita se hace imprescindible para todo
el público curioso con los temas culinarios. Por nuestra parte esperamos con
ansiedad el inminente menú dedicado al skrei, o bacalao nómada, del que el
cocinero es gran amante y experto. La fama le precede, habrá que ir a probarlo.
Que decir de nuestro visontino, espectacular, agradable, hospitalario y familiar.
ResponderEliminarTe queremos.
grandee pepon
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