Fast food de calidad en Zaragoza |
Hoy la mosca tiene prisa. Revolotea ansiosa porque tiene
hambre y no tiene tiempo. Un fast food de calidad, tarea difícil en esta
ciudad. Hago memoria y ya está. No hay duda. El bar Mostaza es la solución.
Uno se siente un privilegiado por ser capaz de disfrutar del
mismo modo de la alta cocina y de la tabernera. Desde las mesas más estrelladas
del panorama nacional hasta las barras
con más solera y casticismo. Cocina de vanguardia y de tasca. Sólo les pido
calidad y honradez. Pero con la comida rápida tengo unos prejuicios
importantes. La experiencia suele ser soporífera, frustrante y arriesgada. Se
suelen tratar de locales sin personalidad, asépticos y con un diseño bajo el
imperio del mal gusto y de la falta de identidad. Las considero como pocilgas
del mundo moderno, donde podemos ver desfilar los valores más miserables del
hombre moderno: la falta de criterio personal, el borregismo más gregario, la
resignación más dócil y la falta de imaginación más castrante. Me entra la risa
cada vez que me asomo a sus luminosos escaparates para ver los carteles enormes
que anuncian sus especialidades con fotografías falsas de productos falsos. Una
legión de estudiantes explotados y mal pagados a punto de ponerse a ordenar a
gritos a la clientela que desaparezcan de ahí. Ellos saben los secretos de sus
cocinas y son conscientes del crimen que los clientes van a cometer. La legión
de comensales hace siempre largas colas para recibir una bandeja llena de plásticos
envueltos en otros plásticos. Al final aparece la comida, que en nada recuerda
a la de la foto. No huele ni se distinguen los ingredientes, pero el rebaño
espera en fila para recibir el castigo. No, este inmundo insecto tiene prisa,
pero todavía conserva un poco de dignidad. Hay opciones ágiles de tremenda
calidad. El bar Mostaza es uno de ellos. Y por supuesto me refiero al establecimiento de la calle Dato, pues conscientes del éxito de la propuesta, se hayan en proceso de expansión en forma de franquicias. Así que del resto de los Mostaza que empiecen a poblar el mundo no seré yo quien dé fe, pero de esta joya lo hago muy alegremente.
La buena compañía del bocadillo |
Para comenzar se autodefinen como bocadillería, no aparece la palabra bocatería por ningún
lado, y no es decir poco. Mis seis patas se poner a temblar cada vez que
escucho esa palabra. Y es que no se puede pretender que alguien que llame
bocata al insigne bocadillo, emparedado, sándwich o entrepán, lo trabaje con un
mínimo de criterio. Suelen ofrecer panes mediocres ligeramente rellenos por una
pequeña muestra de algún ingrediente original sobre el que se añade una salsa
que disimule la falta de calidad y frescura del resto. Lo que no suele ser
escaso en ellos es el precio, que en Zaragoza suele rondar los seis eurazos,
que con la bebida y un café te echan a la calle con el bolsillo dolorido y el
estómago reclamando su manduca.
Hay que acercarse a la calle Eduardo Dato para ver cómo se
pueden hacer las cosas de otra manera. No sólo por la comida que allí se
dispensa, sino por toda la experiencia que se vive desde el momento en el que
se traspasa sus puertas. Tres momentos son claves a la hora de acudir a este
mítico local: encontrar sitio, hacer el pedido y comer.
Mi favorita, la Holandesa picante |
El tema de pillar un rinconcito es un asunto de vital
importancia. El local es pequeño, pero dispone de tres opciones para el
cliente: mesas con sillas que son la envidia del resto de la clientela,
mostradores de pie junto a la pared o barra pura y dura. Ésta suele ser mi
ubicación tradicional y preferida. Desde ahí se puede observar cómo suda la
camiseta el equipo local. El veterano director de orquesta centraliza en su cabeza
todos los pedidos, que son recibidos por simpáticos y diligentes camareros. Al
fondo se encuentran las planchas y freidoras que se manejan con una soltura
escalofriante. La cocina está separada de la sala, pero desde el mostrador, uno
se puede percatar del jaleo ordenado con el que se trabaja dentro. Cada cual tiene
su estrategia para ubicarse, pero la más común es la de hacerse el tonto. Los
clientes comienzan a caminar a lo largo de la estrecha sala al acecho del más
mínimo movimiento. Parece el juego de las sillas, tonto el último. No hay lugar
para cortesías ni para galanterías. Cuando un hueco queda libre, los
merodeadores saltamos sobre él como almas en pena. Una vez logrado el objetivo,
el resto es tarea fácil.
Ahora llega el momento de pedir. La carta es extensa y los
productos de calidad, pero si se trata de mojarse voy a dar las tres
recomendaciones por las que siempre me termino decidiendo. Es fundamental
acompañar cualquier elección con el tradicional plato de patatas fritas con
mayonesa, que se deben pedir pronto para ir abriendo el apetito.
La Berlinesa a las finas hierbas es una opción bien sibarita |
En segundo lugar, debemos olvidar la operación bikini y
seleccionar cualquiera de las salchichas que se ofertan. Desde el clásico
perrito al estilo norteamericano para los niños y estómagos débiles; pasando
por las más contundentes Frankfurt, Cervela, Bratwurst o Berlinesa a las finas
hierbas; hasta llegar a mi preferida, la Holandesa picante. Todas elaboradas
con carnes de primera y embutidas en tripa natural. Probada una de éstas, jamás
se vuelven a mirar las tristes plastificadas de los supermercados con los
mismos ojos. La clave del bar está en su tratamiento. El mundo salchichero se
divide entre los que las prefieren a la plancha o fritas en la freidora. Cada
estilo tiene sus ventajas e inconvenientes. A la plancha se elevan los aromas
de las especias, pero a mi modo de ver se secan demasiado. Pierden sobre la
plancha los jugos que conservan dentro quedando siempre algo tiesas. La opción
de la fritura pierde valor aromático, pero el interior de la salchicha se
mantiene jugoso y sellado por un exterior crujiente. Es una delicia sentir
explotar la cubierta de tripa frita en la boca. Los líquidos revientan en un
chasquido descomunal. Por ese crujiente bocado vale la pena casi todo. Es obvio
que me encuentro entre los amantes de esta opción. El bar Mostaza también. Las
sumerge, a la vista del comensal, en un mar de aceite caliente unos instantes.
Se puede apreciar al emerger como la tripa de va agrietando mientras la
salchicha se deposita en el pan previamente calentado sobre la plancha.
Mostazas caseras hacen las delicias de los habituales |
Una vez cometido el delito calórico la conciencia
traicionera ya no protesta. Por eso llega el momento de la tercera y última
elección. Desde la misma entrada, el bar va anunciando al cliente su maestría a
la hora de seleccionar los postres. La clientela fiel, sabedora del hecho,
nunca falla en este sentido. No hay visita al Mostaza que termine con total
satisfacción si no termina con alguna de sus tartas de queso. Al limón, con
arándanos o sencilla en su blancura, cualquier elección es correctísima.
Para los más clásicos, la Frankfurt nunca falla |
Tras la elección lega el momento final, el papeo. Y la cosa
no es tan simple como parece, pues es la hora en la que hay que tomar
decisiones. Los bocadillos empiezan a rular por la barra y no vienen solos, ni
mucho menos. Traen como acompañantes unos sugerentes tarros de diferentes
mostazas aromatizadas con varias especias y licores. Es cierto que también
encontramos por doquier botes de kétchup y mostaza tradicional, pero no es la
mejor elección si uno prefiere más selectos pringues. Encajadas en un soporte
de madera aparecen alineadas tres curiosas mostazas. El peligro de tomar el camino
fácil que suelo seguir es grande, porque al no poder decidirme por ninguna en
concreto, opto por embadurnar cada bocado con una diferente. Así debo acompañar
el bocadillo con varias cervezas, para beneficio de La Zaragozana, que
refresquen mi gaznate maltrecho. El otro acompañante de obligada elección es el consabido choucroute. Este se dispone a modo de lecho sobre el pan caliente. El aporte de la col fermentada es fundamental para el resultado final. Además es una posibilidad no muy habitual por estos lares y que no se debe dejar pasar.
Aplican técnicas de marketing tristemente olvidadas |
Comida rápida sabrosa y de calidad: patatas, salchichas y
tarta. Una tragedia para la operación bikini, pero no hay mal calórico que no
se quite con un día a base de borraja, que no es un duro castigo para el
pecador confeso.
Al autor del artículo:
ResponderEliminarEn primer lugar, mi más respetuoso saludo.
Me llamo Angel García, y soy el dueño y gerente del Mostaza. Acabo de leer su artículo, y usted me ha echo emociorarme hasta el punto de hacerme llorar, ( mi esposa puede dar fé) . Al principio de la lectura, me sorprende gratamente su prosa, nada habitual en este tipo de textos, sigo leyendo y vuelve a sorprenderme su capacidad de observación, cuando ud. a priori, solo ha venido a comer, ha notado detalles, de los que no se entera nadie (ni los profesionales) en los que yo me esfuerzo de manera callada y de motu propio, sin cacarearlos pensando ignorantemente que nadie los nota por separado, sino que forman un conjunto que, de forma global les agrada. Pero nó, ahí ha estado ud. para despertarme. La lectura se alarga... me sigue sorprendiendo. Mas, cuando llega a un punto de observación calificable de nostalgico, es cuando no puedo sujetarme, mis ojos se humedecen y balbuceo, ¿pero quién es éste tío?.
Voy a cumplir cincuenta años, casi todos en éste oficio, veintitrés en éste local. Ocasionalmente, recibo piropos, que me hacen seguir en pie, siempre gustan las criticas positivas, las menciones en guias, siempre de gente anónima, que no busca ninguna recompensa. Me gustaría darles las gracias a todos, pero ud. ha conseguido que yo acabe mi carrera, con la sensación de que TODO ha merecido la pena. Reciba, mi más humilde y sincero agradecimiento.
Hace muuuuchos años q no voy al Mostaza, pero quiero decir q eda un lugar muy agradable para mi y comía muy agusto allí. Conozco a Antonio q creo era hermano del dueño del Mostaza y tenía otro negocio similar en Doctor Cerrada del cual yo era cliente asidua los fines de semana y todo era de muy buena calidad.
ResponderEliminarHola, somos dos argentinos músicos que estuvimos un corto pero muy bien recordado tiempo en Zaragoza, el suficiente para siempre recordarla como una de nuestras ciudades más queridas. Nuestros amigos nos llevaron el primer día a comer a Mostaza y hoy después de muchos años su nombre apareció en nuestra charla pre navideña. Hermoso artículo y emocionante respuesta de Ángel García, un saludo a los dos, excelentes escritores y afortunados habitantes de la querida Zaragoza en la quisiéramos estar para pasar por Mostaza hoy mismo.
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