La mosca advierte que la entrada de hoy no iba a estar
dedicada a este restaurante, pero circunstancias venidas del infortunio así lo
decidieron. Inicialmente mi propósito era dirigirme junto a un grupo numeroso
de personas a lab Taberna San Isidro, que es el restaurante ubicado en el Club de Tiro de Villanueva de Gállego. Para la ocasión reservamos con bastante
antelación, pues pretendíamos hincharnos de comer ternasco a la brasa. La
ocasión lo requería y hacía necesario un lugar donde poder comer al aire libre,
lejos de estrecheces e incomodidades claustrofóbicas. Oímos hablar del lugar, y
para ahí que fuimos. Y vaya error cometimos, éste fue de los antológicos. Nada
menos que cuatro vehículos salimos de Zaragoza con ánimo jotero y festero, nos
desviamos en la salida 515 (Villanueva Norte) para dirigirnos a la Carretera
Cruz y Viñas, que nos enfila directamente hasta el Club de Tiro. El parquin
estaba totalmente vacío, pero al ser un martes lluvioso creímos ingenuamente
que sería normal. La sorpresa saltó al darnos de bruces con una puerta cerrada
a cal y canto donde advertía a los incautos clientes que el local estaba
cerrado por una avería del generador. No hubo llamada de aviso ni nadie que
supiese darnos razón del asunto. Estaba cerrado sin más, y hoy es algo que
sinceramente agradezco por dos motivos. El primero, y más importante, es que
vista la seriedad del restaurante nada se podría esperar sobre la calidad de su
comida y servicio. Muy bien les debe de ir el negocio para despreciar de este
modo a los clientes. Por mi parte creo que, ojalá dentro de unos cuantos
lustros, moriré tranquilo sin conocer las bondades de este garito. Como el
escolástico Santo Tomás, a mí de éstas, una y no más.
Instalaciones de La Taberna San Isidro. Nunca mais |
La segunda razón por la cual agradezco el desplante y la
espantada es porque así pude conocer un rinconcito nuevo en mi agenda. Uno de
esos plagados de trabajadores y transportistas de paso donde sirven un menú
digno de comida tradicional. Muy mejorable en algunos aspectos, pero de una
honradez y trato envidiables vistos los atropellos a los que estamos
acostumbrados hoy en día. Se trata del Restaurante El Bodegón y se encuentra en
el kilómetro 12,4 de la Carretera de Huesca en la misma localidad de Villanueva
de Gállego. La referencia la da una gasolinera de REPSOL en un entorno
poligonero, tan del agrado de la mosca glotona.
Presencia en la mesa |
Ya comencé a sentirme reconfortado con el recibimiento que
nos hicieron al gran grupo. Todo fueron sonrisas y buena predisposición. Lejos
de esa actitud de cansancio y caras torcidas con las que te reciben hoy en
tantos lugares, aquí se nota que están preparados para recibir clientes y se
alegran con cada uno que cruza sus puertas. Así ha de ser y no que parezca que
están perdonando la vida a cada cliente que dan de comer. Pero las buenas
vibraciones aumentaron al acomodarnos junto a un luminoso ventanal y llenarnos
la espaciosa mesa de cestillos de buen pan mientras ojeábamos los distintos
menús.
Decente pero excesivamente frío |
La cosa se resumía en dos tipos de propuesta. Un menú de
diez euros y otro con ingredientes algo mejores por dieciocho. Elegimos
mezclados según las preferencias de cada uno. El primero contenía platos más
caseros y tradicionales, mientras que en el otro aparecían guiños a una cocina
de sentido algo más moderno. El vino que se nos sirvió para todos fue el del
menú superior, lo que es algo muy de agradecer y un gesto de confianza por
parte del restaurante. Se trataba de un Nuviana del Cinca excesivamente frío,
muy al gusto del mundo rural. La otra diferencia que no nos agradó tanto fue el
uso de vajillas, cristalería y cubiertos según el precio elegido. Una
contrariedad, comprensible pero ciertamente incómoda.
Cestillos de buen pan |
Los platos que voy a exponer a continuación pertenecen a los
dos menús, y el lector podrá diferenciarlos, no tanto por su calidad, como por
el nivel de la vajilla en la que se presentan. Todos y cada uno de ellos
merecieron halagos por parte de los comensales y si las descripciones resultan
críticas en demasía, el único culpable es el esnobismo en el que esta mosca ha
caído en los últimos tiempos, y no se puede arrancar por mucho que lo intente.
Alubias blancas estofadas con arroz y tocino ibérico |
El primer plato en aparecer ya supone toda una declaración
de intenciones, nada menos que unas alubias blancas estofadas con arroz y
tocino ibérico. He de reconocer, que llamar alubias a las judías blancas ya es
algo que me sube la bilirrubina. Y es que uno siempre ha tenido una vocación
castiza, pero nunca se ha atrevido a salir del armario. Alubia, que término más
hermoso. Cuando se buscan las palabras con mejor sonoridad y más evocadoras
siempre se recurre a las mismas, que si margarita, que si luna, que si amor. A
mí no me ocurre eso. Desde pequeño siempre me han encandilado las palabras
alubia y butifarra por su poder embriagador. Y es que el plato en cuestión no
puede dejar indiferente a nadie. Legumbres y cereales cocidos lentamente y bien
engrasados a base de buen tocino. Un plato contundente e invernal venido de
otros tiempos para deleitarnos. El detalle de las guindillas es lo que faltaba
para lanzarnos a un viaje en el tiempo hacia generaciones pasadas, y
tristemente olvidadas por la frágil y moderna memoria.
Crema de puerros con trigueros, Philadelphia y picatostes |
Otra de las propuestas del menú low cost era la crema de
puerros con trigueros, Philadelphia y picatostes. Todos los elementos, excepto
los picatostes se presentaron integrados en una crema fina, y es de agradecer
que el pan frito no estuviese flotando en la crema, pues se hubiese
reblandecido y empapado, perdiendo así su crujiente. El plato resultó sutil,
pero quizá demasiado suave por la abundancia del queso crema frente a las
verduras. Se sirvió en un recipiente gracioso con reminiscencias de vajillas
decimonónicas.
Ensalada ilustrada con atún |
Poco que tiene que comentar el siguiente entrante, al
tratarse de una ensalada ilustrada con atún. Tomate, lechuga, cebolla, huevo duro,
frutos secos, zanahoria rallada, maíz cocido, pimientos en crudo y atún
conformaron una decente ensalada a la que se hubiese agradecido la ausencia de
la dichosa reducción de vinagre balsámico de Módena, pero la voz del pueblo
manda, y en todos los restaurantes se están sustituyendo toda la gama de buenos
vinagres tradicionales por este elemento tan dulce como plano.
Risotto de ibéricos |
Tras una serie de platos más que decentes llegó el primer
pinchazo. El risotto de ibéricos contenía en su elaboración tantos errores técnicos
elementales que es difícil acordarse de todos. Para comenzar, el plato se
sirvió frío, justo en el desagradable momento en el que se le forma al arroz
una película exterior que termina de apelmazarlo. Además el grano estaba
completamente roto y pasado de cocción. Suele ocurrir esto en multitud de
arroces de menú, y bastaría con eliminarlos en los lugares donde no tengan los
medios para terminarlos en el momento de servirlos. Una ausencia siempre será
mejor que una mala presencia. Por supuesto que los sabores ibéricos no habían
sido absorbidos por el cereal, pero este tampoco había sido tratado con el mimo
y respeto que merece. La ligazón y cremosidad de un risotto debe extraerse del
almidón del grano, y esto se logra a base de movimiento continuo y añadiendo el
agua poco a poco durante la cocción. Aquí se sustituyó todo el proceso a golpe
de nata líquida y, por si fuera poco, ésta se incorporó tan tarde que en vez de
ligar los granos se descompuso en el fondo del plato a modo de sopa. Por último
debemos recordar a la cocina que el parmesano es parmesano, y a lo sumo puede
sustituirse por sus similares lowcost, como el Pecorino romano o el Grana
Padano, pero nunca por un queso suave y cremoso, que no aporta la explosión de
sabor requerida por el plato y termina por fundirse apelmazando más un risotto
tan desafortunado.
Trigueros con foie y jamón |
Con el último de los entrantes que elegimos, los trigueros
con foie y jamón, volvió la tónica que no debimos perder. Valoramos como muy
decente la calidad de los ingredientes, y esto es muy importante tratándose de
un plato donde la tersura y frescura de los mismos es la única clave. Los
espárragos estaban al dente, el jamón crujiente y el foie en unas virutas en su
punto justo de temperatura, deshaciéndose poco a poco en el plato por el calor
de los trigueros. Un plato muy decente, pero con escaso riesgo.
Entrecot de buey al punto de sal del Himalaya |
El corte y tamaño del entrecot no fue de lo más granado de
la comida. El corte de buey al punto de sal del Himalaya pasó sin pena ni
gloria. La pieza original no se había limpiado de grasa en absoluto. Es cierto
que quitársela toda merecería la pena de muerte del carnicero, pero dejarle más
capa de grasa externa que carne magra es todo un despropósito. La carne se hizo
al punto y vino acompañada de unas decentes patatas panaderas que, como pudimos
observar, utilizan como guarnición de muchos otros platos. Un toque de
ajilimójili o ajoaceite alegró una carne que, por otro lado, resultó algo
insulsa incluso siendo elevada a base de escamas de buena sal.
Tacos de bonito del norte a la plancha con pimientos asados |
Mucho más atractivos resultaron los tacos de bonito del
norte a la plancha con pimientos asados. Aquí el problema no estaba en el
ingrediente principal, sino en el punto de cocinado del pescado. Se pasaron
cien pueblos torturando los filetes sobre una plancha. Éstos perdieron todos
sus jugos y quedaron totalmente secos y difíciles de masticar, lo que fue una
pena a la vista de la calidad (y la cantidad) de la materia prima. También se
agradeció que los pimientos asados fuesen caseros y en tiras, evitando esos
botes de pimientos rojo-radioactivos tan finos que se rompen con solo mirarlos.
Yogur griego con plátano |
Pasando al capítulo de los postres, la tónica del menú
continuó con su buen nivel. Un yogur griego con plátano muy bien servido y
presentado sirvió para finalizar a la mayoría de los comensales.
Cuajada con nueces y miel |
Los más atrevidos optamos por una cuajada con nueces y miel,
que se diseñó casi a la manera de un jardín nipón. Un toque de miel de calidad
y una buena ración de frutos secos acompañaron unas rodajas de cuajada en un
plato enorme y despejado. Buen final a la espera de la sorpresa final.
Tarta artesana y autodidacta de capuchino |
Esta no llegó desde la cocina del restaurante, sino de las
manos de una joven autodidacta que nos envió un dulce saludo en forma de tarta
artesana de capuchino. No sé si nos alegró más la excelente ejecución del
postre, o el hecho de ver cómo surge una generación nada representada por esa
pandilla de ineptos que inundan los programas basura. Es un tópico histórico criticar a la
juventud de cada momento, ya lo hacía San Agustín con los jóvenes del siglo IV, pero si se
trata de hacer comparaciones, no salimos bien parados quienes hoy tomamos las
decisiones. Tenemos en nuestro haber un logro difícil de superar, literalmente
nos hemos cargado el mundo. Y ahora que nos pisan los talones quienes nos
sacarán del atolladero en el que nos ha metido nuestra avaricia y falta de escrúpulos,
nos dedicamos a criticar su pasividad y falta de estímulos. Pues no, señores,
vienen mejor preparados, con mejores valores y con una visión menos
materialista del mundo. Pasemos la batuta al siguiente, que si llega
brindándonos bocados tan dulces como esta tarta, a buen seguro que la humanidad
estará a mejor recaudo.
Lo mejor que os pudo pasar ese día fue que se les estropeara el generador, vaya antro te hubieras encontrado. Han cambiado de gerencia en la cocina 2 veces desde entonces y sigue siendo la "taberna" igual de desastrosa. Los que te comentaran que era un sitio recomendable para ir, que se lo hagan mirar.
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