Palabras mayores en el tema del pulpo |
No se puede decir que vayamos mal en Zaragoza de la llamada
cocina regional. Muchas veces denostada y siempre excluida de la consideración
de alta cocina. Una pena para aquellos que se dejen esclavizar por la dictadura
de la moda. No debería nadie de privarse de un caprichito regional de vez en
cuando. Esto de la vida va muy rápido y los tiempos de crisis nos reprimen a la
hora de emprender un viaje. Así que no hay idea mejor, cuando entra la morriña
de otras tierras de la piel de toro, que acudir a uno de estos establecimientos
y saciar la ansiedad desde el estómago. Con todo merecimiento, muchos
restaurantes de cocina internacional ocupan un lugar privilegiado para nuestros
conciudadanos, pero parece que frecuentar estas joyas nacionales es algo
anticuado y poco snob para espíritus modernos. Ellos sabrán lo que se pierden
al desconocer estos rincones de enjundia y buen hacer.
Mejillones con chorizo picante |
Si busco los vientos del Sur acudo a El Puerto de Santa María o a la misma Casa de Andalucía; si mis apetitos son asturianos, nada mejor
que la Sidrería El Trasgo; si quiero respirar el gélido aire soriano, el
Picadillo me los brinda en forma de torrezno; si suspiro por la huerta de la
Ribera, me lanzo en busca de La Casa de Navarra; si añoro las tierras
vermellonas de La Rioja, Casa Lac es buena medicina; La Teja es tan buena
embajadora de Cataluña como El Condumio lo es de Extremadura; el asunto no
puede acabar sin nombrar el valencianísimo Vent de Mar y sus arroces, los
asados castellanos del Mesón Aranda o las varias sidrerías vascas que pueblan
nuestras calles; pero si lo que necesito son los sabores oceánicos de Galicia la solución a mi
problema es bien sencilla, siempre O´Cachelo. Hay otras propuestas bien dignas,
pero para mí, siempre la opción principal será este coqueto restaurante ubicado
justo donde el Coso gira rumbo al Ebro en busca de la paz de sus orillas.
El clima es cálido gracias a las sillas y mesas de madera
oscura y ajada sobre las que se sirven directamente los platos. La atención es
fantástica aun en los momentos de máxima afluencia, y eso es algo de agradecer
en un local que llena día sí y día también, y donde es habitual tener que
esperar para conseguir aposento. Una vez recibidos y sentados podemos
entretenernos un momento observando la carta, plagada de localismos gallegos y
sorpresas curiosas. Son varias las ensaladas que se propones, pero siempre con
el denominador común del aporte de pescado o marisco. Pero el mundo gallego se
abre al llegar al mundo de las raciones. Encabezándolas aparece la especialidad
de la casa, como no podría ser de otro modo, el pulpo a la gallega. Siguiendo
los cánones estrictos éste se sirve sobre tabla redonda de madera, lecho de
cachelos, tacos de pulpo cortados a tijera y buena dosis de aceite de oliva y
aromático pimentón. Otras posibilidades serían las sardinas asadas, los
mejillones al vapor o picantes, y una larga enumeración de productos del
Atlántico que no dejará a nadie insatisfecho. Como tampoco le dejará el lacón.
Recién cortado a cuchillo en finas lonchas y bien aliñado de aceite y pimentón
es el compañero más fiel del excelente pan que gastan ahí, digno de una tierra
donde saben tratarlo como se merece. Pero la cosa no acaba con el elenco
salado, pues el capítulo de quesos y quesadas pone un punto y final magnífico a
un buen yantar gallego. La carta de vinos es variada, pero la única duda que
tengo cada vez que acudo a este mi rincón es si optar por el Ribeiro o por el
Albariño, sea en versión embotellada o a granel, claro está, servido siempre en
cuencos de porcelana.
Una cena donde degustar alguno de los mejores platos que ahí
se preparan podría ser algo parecido a esto:
Comenzaríamos con una ensalada templada de langostinos y
queso fundido. Todo correcto para abrir el apetito e ir preparando el paladar
para los sabores de ría. Lechuga crujiente, queso fundido y bien gratinado y
langostinos descabezados de gran calibre recién sacados de la plancha.
Ensalada templada de langostinos |
Como curiosidad recomendaría los mejillones picantes. La
primera vez que los probé los esperaba al vapor y salseados con algún aliño a
base de cayena, pero la realidad es bien distinta. Los mejillones se rellenan
con una farsa lograda a base de su propia carne y de chorizo picante gallego.
Sí, de ese bien gordo y apretado curado a golpe de humo y muy utilizado en
todos los guisos de la comunidad. La combinación es indescriptible. Mejillón y
chorizo, dos alimentos que por separado son deliciosos, unidos despiden una
untuosidad en la boca que quedará un recuerdo perpetuo en la memoria gustativa
de cualquier buen comedor. No se parece a nada que se haya probado antes, pero al
tratarse de una combinación de sabores tan familiares, un resorte salta en
nuestra mente alertándonos del acierto de maridarlos.
Llega la hora del pulpo. La imagen puede servir para
describirlo sin tapujos. La ortodoxia en su preparación es total, y creo que no
peco si descubro el secreto sobre su la ternura de su carne. Sería romántico
contar que al animal se le ha molido a golpes antes de cocerlo, y que luego se
le han aplicado no sé cuántas cocciones y otros rituales ancestrales, pero la
cosa no es así. Es cierto que antiguamente existía todo un largo proceso en la
preparación del pulpo, pero claro está, eran tiempo en los que no había
congeladores. En O´Cachelo lo saben bien. Todos los pasos que seguían los ancestros
gallegos se pueden sustituir por un congelado y descongelado previo a una
cocción normal. Qué le vamos a hacer si la modernidad es así. El resultado es
mucho más homogéneo y rápido que antes. El lector que no crea en las bondades
de un pulpo descongelado tiene aquí la ocasión de probarlo y decidir. No
quisiera dejar de apuntar que un cachelo no sólo es una patata pequeña como nos
hacen creer en otros establecimientos. Patata gallega preparada por selección
para acompañar al pulpo. Empapa de maravilla todos los sabores del cefalópodo,
el aceite y el pimentón. Resiste sin deshacerse ante cualquier tenedor, y su
piel, no sólo no es desagradable, sino que forma parte de los sabores del plato
como un ingrediente más. Toda una lección de buen trabajo que no debería
dejarse pasar.
Lacón jugoso y sonrosado |
Con el hambre ya aplacado llega la hora de la gula. Poner el
remate con el lacón será un acierto del que nadie se arrepentirá. Mi ritual es
contrario a la operación bikini, pero la carne es débil y no puedo dejar de
hacerlo. Tras untar un buen pedazo de migoso pan en el aceite con pimentón,
dispongo una buena loncha de lacón sobre ella y la ataco como si no hubiese un
mañana. Ya pasaron los tiempos de pedir este manjar en medias raciones, hace
tiempo que aprendí que hay oportunidades que no se deben dejar pasar, Y esta
es, sin duda, una de ellas.
Queso ahumado con membrillo |
Terminar sin queso sería una vejación para una cena de este
nivel, así que cualquier elección ahumada y acompañada de membrillo sería
apropiada. Del mismo modo podemos añadirle en el mismo momento el toque dulce
al cierre con un buen pedazo de buena quesada casera. Es una pena que la
acompañen de la inmunda nata de bote y la rocíen con el sirope infame, pero
sabiéndolo, se puede pedir que no bastarden una tarta de ese calibre con
mejunjes de esa guisa.
Quesada con perifollos |
Un último consejo de moscardón experto en estos envites. Si
se toma la decisión de acompañar la cena con vino gallego a granel, que sería
lo más aconsejable, pídase la jarra de litro para empezar. La comida llama al
caldo a gritos y las miserias es mejor dejarlas aparcadas en la puerta. El
cliente habitual sabrá de lo que hablo. Una buena regadera hará brotar mejores
flores.
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