Migas apañadas con setas. Un privilegio en un menú del día |
Si hay un establecimiento que
forma parte de todas las rutas turísticas por nuestra ciudad, éste es, sin duda
La Miguería. Todo
visitante que se informe acerca de nuestras comidas típicas encontrará muchas
referencias que le llevarán a un plato de migas. Con permiso del ternasco se
trata del plato aragonés por excelencia. Pero no es precisamente a los turistas
a quienes quiero hoy recomendar esta visita, sino al indígena desmemoriado,
pues hace ya tiempo que esta elaboración se está alejando tristemente de
nuestras mesas. En la calle Estébanes 4, en pleno corazón de El Tubo, podemos
reencontrarnos con uno de nuestros más sabrosos manjares. Se trata de una
cocina que las trabaja desde el mayor respeto a la tradición, pero con una
importante vocación innovadora. Sobre una base de migas tradicionales se
trabajan elementos de lo más variopinto, y el experimento ha resultado exitoso,
a la vista de la enorme parroquia de adictos que lo frecuenta.
Local moderno, espacioso y con los buenos productos a la vista |
Aunque sus orígenes remotos se
hunden en la tradición culinaria de Al Andalus, parece ser que se instauró como
una receta de supervivencia para los pastores. Pan duro e ingredientes que se
conservaban bien, como el tocino o los embutidos, eran los compañeros perfectos
para las largas caminatas por los caminos. Con la cristianización, a golpe de
espada, de los territorios peninsulares se agregaron los ingredientes
provenientes del cerdo, como signo de distinción con el mundo islámico y judío.
Cierto es que se va a producir una diferenciación local de las migas que da
lugar, hoy en día, a mucha controversia, en la que este insecto, de natural
calmado, no va a entrar. A la mosca le gustan todas. De las hipercalóricas
extremeñas a las más ligeras aragonesas, de las elaboradas a base de harina a
las paneras, de las que aportan pescados a las que se fundamentan en frutas y
verduras. Todas resultan exquisitas si se trabajan con mimo y sin racanear
sustancia. Las encontramos crujientes y secas, o más húmedas y redondas;
suavizadas con patata o huevo o acentuadas con pimentón. Partamos de la base de
que ninguna de ellas tiene el privilegio de la receta original. No se trata de
discutir cuáles son las ortodoxas, sino de poder disfrutarlas todas en el lugar
en el que han evolucionado. Ni que decir tiene, que en La Miguería las trabajan
bajo las directrices en las que pasaron del zurrón del pastor a la mesa de los
pueblos aragoneses y, finalmente, de ésta a la capital, en especial, a causa
del éxodo rural de los años sesenta. El siglo XXI ha supuesto el salto
cualitativo de ver las migas en la carta de un restaurante con gusto, que no
sea un teatrillo donde los camareros trabajan disfrazados y las jotas se repiten
hasta la extenuación. Hoy las encontramos en un local moderno que nos ofrece un
repertorio amplio basado en los buenos ingredientes y vinos de la tierra.
Pese a ser fabulosas, las migas
de este restaurante de El Tubo tienen poco misterio. Como casi todo lo que vale
la pena en esta vida son sencillas y honestas. No se opta por la crujiente miga
castellana, sino más bien por la que conserva un poco de humedad. El apaño no
es demasiado grasiento, quedando más bien ligeras. Y el ingrediente principal
con el que se acompañarán se deja al gusto del consumidor entre un amplio
abanico de posibilidades. Las hay para todos los gustos, desde las humildes de
uva y melón; pasando por las típicas con huevo frito o por todo tipo de carnes,
embutidos y pescados; hasta llegar a las originales migas con chocolate.
Un primer plano de los callos de ternera lo explica todo |
Además de todas las opciones más
allá de las migas, el comensal puede optar por platos complejos, ensaladas, excelentes
carpaccios, raciones y tostadas, pero la opción que traigo aquí es la que me
parece más acertada, se trata de su menú del día, compuesto por unas migas a
elegir entre siete posibilidades, un plato principal importante y un postre de
la casa. Acompañado por el pan y una copa de vino sale por menos de diez
eurillos, que para los tiempos duros que corren es un precio más que competitivo.
Daremos una vuelta por el menú que disfruté en mi última visita para comprobar
la dignidad con la que se trabaja en La Miguería.
Migas con setas |
Como acudimos dos comensales tete a tete, pedimos dos tipos distintos
de migas para comenzar. Unas iban acompañadas de huevo frito y otras de setas.
Bastó con una primera cucharada para mirarnos a los ojos y sonreír. No
recordábamos el tiempo que llevábamos sin probar aquello. Nos resultó tan
imperdonable que tratamos de descubrir el porqué del retroceso de este plato en
nuestras mesas. La moda de nuevas comidas que se van tan rápido como llegan a
nuestras mesas y barras; la dictadura cultural de la globalización que todo lo
homogeniza y contamina; las prisas y abusos de ensaladas y planchas en nuestros
hogares; el rechazo injustificado al valor de lo tradicional mientras
regresamos a ello en otras facetas (va por ti, Gallardón, quién te ha visto y
quién te ve); pero sobre todo la pésima calidad de nuestros panes, que hace
inviable aprovecharlo ni como comida para los cerdos. No sé la razón que lo
explica, pero sí sé que lo lamentaremos a no mucho tardar.
Migas con huevo frito |
Las de setas nos metieron de
cabeza en un ambiente otoñal. Fue como caminar entre los bosques. No piense el
lector que desconozco el origen de cultivo de casi todas setas, pero si son de
calidad, bienvenidas sean. Más intenso fue el poso que dejaron las migas con
huevo. Esas me llevaron a la mesa familiar de mi infancia, cuando mi abuela
sacaba la enorme sartén de migas que devorábamos a cucharadas en el propio
recipiente en el que se habían cocinado. Ya sé que sería descabellado e
impracticable comerlas así en un buen restaurante, pero la memoria juega estas
pasadas. Deliciosas, suaves, recién hechas, exhalando la última humedad que las
reblandeció e hidrató, recibiendo la calidez de una buena yema naranja.
Aquellos platos que literalmente volaron, nos emocionaron y nos hicieron reír.
¿Qué más se puede pedir?
Pero la cosa no terminó ahí,
llegaban los principales. Y ya que estábamos ambientados
en el mundo de la tradición, optamos por dos de los platos con más raigambre
popular, las carrilleras de ibérico y los callos de ternera.
Carrillera de ibérico |
Aunque se trate de un ingrediente
que en los últimos tiempos ha llegado a la categoría de moda, las carrilleras
han estado presentes desde siempre en las buenas cocinas. No hay otro secreto
para su buen manejo que el de acertar en su punto de cocinado. Un guiso que no
deshaga las fibras, pero que las deje tiernas, un sellado inicial que proteja
sus jugos y un manejo de los tiempos que permita conservar el interior
sonrosado y sabroso. El plato propuesto por La Miguería supera todas las
pruebas, y de propina nos regala una salsa de acompañamiento de libro, en la
que brilla el tomate y la zanahoria respetando la integridad del ingrediente principal.
Callos de ternera |
Los callos de ternera se trabajan
con el mismo acierto, pero de un modo más original. Se potencia el sabor del
plato añadiendo a los callos la contundencia del chorizo y del jamón. Además se
opta por aligerar la típica salsa, que aparece en forma de caldo bien
condimentado con pimentón. Personalmente prefiero disfrutar de las gelatinas de
los callos en su estado más natural, pero sería una injusticia no valorar el
intento de crear algo, y ciertamente interesante.
Requesón con confitura de tomate |
Si la valoración hasta el momento
era excelente, en la hora de los postres, el restaurante remató la faena. Todas
las propuestas nos alegraron los oídos, pero al advertir la presencia de
requesón con confitura de tomate, no hizo falta escuchar más. La ración era
generosa en exceso después de platos tan sustanciosos, aunque no quedo ni
huella de ella sobre el plato. Aunque el acompañamiento, una confitura
demasiado golosa, no estuvo al nivel que generalmente alcanza la miel, le
aportó al plato vistosidad y elegancia.
Un menú de nivel muy alto |
Un lugar para recomendar al visitante, pero sobre todo para recuperar la memoria de una cocina que jamás debió alejarse de nuestras mesas. Y si además lo hace con tanto gusto y con un toque tan innovador, el lector no saldrá defraudado.
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