Naranja y verde, la enseña de una buena cocina |
Soy una mosca a la que le gustan
las cosas claras, por eso necesito decir que en el Restaurante Goralai comí de
maravilla. Pese a algunas deficiencias, como en todos los sitios, estamos ante
una de las mejores cocinas de la ciudad. Como soy una mosca que practica el
fundamentalismo gastronómico, siempre que acudo a un comedor lo hago bien
cargadito de prejuicios y alertas. En este caso dudaba de que un restaurante
con principios tan antagónicos pudiese tener un sentido propio y personal. En
sus fogones se guisa una cocina tradicional y moderna a la vez, basada en una
fusión de productos locales aragoneses y vascos, trabajados en unas propuestas
que van desde el precio ajustadísimo del menú del día a los desmedidos precios
de los menús superiores. ¿En qué categoría se encuentra el restaurante?
Excelente ubicación en una zona de tradición gastronómica |
Tras mi primera visita al
establecimiento puedo afirmar que continúo sin respuesta. Mejor debería decir
que la respuesta es, precisamente, la falta de respuesta. La impresión de la
mosca glotona es que el Goralai se define con la indefinición. Y no lo digo con
sentido peyorativo, sino todo lo contrario.
Acudir a este restaurante de la calle Santa Teresa de Jesús viene a
tener el mismo sentido que asistir a la plaza de toros una de las añoradas
tardes de Curro Romero. En una misma visita se puede vivir lo más grande junto
a alguna de las miserias del arte culinario, pero eso sí, con una comida
siempre de factura intachable.
La primera cuestión a desentrañar
versa sobre el tipo de cocina que ahí se guisa. Se anuncia como una mezcla de
creativa y clásica. Como mis años de experiencia comedora me alertan sobre este
peculiar estilo, que creo que sólo existe como mito y como producto de
márketing, prefiero catalogarla desde mis propias impresiones. A la vista de mi
experiencia considero al Goralai como un restaurante que trabaja con honestidad
platos con ingredientes de mercado de mucha calidad. Los puntos fuertes de su
cocina, en los que roza la excelencia, son las salsas y cremas, y todo el
capítulo de postres. El tema de las presentaciones merece una mención especial,
pues se huye de todo planteamiento tradicional buscando la sorpresa, no en la
esencia del plato que siempre se respeta al máximo, sino en su imagen. Si a
esto le queremos llamar fusión tradicional-vanguardista, pues se lo llamamos,
pero sigo pensando que se trata de un cliché muy del gusto popular, pero sin
fundamento.
Impecable servicio de mesa |
El otro punto que me resulta muy
difícil de definir es su calificación según su nivel de precios. Mi experiencia
resultó verdaderamente económica, pues los nueve comensales que acudimos aquel
día, optamos por el menú de 17 euros que
incluía platos de una gama muy alta. Pero por otro lado tenemos propuestas
mucho más elevadas. Tanto que podríamos irnos hasta los cincuenta euros más IVA
del menú degustación. A este embrollo tenemos que sumar una carta de vinos
digna y escueta, pero demasiado cargada de precio. Así en Goralai podemos sumar
facturas tan diversas que irían desde los veinte a más de sesenta euros por
cabeza. Demasiada diferencia, a buen seguro necesaria en tiempos de necesidad
de clientes, pero también puede provocar algún desajuste en el servicio
ofrecido. No tiene sentido gastarse un potosí en una comida de lujo servida
junto a una mesa de menú económico de grupo. El ambiente que se requiere no es
el mismo en cuanto a atención, intimidad, bullicio, ritmo, etc…
Matrícula cum laude al diseño de todos sus rincones |
Por último y antes de darle un
repaso a lo que ahí se guisó un mediodía de finales de junio, debo referirme al
ambiente y aspecto del local. Y éste vuelve a ser un capítulo no exento de
controversia y paradoja a tenor de lo vivido. Los espacios están decorados con
mucha originalidad y riesgo, y cierto buen gusto. La primera impresión es de un
aspecto rupturista, pues predominan el contraste cromático a base de verde y
naranja. De las paredes cuelgan obras destacables, sobre todo, por lo brillante
de su firma. El espacio del comedor, aunque más bien reducido, deja amplitud de
espacio para las mesas, pero no se logra la sensación de intimidad debido a la
mala sonoridad del local. Aunque no se vea abigarrado de clientes es ambiente
es siempre de bullicio. Las voces se superponen hasta el dolor de cabeza, y el
anaranjado eléctrico de paredes y manteles no ayuda a encontrar el reposo
requerido para centrarse en la comida. Luces y sombras también para el
ambiente, como no podía ser de otro modo.
Pero mejor detallar los aspectos
destacables a la vista de los platos porque, en verdad, es lo que más nos
interesa. Como comentaba, optamos por el menú del día de 17 euros que, aunque
casi nunca reproduzco en su integridad, por su originalidad y buena concepción
traigo aquí, en mayúsculas y sin tildes, tal y como aparece en la web del
restaurante:
ENTRANTES
VENTRESCA EN ENSALADA CON TRIGUEROS Y
VINAGRETA DE ROMESCU
ENSALADA DE AVE ESCABECHADA CON PIMIENTOS
ASADOS Y VINAGRETA DE HONGOS
BORRAJAS SALTEADAS CON AJOS Y ALMENDRAS,
HUEVO ESCALFADO Y POLVO DE JAMON
GARBANZOS ESTOFADOS CON BACALAO, PIMIENTO
VERDE Y ALBAHACA
HOJALDRE DE CHAMPIÑON Y JAMON EN SALSA DE
AJO TOSTADO
ARROZ MELOSO CON VERDURITAS Y QUESO
PARMESANO
LASAÑA DE SETAS GAMBAS Y AJOS TIERNOS EN
SALSA DE MARISCO
GAZPACHO DE ZANAHORIA CON SALPICON DE
PULPO
SEGUNDOS
BACALAO CON TOMATE Y REFRITO DE AJOS CON
PIMENTON DE LA VERA
SALMON EN CAMA DE PATATA Y REFRITO DE
MANGO
ATUN CON CREMA DE MARMITACO AL AZAFRAN Y
CEBOLLINO
MERLUZA EN SALSA DE LIMON Y AJOS TIERNOS
SUPL 4€
CODILLO RELLENO DE SETAS Y FRUTOS SECOS
EN SU JUGO
SECRETO DE CERDO CON SALSA DE QUESO DE
CABRA Y CEBOLLA CONFITADA
ROLLITOS DE AVE RELLENOS CON SALSA FOIE
MUSLO DE PATO CONFITADO CON SALTEADO DE
MANZANA A LA SIDRA
ENTRECOT CON SAL EN ESCAMAS Y SU
GUARNICION SUPL 5€
POSTRES
PANCHINETA CON HELADO DE TOFE
FLAN DE CAFÉ AL VAPOR CON HELADO DE
GALLETA CHIQUILIN
TARTA DE QUESO CON SORBETE DE FRUTOS
ROJOS
SORBETE DE PIÑA CON ESPUMA DE COCO
TORRIJA DE NATA CARAMELIZADA CON HELADO
DE LECHE MERENGADA
FLUIDO CALIENTE DE CHOCOLATE NEGRO, SOPA
DE CHOCOLATE BLANCO Y HELADO DE VAINILLA CON NUECES
PAN, AGUA Y VINO
Platos que destacan por la originalidad |
Entrando en harina, el primer entrante en aparecer fue la ensalada de
ave escabechada con pimientos asados y vinagreta de hongos. Se trata de un
plato lleno de sutileza y vistosidad. Cansados de ensaladas aburridas y llenas
de tópicos nos alegró encontrar una con detalles fantásticos. Los elementos se
colocaron en forma de timbal y la vinagreta y la salsa no impregnaba todo, sino
que permite que cada cual la integre y coma a su manera. Los ingredientes eran
excelentes y frescos, destacando la presentación de la cebolla coronando una
torre con mucho sentido escultural.
Platos que destacan por la buena factura |
De haber sabido cómo sería el resultado, el siguiente entrante hubiese
sido mi opción, pero después de tantas malas experiencias, tengo decidido no
pedir nunca un hojaldre más allá de los sitios de confianza. Suelen salir
humedecidos, quebrados, blandos o todo ello a la vez. Pero aquí saben tratarlo
de manera magnífica. Se notaba que estaba recién montado en el plato. Bien
abierto en sus múltiples y mantequillosas capas, y conservando un crujiente
difícil de encontrar hoy en día. No es que se pida que la masa de hojaldre sea
artesana por lo complejísimo de su elaboración, pero sí que se trabaje de
manera tan honesta como ésta. El relleno de champiñón y jamón, y la salsa de
ajo tostado combinaban a la perfección. Muy bien integrados los sabores de
elementos tan sencillos y, a la vez, tan resultones. Se agradece que incluyan
el sabroso y denostado champi, en vez de los habituales hongos insulsos
llegados de la lejana china, que inundan hoy las cartas de nuestros
restaurantes.
Platos que destacan por el sabor intenso |
Como no podía ser de otro modo, yo elegí el arroz meloso y no me
arrepiento, que no es poco decir en la era del arroz pasado en la que vivimos.
Salvo el punto del grano, más parecido al de un arroz seco que meloso, el plato
estaba elaborado con gran maestría. El sabor era muy profundo, y esto tiene
mucho mérito al tratarse solo de verduras. Todos los matices de los
ingredientes de huerta se encerraban en cada grano fruto de una correcta
cocción, y la potencia del queso los acentuaba hasta el punto de agradecerse la
casi total ausencia de sal en el plato. Sólo puedo añadir que de haber logrado
ligar más el arroz, a base de meneo y almidón, hubiese resultado insuperable.
Un nivel altísimo en un menú que se venía arriba.
Platos que destacan por el dominio de los ingredientes |
Uno de mayores aciertos de la comida vino de la propuesta aparentemente
más humilde de todas. Las Borrajas salteadas con ajos y almendras, huevo
escalfado y polvo de jamón superaron todas las dificultades de manera perfecta.
Las patatas están colocadas en la base para recoger todos los demás sabores.
Sobre ellas las borrajas servidas al dente, tersas y conservando todo su color
y aroma. El huevo centraba el plato con un punto de cocción exacto que mantenía
la yema cremosa. Las almendras estaban laminadas y añadían crujiente a un polvo
de jamón profundo y aromático. Todo sencillo, pero tratando a cada elemento
como se debe para sacarle el máximo partido. El aliño con aceite del Bajo
Aragón añadió el toque afrutado que sería la guinda. Plato imprescindible en
cualquier visita al Goralai.
Platos que destacan por los salseados de ensueño |
Por último, dentro del capítulo de entrantes,
pedimos una Lasaña de setas, gambas y ajos tiernos en salsa de marisco. La
sensación no fue tan espectacular como los platos anteriores, no por la
ejecución del plato, que era correcta, sino por la propia idea original. No
escapa a nadie el guiño que nos lanza la cocina con este plato, ya que las
setas, las gambas y los ajos tiernos son los ingredientes estrella de cualquier
revuelto (tuvieron el acierto de no incluir a las indignas gulas). Pero en el
momento en el que el cuerpo espera el huevo cremoso que los enlace, nos
encontramos una buena masa al dente y una salsa de marisco, excelente, pero más
fuera de lugar que un pingüino en un garaje. Se propone un juego de sorpresa en
el que, por la razón que sea, no pudimos o supimos entrar, quedando el plato en
algo agradable, pero muy desintegrado.
Platos que destacan por la calidad del producto |
Llegó el turno de los principales y, abriendo el capítulo, comenzó el
desfile el Secreto de cerdo con salsa de queso de cabra y cebolla confitada. De
nuevo un plato, en principio, sencillo, pero que con una buena mano se eleva
por encima de lo que promete. La carne estaba muy crujiente en su exterior y
conservaba sus jugos internos. Ya sé que es así como debe prepararse, pero es
que son tantas decepciones a la espalda, que verlo hecho con tanto acierto casi
me emociona. La salsa de queso y la cebolla confitada son dos recursos
habituales en cualquier acompañamiento de carne que aquí aparecen separadas.
Eso es bueno porque significa que no es un plato mentiroso, de esos que
enmascara una mala carne para hacerla digerible. La afición gastronómica
destacó, y casi ovacionó, la salsa de queso, pues resultó suficientemente sutil
para acompañar la carne sin machacarla, pero con un nivel de intensidad que permitía
apreciar el lácteo sin esfuerzo. La proporción de ingredientes está muy bien
estudiada.
Platos que destacan por el equilibrio |
El nivel de la cocina no disminuye en el siguiente plato principal. El
Codillo relleno de setas y frutos secos en su jugo es atacado desde el riesgo
con mucho éxito. Quizá la presencia de aspectos repetidos en varios platos sea
el único pero que se puede poner a esta propuesta. De nuevo la forma de timbal,
las setas y los frutos secos. Apreciamos estas repeticiones como marca de la
casa, pero es cierto que puede generar cierta sensación de monotonía. El
codillo aparece deshuesado en forma cilíndrica y relleno a modo de farsa por el
resto de ingredientes. La carne se muestra a simple vista sonrosada y jugosa,
aspecto éste que se acentúa gracias al salseado generoso. El ajilimójili le
otorga un toque aragonés curioso y afortunado.
Platos que destacan por la sutileza y suavidad |
Dejando por un momento los cuadrúpedos invitamos a la mesa al mundo de
la pluma de la mano de unos Rollitos de ave rellenos con salsa de foie. Poco
podría comentar de esta elaboración que no fuese la suavidad y amabilidad que
se desprendía a raudales. Una carne tan blanca como sosa es la mejor opción
para empapar sabores más agradecidos. Así resultó, pues en el interior de tres
pequeños cilindros se encerró la esencia de la única parte con validez
gastronómica de cualquier bicho volador, el hígado. De nuevo una salsa de
campeonato inundó dando unidad y personalidad al plato, y haciendo necesario
volver a rellenar el platillo de pan para untar con gusto.
Llega el turno de los pescados, y con él, el Bacalao con tomate y
refrito de ajos con pimentón de la Vera. No hay un restaurante que tenga
reminiscencias vascas que no clave el bacalao, y Goralai no es una excepción.
El generoso lomo aparece jugoso pero no crudo. Resiste de maravilla la prueba
del laminado y la piel mantiene toda la gelatina exigible. Además viene en
compañía de sus dos grandes amigos, el tomate y el ajo, integrados en una salsa
de aúpa. Espesa y sin demasiado tamizado demanda pan como un hambriento. Plato
impecable al que se le rindieron los honores merecidos.
Platos que destacan por la imaginación |
El siguiente pescado es harina de otro costal a causa de un error técnico elemental. El Atún con crema
de marmitaco al azafrán y cebollino estaba definitivamente pasado. Dos buenas
piezas de atún fueron condenadas a la tortura más inquisitorial por una plancha
implacable. La carne quedó seca y fibrosa y desmereció los valores del resto de
los elementos. La crema tenía recuerdos de guisos de caldero a la lumbre, y las
patatas rememoraban al mejor de los marmitacos, pero fueron aciertos
infructuosos por el tratamiento incorrecto del pescado.
Platos que destacan porque sí |
Vaya alegría se extendió por la mesa al observar en la carta la
presencia de uno de nuestros postres vascos favoritos. Junto al queso de oveja
con membrillo y nueces, y a la cuajada endulzada con buena miel, la panchineta
es mi opción favorita en los restaurantes norteños. En Goralai es un clásico y
se presenta en forma triangular. La masa de hojaldre, que se presenta crujiente
y fina está rellena de crema bien trabada a base de leche, huevo, harina y
azúcar. Todo ello está envuelto con una contundente cobertura de almendras
tostadas y laminadas. La originalidad de esta panchineta está en la sustitución
de la lluvia de polvo de azúcar tradicional por una pequeña cama fundida de
chocolate blanco y caramelo. El pastel se sirvió templado, comme il faut, y como contrapunto se acompañó de un helado de tofe,
que desafortunadamente tardó en salir de la cocina, por lo que llegó
prácticamente derretido como se aprecia en la imagen. Una pena, pues iba para
postre del año en la estricta categoría mosca.
Platos que destacan por su integridad |
Por último, los menos golosos o más saciados apostaron por el Sorbete
de piña con espuma de coco. Se trata de un postre mucho más corriente que el
anterior, pero la concurrencia quedó tan satisfecha por el toque ácido del
sorbete, como por lo laminero de la espuma de coco. El juego de la doble
textura fue acertado y resultón. La mayor parte de los comensales optó por este
plato dulce y no se arrepintió.
Detalle de los cubitos integrados en el café |
Dejo para el final el comentario sobre un tema que me trae de cabeza
desde entonces. Se trata, sin ningún género de dudas, de uno de los grandes
restaurantes de la ciudad. Tiene sus luces y sombras como todos, pero la
valoración general será sin duda muy positiva, y siempre con la sensación de un
trabajo de cocina impecable. Pero quisiera confesar que hay unos errores que no
se perdonan con la misma indulgencia que otros. Uno puede tener un mal día, un ingrediente
que cojea, o sencillamente cometer un error puntual. Eso no refleja otra cosa
que el hecho de que somos humanos. Hasta en mis mejores rinconcitos he sufrido
algún descalabro, y no quiero imaginar los que habré causado yo como cliente.
No pasa nada, y a quien le moleste, que no salga de casa o se vaya de eremita,
pero hay asuntos que rozan la ignominia. Un caso de estos lo encontramos aquel
día en la actitud y la labor de uno de los camareros, que arruinó el trabajo
del resto del personal de sala y casi lo hace con una cocina de nivel
extraordinario. Nos tomo nota entre chasquidos y en un estado de crispación que
nos dejo perplejos. Debía de tener prisa, y nos la transmitió a base de
presionarnos para que eligiésemos los platos con disciplina marcial. La
afabilidad del grupo evitó ya aquí un problema serio, porque conozco en otros
círculos personas que no se hubiesen dejado tratar así por nadie. Las prisas
volvieron a repetirse en la sobremesa. Pedimos para brindar una buena (y cara)
botella de Brut Barroco y desde el mismo descorche, el camarero inició un
continuo paseíllo por nuestro entorno que acompañaba con una alternancia de
chasquidos y bufidos. La situación hubiese sido tensa si no nos lo hubiésemos
tomado a risa. Lógicamente, a cada gesto de impaciencia, respondimos con un
brindis hasta apurar la copa de cava que pensábamos pagar, y que no dudaron en
servirnos. Pero el enfrentamiento total, de nuevo con el mismo empleado, había
ocurrido antes al hilo de una puñetera copa de cerveza. Todavía no sé si el
cliente (mi compañero de mesa) fue el que no entendió que la única cerveza que
tenían era la Ambar 1900, o si el camarero se explico mal a la hora de decirlo.
El caso es que me importa un carajo de dónde viniese el malentendido. Lo que en otro lugar hubiese
terminado con unas risas, y más en un ambiente de fiesta como era aquel, casi
termina como el rosario de la aurora. Uno tiene su historial detrás de la barra
de un bar, y sabe que el cliente no siempre tiene la razón. Incluso me
considero extremista en la creencia de que antes de dejarse avasallar por un
cliente tirano hay que plantarle cara, y si es preciso partírsela si se pone en
juego la dignidad de un trabajador, pero nada de eso fue lo que ocurrió ahí.
Lejos de amainar el temporal, fue el camarero quien se empeñó en aumentar la
tensión degradando al cliente, al que le espetó, voz en grito, que tenía
dificultades para comprender. Tras el incidente, mi compañero se avinagró y ya
no remontó en toda la comida. Muy bien, señor camarero, un trabajo excelente,
ha traicionado el buen trabajo del resto de personal y amargado una sensacional
comida a un cliente.
181,10 euros por nueve menús y algún capricho |
No seré yo quien multiplique la injusticia a base de venganza
mediática. Volveré si tengo ocasión, de hecho ya he recomendado a mis círculos
cercanos la visita al restaurante. Pero me da rabia que, cuando pienso en el
Goralai, en vez de recrear la intensidad de mi arroz de verduras, el misterio
de mi crema de marmitaco o la interpretación de una panchineta única, aparezca
en mi memoria el gesto malcarado de quien un día no se comportó como un buen
profesional.
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