Llevaban tiempo mis asesores gastronómicos incitándome a viajar rumbo al Montseny para
respirar un poco de oxígeno y saborear el trabajo que Victor Trochi lleva cuatro
años haciendo por ahí. Así que, aprovechando el puente de San Jorge, desempolvé
mis alas de mosca y me lié la manta a la cabeza. Como buen friki de los asuntos
culinarios, me informe a través de mis clásicos sobre lo que ahí se guisaba,
para tener un primer acercamiento al tema. La crítica había hablado: cocinero
joven con proyección, larga y exitosa trayectoria y dominio absoluto de las
nuevas técnicas. Parece haber cierto quórum en que quizá éstas últimas sean más
un lastre que un punto fuerte, pues se imponen frente al mensaje del autor. Con
mucha sutileza, la que le falta a este moscardón, se le sugiere desde distintos
foros que no se doblegue ante el efectismo y se dedique a encontrar un criterio
que otorgue personalidad y empaque a su obra. Hoy, tras haber experimentado el
largo menú que ofrece el argentino en Les Magnòlies, sólo puedo afirmar mis dos
certezas sobre el cocinero: la primera es que el menú carece de lo que se suele
llamar hilo conductor, y la segunda es que ni falta que le hace.
El viaje de más de cuatrocientos kilómetros desde la
Zaragoza del Valle del Ebro hasta Arbúcies, en el corazón del Montseny, valió
la pena por el tesoro que se esconde ahí. Una joya en forma de mestizaje y
cruce de caminos, que es la mejor definición de todo lo que significa acudir a
Les Magnòlies. Trataré de explicarme.
Cruce de caminos que se desprende de su ubicación. La
pequeña población tiene mucho que decir sobre lo que significa el choque de
culturas y la riqueza que ello genera. Desde la llegada de los foceos a la
Costa Brava, el habitante de las sierras costeras catalanas aprendió a mirar el
mundo que hay más allá del horizonte. Llegaron los antiguos griegos cargados de
productos y sabiduría de todos los rincones del Mediterráneo para intercambiarlos
por los que se generaban en toda la zona desde tiempos ancestrales. Parece ser
que el producto más demandado por la población local era el vino, que
conseguían a cambio de metales extraídos de las montañas del interior. Esta
apertura de miras enriqueció la mente y las mesas locales, y continuaron
haciéndolo durante la época romana y el esplendor comercial y culturalque
floreció con ella. Del mismo modo, las cordilleras que dividen la Cataluña
interior de la litoral han servido de comunicación entre dos mundos bien
distintos. La mentalidad moderna de la costa y el conservadurismo del interior
convivió en los valles que las comunicaban. El mar y la montaña, el sol y la
nieve, el pescado y la carne, el liberalismo y elcarlismo, la ciencia moderna y
la religión dogmática, los viajeros impenitentes y el provincianismo más
austero. Dos mundos confluyendo en una zona de mestizaje. Si esto no es un hilo
conductor, que baje Dios y lo vea. Transmitir esta confluencia de mundos en un
menú es tarea ardua, pero la sensación de fusión con la que salimos del
restaurante no puede verse desde otro punto de vista. Y no digo que los autores
del mismo sean conscientes del mundo que transmiten, ni tan siquiera que tengan
como objetivo hacerlo. Esta es la grandeza del mensaje, que surge del dictado
de la propia tierra en la que se ubica. El edificio, erigido en 1871, de corte
noucentista catalán ayuda a incrementar ese espíritu, de sentirte de todas
partes, propio del pequeño pueblo. Un interior sobrio, con matices del manido
minimalismo, impide distracciones al comensal. Lo importante es la comida. La
iluminación natural y diáfana y la falta de abusos cromáticos facilitan la
tarea.
Cruce de caminos por la propia trayectoria del cocinero.
Formado para los fogones en el Instituto Argentino Gastronómico, inició su
carrera profesional en Argentina hasta que agarró sus bártulos y se vino a la
península en los momentos en los que la cocina española daba un puñetazo encima
de la mesa del panorama gastronómico mundial. Trabajó bajo los laureados mantos
de Martín Berasategui y de Ferràn Adrià en el Bulli Hotel de Sevilla, donde ya
brilló con luz propia al frente de los desayunos y la pastelería. A partir de
ahí su carrera se disparó. Consiguió la primera estrella de la guía roja en el
2009 al frente del marbellí Restaurante Skina. Se alzó con el tercer puesto del
Cocinero del Año 2010. Elaboró el mejor postre del mundo en el certamen
organizado por Espai Sucre en Barcelona, con su ya clásico granizado de
gintónic, tan imitado y recreado desde entonces, incluso en nuestra poco dada a
novedades Zaragoza. En definitiva, VictorTrochi es un trotamundos de la cocina.
Y no sólo de los que van de paso por todos los sitios. Conversando con él se
puede apreciar que absorbe, como una sanguijuela, la esencia propia de los
lugares que recorre. Investiga, experimenta, prueba para después plasmarlo todo
sobre el plato.
Cruce de caminos por la propia cocina que se propone. A lo
largo del menú se pueden ver conviviendo desde los elementos más clásicos de la
cocina masiera catalana; hasta productos tan exóticos como la gyoza, el miso o
el cuscús; pasando por toda la gama de ingredientes mediterráneos como las
olivas y sus aceites, los frutos secos y las harinas de unos magníficos panes.
Propuestas de dentro y fuera, de aquí y de allí, que se intercalan amalgamadas
por el tratamiento vanguardista, que es quien otorga unidad al conjunto. En
general los ingredientes frescos proceden del entorno más próximo: frutas y
verduras de la huerta; aceite del Montseny; setas de los bosques que envuelven
el entorno; pollo, conejo, cerdo y cordero lechal de granjas cercanas y
variedad de quesos locales. Los pescados y mariscos proceden del más auténtico
mediterráneo, y ahí se nota su experiencia marbellí a la hora de trabajar con
ellos. Brilla como pocos en la elaboración de los postres y propuestas dulces.
Las mermeladas que aparecen dispersas a lo largo del camino, el
còctelrefrescant con el que finaliza el menú, el complejísimo postre principal
y la escenografía nipona de los petit fours superan con creces el nivel de lo
anterior y se sitúan en la élite nacional sin ningún género de dudas.
Cocina de encrucijada por la ubicación, por el autor y por
su cocina. El símbolo del mensaje integrador lo personifico en el impecable trabajo
de Isidre Frodera. Propietario del restaurante, hace de maestro de ceremonias
desde la misma recepción hasta la despedida. Ver a este catalanísimo
profesional, veterano de tantas batallas gastronómicas, presentar la obra de
Victor Trochi con la emoción del primer día es todo un placer. Consigue lo que
pocos. Provoca en el comensal la ansiedad por atacar cada plato como si fuese
lo último que va a llevarse a la boca en este mundo. Transmite una ilusión
infantil por ver la reacción de quien no sabe lo que le espera antes de cada
pase del menú. Las explicaciones son breves y nada pretenciosas. Permite que el
cliente descubra los secretos que ahí se encierran, que es algo muy de
agradecer en estos días de marketing agresivo. No vende humo, dispone los platos
ante el comensal con la delicadeza de un Abraham desprendiéndose de su hijo que
va a ser sacrificado. Otorga valor a la comida a través de la mirada cómplice.
Eso es sentirse en casa.
Pero llega la hora de exponer el menú al que me refiero.
Utilizaré la nomenclatura que se propone desde el Restaurante a sabiendas de
que es escueta. Los platos que se presentan a continuación son los que
conforman el menú gastronómico. Suman la friolera de veintiún pases distintos
que se prolongaron en nuestro caso durante tres horas y media en los que la
tensión no se vino abajo en ningún momento. Esta fórmula se ofrece al precio de
68 euros; a los que se deben sumar cuatro más por el servicio de agua, pan y
petitfours. Lo cierto es que esta circunstancia debería subsanarse. Bajo mi
punto de vista, no debería de existir ningún restaurante de nivel que ofrezca
la opción de comer sin pan. Y más tratándose de un establecimiento que lo mima
tanto como éste, en el que diversos panes horneados a diario se ofrecen a lo
largo de la segunda parte del menú. El vino es otro asunto debido a la variedad
de gustos y precios. En nuestro caso se trató de un blanco y fresco Jean
Leon Magnòlia en honor al nombre del local y a un corpulento tinto Destrankis
del Priorat de agradables reminiscencias garnacheras. Nuestra única exigencia
era que fuesen catalanes ya que seguimos la máxima coránica de allá donde
fueres, haz lo que vieres. Lo mejor de cada casa, vamos.
Buena idea la de preparar paladares a base de un refrescante
aperitivo. Sobre el granizado se dispone un original guiño a uno de los
fenómenos más curiosos del reciente panorama catalán, eso sí, en forma de cubo:
el berberecho con salsa Espinaler. Toda una declaración de intenciones del
restaurante. Salsa concebida,por la familia Tapias en Vilassar de Mar, para
acompañar todo tipo de snacks o de conservas del mar, que aporta unos potentes
toques avinagrados y de pimentón. Ayuda, en este caso, a
lograr la evocadora presencia del ambiente tabernero el juego del hielo
granizado con vermú casero. Berberechos, vermú, ero el juego no termina ahí,
pues consciente de la intensidad del producto, se acompaña la copa de cóctel
con una botellita de tomate natural triturado para disolverla a voluntad en
todo el conjunto, suavizando y matizando las impresiones.
Fruits secs |
Envueltos en sobrecitos de plástico se presenta una
colección de frutos secos trabajados a
golpe de especias. Se trata de almendras, pistachos y cacahuetes que reciben exóticas coberturas como la del wasabi
o la del curry. Aunque se pueda pensar lo contrario, el sabor es muy matizado y
enamora más por el sugerente aroma y el juego cromático que se despliega al
abrirlo que por el demasiado sutil gusto.
Olives gelades
El tratamiento de la oliva y su aceite es uno de los puntos
fuertes del restaurante, como no podía ser de otra manera, estando situado en
el corazón de una zona de tanta tradición olivarera. Imitando la rama de olivo
aparecen estas reconstruidas olivas. El sentido escultórico del cocinero es inmenso.
Como un platero en su taller diseña y elabora estos bocados de manera minuciosa
y precisa. En su interior alojan una pasta que recoge el aroma a la fruta
fresca sin perder el amargor exigible a todo buen primer prensado. Para valorar
la cobertura exterior nada mejor que las imágenes. Valore el lector.
Piruleta
Bajo esta denominación se esconde una combinación muy
curiosa. El boquerón en vinagre convive en una brocheta con la col de pella
encurtida. Enlazadas bajo el argumento del vinagre, el comensal cree
transportarse a los años en los que todavía existían tascas de las de chato de
vino peleón y vinagrillos para pasarlo. Olor a cuba vieja y mostrador de
mármol. El toque frutal del especiado entronca con el dulce vermú que se servía
en este tipo de bares. Si de cruce de caminos y punto de encuentro cultural se
trata, este humilde bocado aporta mucho al objetivo.
Favetes amb pernil
Tras ver la imagen de esta creación es fácil estar de
acuerdo en que es el plato más visual e intelectual del menú actual. Unas
sencillas habas tiernas, sólo ligeramente escaldadas para respetar todo su
color y sabor, se intercalan con unas bolitas de puré de guisantes en forma de
guisante, otras de delicada crema de foie y unas lascas de buen pernil del
país, sobre una lámina crujiente de un sobrecogedor sabor dulce que hace las
veces de la tierra donde crecen los frutos que nos ofrece la naturaleza.
Adornos florales que vuelven a llevarnos a la ofrenda con las que la madre
Tierra nos obsequia. El plato nos devuelve al lugar del que una vez salimos.
Nos arranca de nuestra civilización y humanidad construida a base de milenios
de historia y nos tumba sobre la fresca hierba de nuevo. Respirar sobre este
plato es un ejercicio que recomiendo encarecidamente al comensal. Entonces, y
solo entonces, sabrá de lo que hablo.
Caputxino
Quizá no sea muy objetivo al valorar este complejísimo
matrimonio entre mar y tierra. Y digo esto por mi desmedida afición a la
romesco, a las anchoas y a las setas. Todo ello con una puesta en escena evocadora
de una tarde de merienda casera es una tarea bien difícil de la que la cocina
sale exitosa. Sobre una taza de café se dispone un fondo de setas del
primaveral entorno. La espuma cremosa oculta el tesoro en el fondo. Pero no hay
buena merienda sin pastelito, y eso lo sabemos bien quienes hemos tenido el
lujo de criarnos entre abuelas. Así que Victor Trochi nos propone un bizcocho
sobre cuya masa se ha vertido una buena dosis de la paradisíaca salsa romesco.
El remate lo aportan unas pequeñas piezas de lomo de anchoa salmuera y una
presentación de los bizcochos en lata de pastas antigua sobre un lecho de
piedras. Micológico monte, litoral romesco y marina anchoa. Confluencia de
mundos paradójicamente lejanos en su proximidad.
Gyoza amb misso
Si los guiños al producto local han sido variados e
insistentes, llega la hora de romper con el rumbo de la manera más radical.
Dispuestos a la manera de clarísima sopa oriental aparecen estos, inusuales en
nuestros fogones, elementos. Matices agridulces aparecen y desaparecen ante el
dominio agreste y salado de la soja. Consigue que el comensal inicie un viaje
hacia tierras desconocidas a base de sensaciones poco habituales en el mundo
mediterráneo. El miso concentra los sabores de la fermentación del arroz, la
cebada y la soja siendo un aporte de hidratos para las sopas niponas. La gyoza
es una pequeña empanadilla, rellena de carne y verduras, que en este plato se
presenta sumergida en la sopa de misso para romperla y dejar que se impregne
del caldo. Un acierto que cumple con el objetivo escapista buscado desde la
cocina.
Agredolç
Continuando la ruta de las propuestas foráneas llegamos al
momento americano. Viaje de oriente a poniente en el transcurso de un plato. En
forma de rollito de pasta fina frito aparece un bocado de pollo jugoso bien
surtido de la salsa barbacoa tan del gusto de nuestros primos transatlánticos.
Primera aportación decididamente dulce del menú. Lo destacable del plato es más
su ubicación en el camino propuesto que el propio contenido. Hay que entenderlo
como un bocado de frontera. Una ruptura con el salado potente de la sopa
anterior que deja el paladar en aristotélica tabula rasa, para poder seguir escribiendo la ruta sobre él.
Magburger i refresc
El humor no debe ser nunca olvidado cuando se tratan temas
serios. Así que el autor nos propone una visita a una hamburguesería
franquiciada de las que pueblan todas las ciudades. No se trata, desde mi punto
de vista, de un cántico a la fastfood, ni tan siquiera al concepto
hamburguesero. Lo que significó para mí esta propuesta insertada justo en el
punto medio del menú, es su carácter homogeneizador. No hay otra comida que en
nuestro siglo signifique lo mismo para todas las culturas que la hamburguesa americana.
Si tenemos que buscar un símbolo gastronómico común para todo el planeta, mal
que nos pese a muchos, éste es, sin duda alguna, el cilíndrico bocadillo. El
pequeño tamaño en el que aparece es muy de agradecer. Lanza su gracioso mensaje
y se esconde para no interferir en el discurso.
Brioixfet a casa amb
un oli del Montseny
No por casualidad estamos en el Montseny. Denominación que
procede etimológicamente de Mont Signus, el monte señal, o referencia visual
para todos los habitantes de las tierras que lo circundan. En sus entrañas
convive el bosque mediterráneo con el continental, pero sus moradores pronto se
percataron de que el régimen pluvial y su altitud era la idónea para el cultivo
del olivo, que se expande en la actualidad por todas sus laderas. Les Magnòlies
no quiere ser ajena a ese hecho. Por ello lanza esta propuesta de cata de
aceite de oliva virgen extra. El elemento escogido como apoyo para la
degustación es un dulce brioche de la más pura tradición francesa. No es la
mejor decisión del menú, quizá porque el dulce del pan no permite percibir con
claridad todas las notas frutales del oro líquido.
Terrina de foie
amb blat de moro i escabetx
Plato de decidida aspiración visual y efectista en el que se
resuelven con éxito varios problemas planteados por el cocinero. El elemento
principal es el foie gras de pato,
que aparece en una pieza con forma abotonada y recubierta por una lámina de
oro, en la que el autor vuelve a exhibir su carácter escultórico. El
canónicamente exigido toque dulce no se busca en los las clásicas confituras ni
en las consabidas frutas, sino que se apuesta por el maíz. Me alegró la idea de
este curioso maridaje, por tener referencias de que Quique Dacosta estaba
trabajándola con éxito, allá por la paradisíaca Denia. El grano aparece en su
apariencia más natural, la mazorca, y simplemente cocido. Pero la combinación
del foie con el dulce se quedaría anticuada y pasada de época si no se
acompañase de nuevas apuestas. Un toque salado y crujiente aportado, de nuevo,
por el maíz, esta vez tostado en forma de kikos. La ligera acidez del tomate
troceado y el sutil toque avinagrado del escabechado completan toda la gama de
sabores que una lengua vivaz es capaz de captar. Se recomienda mezclar en la
boca todo el conjunto para que se estimulen todas las papilas de la lengua en
sincronía, como lo haría una orquesta sinfónica con todos sus instrumentos. El
comensal se siente un privilegiado al recibir la batuta y la invitación a
ejercer de director de esta bella partitura.
Múrgoles farcides
Sin abandonar las referencias a instrumentos musicales, ni
el hecho de estar en zona boscosa, toca el turno de las Trompetas de la muerte.
Seta de otoño, que se suele trabajar desecada, aspecto que acentúa su sabor
acercándola al sentido mineral del de la trufa. En este caso aparece rellena de
foie para enlazar con el pase anterior. Un servidor ha visto fracasar
demasiadas buenas ideas por malograr el cocinado de las setas. Afortunadamente
éste no es el caso. Aparecen tersas y bien salseadas, a base de una ligera
crema de foie, múrgoles y aromas trufados, que se elevan con la presencia del
huevo frito de codorniz. Sabor a humedad, a bosque y a lechos de hojas secas.
La llamada cocina sentimental se ejemplifica en este plato a la perfección. El
cerebro se paraliza por unos minutos y el mensaje ataca sin piedad al corazón.
Ese rinconcito de naturaleza salvaje que todos conservamos adormecido en
nuestro espíritu se activa para recordarnos que no venimos del polvo, sino de
lo alto de los árboles de algún bosque similar al que se disfruta desde los
ventanales del comedor.
Amanida de presa i
algues
El argumento que viene a continuación es bueno, pero quizá
demasiado presente en el largo recorrido. La combinación del cerdo con los
sabores propios del mar se ha extendido por nuestras cocinas como un fenómeno
recurrente. Se trata de un acierto que se repite en varias de las propuestas,
así que la crítica no es tanto por la propia técnica como por su excesiva
repetición. En este caso unas láminas de presa en su óptimo punto jugoso se
acompañan de los sabores submarinos de unas tersas algas. La gelatina de la
base hace el trabajo de redundar el sentido marino del conjunto. Lo más
positivo del plato son las dos aportaciones mediterráneas que aparecen de
manera sorprendente e inesperada. Por un lado el sensacional all i oli de pera
que se dispone sobre la carne. Un servidor se hubiese ido triste sin la
presencia de un buen ajoleo, y más en un restaurante catalán. La presentación
de la rica salsa de ajo debería cuidarse más, la utilizada no es la manera más
estética de verterla sobre la carne. El otro invitado al plato viene en forma
de préstamo, no en vano nuestro cocinero pasó años empapándose de la cocina
mediterránea que se trabaja en Marbella. Y qué mejor referencia para mostrarlo
que la del mediático Dani García y una de sus propuestas más conocidas, el
tomate. En este caso está técnicamente tratado de manera distinta a la del
cocinero del Kalima, más fiel al ingrediente, con más respeto visual respecto
al modelo y con menos alardes en cuanto a sabores sorprendentes.
Carxofa a la brasa
Bajo esta escueta denominación se esconde un plato bien
complejo y meditado. Dispuestos en una hilera lógica van apareciendo distintas
combinaciones de carne de cerdo y de alcachofa. Es cierto que unas simples
alcachofas con jamón son una excelente elección, pero si a sus ingredientes les
aplicamos técnica e imaginación el resultado puede dar tanto juego como el que
se presenta en el menú de hoy. Comienza la fila india por un buen taco de papada
que engrasa la boca y engorda el sentimiento de culpa nutricional. Una bomba a
la que es mejor no hacer remilgos. Tras ella aparece un saquito relleno de
crema de la suculenta verdura. Se descubre con alegría que el amargor propio
del ingrediente no ha desaparecido en la olla, dando como resultado una
explosión de sensaciones de huerta. El tercer lugar lo ocupa la propia
alcachofa asada que da nombre al pase. Poco original pero necesaria como
referencia visual del ingrediente principal. Una molleja de cerdo bien tostada
continúa con el discurso y prepara el apuntado sabor del helado de
carxofa final. A toda la serie de ingredientes hay que añadir la compañía de una
salsa de la verdura en cuestión embotada en la casa. Elegante sucesión de los
mismos ingredientes manipulados de distinta manera. Nada desentona y el frío
final deja al comensal preparado para comenzar con los pases de pescado.
Arròs fumat amb anguila
Sobre una base espumosa aparece uno de los invitados más
elementales y, a la vez, más difíciles de tratar, el arroz. El atrevimiento es
grande cuando se quiere optar por ahumarlo y hornearlo. El resultado fue más
exitoso en cuanto a punto de cocinado, textura y apariencia que en cuanto al
sabor, quizá demasiado endeble. El acompañamiento de la anguila, que aparece
marinada, es otro reto que se supera por el camino fácil, sin integrarla con el
arroz. Ya sé que siempre soy demasiado exigente con este ingrediente, pero es
que uno es vocacionalmente arrocero. No lo puedo evitar. Para mí representa el
alimento más sociable del planeta. Absorbe todo lo que le rodea, lo imprime en
su interior y lo conserva, para, finalmente, verterlo sobre nuestra boca. En
este caso el resultado es de un nivel alto, pero no puedo dejar de imaginar los
sabores que esa anguila hubiese aportado al arroz durante su cocción.
Peix de llotja amb
cuscús de verduretes
Impecable desde su diseño, la factura del plato principal de
pescado resulta intachable. Basándose en el enlace, tan de moda, del pescado
con el cerdo, Victor Trochi se arriesga apostando por el cochinillo, presentado
deshuesado y en forma de cubo bien rustido, y una excelente merluza horneada.
No se arriesga tanto con el punto del lomo de pescado, pues opta por pasarlo
demasiado y no aprovechar todos los jugos que podrían concentrase en su
interior. Además este hecho destaca cuando en el mismo plato se presenta un
cochinillo con un punto jugoso sencillamente perfecto. La espuma aporta el
cítrico que reclama las carnes blancas a las que les acompaña. Guarnecen el
plato unas verduritas casi picadas que aportan color y vida bajo la agradable
influencia del cebollino. Conjunto muy complejo ideado para satisfacer a todo
tipo de comensales.
La carn que
rostim avui/patates farcides
La materia prima principal del plato de carne nos devuelve
al entorno inmediato en el que nos encontramos. Cordero lechal del mismo pueblo
trabajado minuciosamente tanto en su exterior, que aparece crujiente como una
envolvente corteza, como en su interior, asado a baja temperatura concentrando
su jugos a la espera de su explosión en la boca. La patata aparece en dos
modalidades. Por un lado en forma de cremoso puré que envuelve un inesperado
ravioli, y por otro rebozadas y rellenas de nuestras viejas amigas las múrgules
locales. La salsa de carne napa el conjunto aportando, con mesura, la potencia
con la que se suele esperar una carne principal. La sensación final de
equilibrio entre los ingredientes es el fruto de un buen trabajo. Allí nada
falta ni sobra. No se podría variar la cantidad de ningún elemento sin que el
conjunto se viniese abajo. Un aspecto muy difícil de apreciar que agradecemos
con sinceridad. Otro reto gratificante, que el cocinero lanza a sus
ingredientes y, del que el comensal es el verdadero beneficiado.
Formatge artesà amb melmelada casolana
Ni una comida sin chocolate y ni un final sin queso. Esa
promesa fue la que me hice hace ya muchos años y que he incumplido tantas veces
por exigencias del guión. El artista argentino comprende a las mentes excesivas
como la mía y trata de satisfacernos. Que una comida culmine en queso debería
ser tan exigible como comer con pan y vino. En este caso el formatge viene
artesano con aromas granjeros y con unas amigas que delatan el peso que el
dulce ha tenido en la carrera del cocinero. Mermeladas caseras muy bien
trabajadas y concebidas con imaginación. Naranja sanguina con menta, pera con
vainilla y manzana con albahaca son las variedades que circularon sobre la mesa
para acompañar el queso. Sin exceso de azúcar y conservando cierta textura de
la fruta original delatan la sabiduría de las manos de este maestro del dulce.
Confituras delicadas que abren la veda del dulce que se inicia en esos mismos
momentos.
Còctel refrescant
El hielo es el protagonista del primer postre que aparece en
el actual menú. No porque se trate de un ingrediente del mismo, sino porque un
bloque enorme esculpido sirve como plato para diferentes bocados fríos. Sabores
cítricos, frescos y nada agresivos hacen honor a su nombre. El guiño al
clásico, ya desterrado de las mesas de bodas, bautizos y comuniones, sorbete de
limón es evidente. Un nuevo juego de añoranzas y recuerdos espera sobre el
sillar helado. La técnica no es menos destacable, ya que junto al helado
aparecen esferificaciones, caramelización de fruta en forma de gominolas o granizados.
Un trabajo excesivo para un postre, pensarán muchos. Pues yo creo que no. En
Les Magnòlies los postres son tratados con la misma jerarquía que el resto de
los platos. Forman parte del conjunto, y más, cuando son lo último que va a
quedar en la memoria del comensal. Vayan apuntando señores, vayan apuntando.
Final dolç
Lo cierto es que con las mermeladas y el postre frío ya
creía terminado el menú. Así que la sorpresa fue mayor cuando se nos presentó
el postre principal, y cómo no, aquel sí que tenía al chocolate como uno de los
protagonistas. Y digo uno, pues junto a él aparecían elementos tan dispares
como la mandarina, el pistacho, los frutos rojos, la vainilla y el almibarado
bizcocho. Vuelvo al argumento del director de orquesta. Se trata de un plato
con un doble riesgo: la disgregación de los elementos o el dominio de unos
sobre otros. Aquí aparece la batuta del ganador del postre del año para dar
equilibrio y unidad al plato. Cuando vamos al supermercado, y nos detenemos
ante la línea de chocolates, aparecen junto a los clásicos toda una serie de
nuevas tentaciones en forma de tabletas inimaginables hace apenas unos años.
Unos con especias, otros con fruta, con sales, con galletas, con quesos y con
un largo etcétera. El cocinero nos hace un compendio de todas las posibilidades
concentrado en un solo plato. El comensal escogerá a su gusto la multitud de
combinaciones y el orden en el que las quiere devorar.
Petit fours
De elaboración casera y muy juguetona, el menú opta por
despedir al cliente con estos caprichosos divertimentos que se han hecho
imprescindibles en cualquier buena mesa que se precie. Encajan con el café y a
la sobremesa como el guante de Gilda. Sobre un lecho de virutas de chocolate
esparcidas como las hojas de noviembre sobre un parque infantil, nos
encontramos piruletas de chocolate blanco, gominolas de mora, galletas de tipo
Oreo, pastas de té con relucientes perlas, bizcochos de calabaza, pastelitos de
yemas y carquiñoles. Deleite visual y entretenimientos artesanos que
disfrutamos para poner fin al camino que se nos propuso recorrer desde la cocina.
No quisiera terminar sin añadir una consideración personal.
El cocinero Victor Trochi es poseedor de la única clave que existe para triunfar
profesionalmente en el mundo de la alta gastronomía. No es otra cosa que la
curiosidad. Muchas veces se habla de la pasión, pero mientetodo aquel que
afirma que ésta es duradera. La pasión es efímera por definición, el resto es
voluntad. La voluntad es el motor que empuja al creador a afrontar cada nuevo
reto, pero éste engranaje necesita combustible, y no hay mayor energía que la
que produce la curiosidad. Ésta permite al individuo empaparse de todo aquello
que le rodea como una esponja que absorbe experiencias, sabores y saberes,
conversaciones, opiniones, lugares, paisajes, técnicas y sobre todo, éxitos y
fracasos. Lo duro de todo esto es que significa que debemos estar toda la vida
aprendiendo y experimentando, pero, como pensaba el poeta Cavafis las riquezas
no esperan al viajero en Ítaca, las riquezas están en el viaje hacia ella.
Cuando emprendas tu
viaje hacia Ítaca
debes rogar que el
viaje sea largo,
lleno de peripecias,
lleno de experiencias.
(…)
Mas no hagas con
prisas tu camino;
Mejor será que dure
muchos años,
y que llegues, ya
viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás
ganado en el camino.
(…)
Konstantínos Kavafis. Ítaca
muchas gracias por haber elegido como destino mi cocina para el viaje...lo importante para mi es ser feliz haciendo felces a los que de verdad quieren disfrutar...y se llevan el mensaje positivo.
ResponderEliminarpd. llevo en Les Magnolies 3 años de andadura paisajistica...
un saludo desde el Montseny....
Victor Trochi
Hola volador,
ResponderEliminarLa proxima vez que vengas por estas tierras a degustar la gastronomia o cualquiera de las demas cosas que tambien tenemos, contacta para compartir.
Un saludo cordial,