Restaurante Asador Campo del Toro. Plaza del Portillo 5, Zaragoza |
Juro que el que escribe estas líneas no tiene alma de
predicador, ni mucho menos de misionero. Así que sólo hablaré sobre el sentido
de la vida lo imprescindible. Lo necesario para que el lector comprenda lo que
significó para mí la primera visita a este restaurante zaragozano.
Como la mayoría de quienes me rodean me hallaba
últimamente bastante desconsolado.
Metido en un aura de depresión, de ésas que llegan sin darse uno cuenta y se
sumerge en sus fauces sin saber muy bien la causa. Y es que ésta no es única,
sino que casi todas las circunstancias para las que creíamos haber aterrizado
por aquí abajo se nos vienen abajo. El hundimiento de las ideologías nos
arrebató esa guía de comportamiento que dirigía nuestros pasos. Y no es que no
se pueda creer en un mundo mejor, sino que la forma de alcanzarlo se torna
imposible a través del juego político tradicional. Partidos políticos,
sindicatos y otros movimientos sociales se han alejado tanto del ser humano que
ya los vemos en la trinchera de enfrente, junto a nuestro tradicional y
codicioso enemigo. La Iglesia reconquista terrenos de los que fue expulsada
hace mucho tiempo por la sociedad civil. El desarrollo personal tampoco es
posible encontrarlo a través del mundo profesional. Contratos basura, recortes
sangrientos, incertidumbre y desvalorización del trabajo como valor humano han
arrebatado la dignidad al trabajador, para convertirlo de nuevo en un siervo
temeroso de no poderse llevar un bocado de pan a la boca el día de mañana. Y en
el mundo del ocio el panorama no mejora. Películas comerciales en Centros
Comerciales, actividad física confinada a claustrofóbicos gimnasios con olor a
sudor, librerías repletas de bestsellers evasivos que permiten alejarse de la triste
realidad, ciudades de vacaciones homologadas por sellos de calidad,
restaurantes franquiciados que atentan contra el buen gusto, triunfitos que lo
dan todo berreando en las emisoras cual plañideras, equipos de fútbol que
funcionan como empresas ajenos a los anhelos de cualquier afición.
Así me encontraba yo, a punto de doblar la rodilla, cuando
un hecho me hizo ver la vida desde otra perspectiva. Una comida excelente, pero
no creo que dentro de mucho tiempo sea la cuestión que más recuerde de la cena.
El interés constante de la cocina por conocer nuestros comentarios nos hizo
sentir que el cliente en ese restaurante adquiere el papel protagonista que
jamás debió perder. El entusiasmo y tensión del camarero a la hora de explicar
los platos nos transmitía la inocencia y la pasión por la cocina que habíamos
olvidado, al menos desde la época del maestro David Plato en la sala de El Trasgo. Abrir la curiosidad del comensal por un plato, crear ansiedad de probar
aquellas descripciones, sentir el dolor de desprenderse de esa obra que sale de
la cocina son tareas complejísimas que disfrutábamos con David, y que ya
creíamos perdidas para siempre. Ver trabajar a un equipo como vi la otra noche
me llenó de optimismo más que el propio resultado de su trabajo. Acudí al
Asador Campo del toro con buenas expectativas, pero salí superado por todo lo
que ahí se cuece. Que un equipo de cocina y uno de sala no se presenten
ansiosos por sacarle los cuartos al cliente ya es algo increíble en nuestra
ciudad, pero que permanezcan nerviosos y expectantes por ver la reacción de los
clientes ante el fruto de su trabajo, ya es un milagro. Y vaya fruto.
Que una revelación de tal calibre la encuentre en un asador
netamente taurino no deja de ser paradójico, pues el mundo del toro y yo nos
peleamos hace unos años y cada cual siguió su camino sin molestarnos el uno al
otro. No es que fuera un aficionado muy militante, pero disfruté de unas
cuantas corridas bien a gusto. Los años fueron pasando y la sensibilidad ante
la crueldad contra los animales aumentó. Y lo hizo tanto, que me hice la
promesa de no alimentar la industria del toro acudiendo a sus festejos. Años
llevaba sin volver a las inmediaciones de La Misericordia hasta el sábado que
decidí acudir, en buena compañía, a este castizo establecimiento.
Nada más sentarnos en la enorme y bien presentada mesa, una
de las mejores cartas de vinos de Zaragoza cayó en mis manos. No faltaban
referencias de casi todos los rincones de nuestra piel de toro. Así que con la
aprobación de nuestro camarero fuimos regando los diversos platos a base de
Calatayud. Comenzamos por el emergente Nietro y, al animarnos, continuamos con
varias botellas de su hermano mayor, el curiosísimo Alquez. Presenta, éste
último, una evolución que revela su viveza. Un tratamiento así de la garnacha
vuelve a situar entre las grandes a esta D.O., que últimamente estaba cayendo
puntos en mi guía particular. Un reencuentro muy afortunado.
Cubiertos, vajillas, copas y mantelería de bastante nivel y
buen gusto vistieron nuestra mesa circular. Por supuesto, hubo cambio de
servicios y de copas con cada nueva propuesta. Pero, será por obsesión
personal, lo más destacable fue el tratamiento del pan, que se sirvió siempre
caliente y se reponía sin necesidad de solicitarlo.
El menú elegido para aquella noche era el presentado para Zaragoza Gastronómica, que consistía en dos generosos aperitivos, tres
contundentes platos y un excesivo postre. Ahí van las descripciones de los
mismos. Es de las raras veces que todavía me relamo al ver las fotografías.
El buñuelo cremoso de cocido sobre nido de patata y cebolla
rompió el hielo ante los comensales, que estábamos muertos de hambre tras una
fructífera tarde. Por ello, los bocaditos rebozados desaparecieron en un
santiamén junto a las tiritas de cebolla crujiente que los acompañaba. Muy buena
presentación y puesta en escena que preludiaba lo que llegaría después.
Me sentí ignorante y culpable por no haber caído nunca en la
combinación que llegó como segundo aperitivo: el foie y el queso. Dos elementos
extraordinarios por separado, que incrementan sus matices al fundir sus
cuerpos. Y si además incluimos en la ecuación el dulzor y la acidez de la
ciruela el resultado es, sencillamente, excelente y simple. Alta cocina a base
de sencillez y buen producto. La estética del plato no necesita defensa alguna,
pues se trató del bocado más estético de la noche. Todos los sentidos se ponen
en alerta ante su presencia.
De la propuesta de arroz merece destacar la originalidad:
arroz cremoso con canelón de pollo de corral, trufa y polvo de arroz. Una base
del tipo risotto bien trabada a base de verduras frescas y panceta, albergaba
un cilindro de pollo de corral que suponía la explosión de sabor del plato. Por
separado el arroz quedaba algo soso, pero al romper las jugosas fibras del ave
y mezclarlas en él, se integraban todos los sabores con un refinamiento
notable. El olor de la trufa, el sabor de la carne de ave, la textura del
arroz, el contraste cromático de todos los elementos y el crujiente del polvo
esparcido por encima logra con creces la intención de su creador: activar los
cinco sentidos.
El pescado no obtuvo el premio a la fotogenia, pero sí que
contenía un secreto del que poco se puede transmitir con palabras. Se trataba
de un Bacalao a la parrilla con ajo tierno y crema de huevo. El punto del
bacalao era el óptimo. No estaba crudo, pero se podía laminar fácilmente con la
pala de pescado. El interior aparecía jugoso y el desalado no fue extremo, como
parece estar de moda hoy en día. El ajo tierno estaba tratado como si fuesen
cenizas. Casi carbonizado por el fuego, se aprovechó su color para destacar la
claridad del resto. Poco aporta como sabor con ese tratamiento, pero imagino
que la intención era la de contrastar colores. La sorpresa del plato llegó con
su base. En forma de puré, más que de crema, aparecía el huevo diluido en el
fumet extraido del asado del bacalao. Huevo y mar en forma de crema. Ahí fue la
primera vez que el camarero estuvo al quite del pan, a todas luces necesario
para disfrutar por completo el plato.
La cena se remató con una contundente paletilla de ternasco
de Aragón deshuesada con láminas de patata. Quien crea que ya estaba todo visto
en el mundo del ternasco está muy equivocado. Un asado extraordinariamente
jugoso, deshuese completo de la pieza, reconstrucción geométrica de la misma y
guarnecido con unas patatas laminadas en forma de chips, pero delicadamente
asadas en forma de milhojas. Todo el conjunto napado con una espesa salsa fruto
de la reducción de los jugos del propio asado. El toque de color lo aportaba
una hojita de lechuga, que a mi entender sobraba, pero que añadía alegría al
plato y lanzaba un guiño nostálgico al tradicional ternasco asado con patatas y
ensalada para compartir.
El postre apareció sobre la mesa como la vedette principal
de un cabaret. Como colofón y no como invitada por la puerta de atrás. Una
explosión dulce no exenta de fantasía y originalidad. La torrija casera con
guirlache, trufa, gelatina de fresas y almendra molida fue un homenaje a la
infancia de mi generación. Antes de la aparición del Bollicao, los niños
merendábamos entre el dulce del guirlache y el amargo del chocolate. Aquí
aparecen escoltando a una recreación de la torrija con azúcar y canela de las
abuelas. Sólo faltaba el turrón, pero su ausencia fue suplida con éxito por el
polvo de almendras que había diluviado sobre el plato. Es cierto que los
dientes se quedaban pegados por el caramelo, pero no lo suficiente para evitar
que se escapase una sonrisa a cada bocado evocador de nuestros mejores años.
Todo lo que tú digas, pero para los tiempo que corren, carísimooooooooo!!!!
ResponderEliminarAcabo de descubrir tu blog. Me encanta la pasión con la que describes los platos. Me he apuntado algunos sitios de los que he podido leer en tus críticas para visitarlos próximamente, pero éste no será uno de ellos. Cuando unos meses después de esta crítica se presentó el certamen "Aragón con Gusto", este establecimiento presentó un menú casi calcado al que has descrito, que yo recomendé en mi blog antes de probarlo (por su propuesta tan económica y casi poética). Cuando lo probé, la decepción fue mayúscula. Las fotos de los platos que me pusieron, no se parecen en nada a los de tu blog. Puede que yo sea mal fotógrafo, pero te aseguro que la comida fue lamentable. Si por curiosidad lo quieres mirar, puedes hacerlo en mi blog www.ivanescomer.blogspot.com
ResponderEliminarNo escribo tan bien como tú, pero tengo gran pasión por la comida, ya sea en un restaurante de 3 estrellas Michelín, o con un buen bocadillo en un bar cochambroso.
Hace 2 semanas quedé fatal al invitar a familiares a este local. A pesar de lo exiguo de la carta no tenían el tartar de salmón ni el petalos del bierzo que en ella figuraban.
ResponderEliminarDos platos de supuesto jabugo por 40 euros cortado de la peor manera posible, Tal vez por lo seco que estaba. Experiencia lamentable en general dados los 54€ por persona que pagamos.
Hace 2 semanas quedé fatal al invitar a unos familiares a cenar en este establecimiento. Empezamos con un supuesto jabugo para picoteo a 40€ para 6 personas. El precio es secundario cuando se trata de disfrutar, pero si te ponen un jamón reseco cortado de la peor forma posible... A pesar de lo exiguo de la carta dió la casualidad que no tenían ni el tartar de salmón que yo pedí ni el vino que elegí en primera opción. 54€ por persona sin incluir postres es realmente demasiado para lo que nos sirvieron. La sola nota positiva fue la voluntariedad del servicio.
ResponderEliminarRelación calidad-precio deficiente.
ResponderEliminarBuena imagen y trato inicial de amigos pero a la hora de cumplir, deja que desear. Si los platos no dan la talla, es injusto que se cobren como buenos.
Sorpresa desagradable en la factura.
Con lo que cobran se puede comer muchísimo mejor sin ir mas lejos.
Anselmito Luis
Anselmito Luis