Con un nombre en clave de lucha, la batalla está ganada |
Los devotos de todo lo que tenga
que ver con México estamos de enhorabuena. Para comprender la alegría que me
llevé al oír hablar de este nuevo restaurante, debo advertir que esta mosca
tuvo el privilegio ver pelear juntos a El Hijo del Santo y a Blue Damon Jr.
sobre la lona del Toreo de Cuatro Caminos, en el ya lejano 2007. Así que nadie
se extrañará del subidón que me dio al enterarme de que en la calle Princesa
acaba de abrir sus puertas La Quebradora, un enorme restaurante con
especialidades y decoración del país lindo y querido. Tiene nombre de llave de
lucha y sabor muy, muy mexicano. Las referencias a los colores de su bandera, a
sus productos gastronómicos y a toda la iconografía de la lucha mexicana logran
un ambiente de lo más propicio, pero eso no lo es todo cuando se habla de los
asuntos del comer. El establecimiento superó con creces las expectativas que
los moscardones esperaban antes de la visita, que tuvo lugar dos días antes de
terminar con el casi difunto 2013.
Iconografía mexicana desde la puerta de entrada |
Hacia el céntrico lugar nos
dirigimos para comprobar si La Quebradora era un intento frustrado más de abrir
un restaurante mexicano en la capital del Ebro o, por el contrario, tenía la
calidad suficiente para quedarse y competir con el único que hasta ahora ha
demostrado autenticidad y solvencia por estos lares, El Mesón de Jalisco de la
calle Escoriaza y Fabro. La escasez de lugares donde comerse unos buenos
chilaquiles acompañados de una michelada bien fría, me han llevado a tener que
superar mi nostalgia mexicana a base de colocarme, siempre en la intimidad, las
máscaras de lucha que guardo como oro en paño, y a leer con fruición los
artículos que la revista Chilango tiene a bien colgar en Internet. El güerito
que escribe estas líneas tiene su corazón fresita, que debe alimentar con mimo
para no caer en la más profunda desesperación y huir de la cutrez que tantas
veces nos rodea. La Quebradora ha llegado para llenar ese vacío imperdonable en
la ciudad. Aunque la visita mereció la pena de verdad, es necesario señalar que
la magnitud de lo que ahí se guisa puede ser todavía mayor, pues se nos
reconoció que muchos de los platos de la carta se habían agotado debido a la
gran afluencia de clientes de los días anteriores. La curiosidad de los
comedores maños es insaciable, y la ocasión lo merece.
Michelada de Pacífico. Avivando recuerdos. |
Para comenzar, nos encontramos
con una clara declaración de intenciones en el apartado de bebidas. Tienen un
repertorio de cervezas mexicanas entre las que se encontraban mis favoritas, la
Pacífico y la Negra Modelo, ¿qué más se puede pedir? Pues que vengan en versión
chelada o michelada. Media década sin catarlas así es demasiado tiempo. Lo
comprendí cuando el primer trago excitó mi garganta. Un cosquilleo por todo el
cuerpo me advirtió de que algo importante no tardaría en llegar a la mesa.
Los primeros tragos los acompañamos
con las Patatas DF bien especiadas al estilo cajún, que venían acompañadas de
una mayonesa de chipotle. Los sabores intensos y especiados de las patatas
fritas, cortadas en gruesos gajos, iban metiéndonos en harina. El chipotle se
introdujo en la salsa de forma muy matizada, pero aun así fue necesaria la
ayuda de la primera Pacífico para disfrutarla a gusto.
Los Tacos de alambre de ternera
llegaron a continuación. Sobre una plancha caliente terminaba de saltearse la
carne con el pimiento, la cebolla y el queso. Las tortillas de trigo se sirven
en un envase hermético para conservar la temperatura. Tanto los ingredientes,
como la plancha y las tortillas mostraban una limpieza extrema. Algo muy
difícil de encontrar en las taquerías del DF. Pero no por ello perdieron el
sabor cantinero que reclama el producto.
El tema del picante lo solucionan
sirviéndolo aparte a través de tres salsas graduadas. Para noveles, para
iniciados y la mía, la de los graduados en enchilamento. Así que ser trata de
un plato para disfrutar, ya se trate de comedores experimentados todoterrenos,
o de los que todavía deben educarse en el arte del buen picante. Nos divertimos
rulando los tacos, y comprobamos que la cantidad era la apropiada para elaborar
cuatro enormes piezas, y que hubiera dado para más si no fuésemos unos
enamorados del taco barrigudo bien relleno.
No se tratará de alta cocina,
pero se le parece mucho. Esta reflexión nos surgió cuando apareció el plato de
Enchiladas verdes. En cuántos restaurantes de postín hemos comido platos menos
elaborados y acertados, hemos pagado un riñón por ellos, y nos hemos ido sin
pena ni gloria, nos preguntamos. Las
tortillas rellenas de pollo deshebrado descansaban bajo un manto de excelente
salsa verde, que desprendía una acidez que contrastaba con el dulzor de la
cebolla bien pochada. Sobre la salsa aparecía una costra de aromático queso
gratinado, y el conjunto venía coronado por un napado de crema y queso fresco
de lo más acertado. No había vuelto a ver un plato mexicano tan escandalosamente
suculento desde las burbujeantes enchiladas del centenario Café de Tacuba.
Para continuar con el repertorio
tradicional, y ya que no disponían aquel día de guacamole ni de ceviche, nos
decidimos por el Mole poblano. Gruesas tiras asadas de pollo venían guarnecidas
por un sofrito de pimientos y cebolla y por una buena ración de arroz blanco en
la que poder empapar la salsa. Aquí el restaurante hace una concesión al
público español, siempre temeroso de probar algo nuevo, y que nos llevó a poner
la única nota discordante en aquella comida. La cantidad de mole era
extremadamente pequeña. Es cierto que servir el pollo inundado de salsa al modo
poblano sería muy violento para paladares poco educados en el tema, pero lo
cierto es que nosotros deseábamos acabar saturados de la veintena larga de
especias que componen el mole. Si bien la cantidad nos defraudó, la calidad era
magnífica. Los aromas del chocolate inundaron el ambiente, y el resto de las
especias nos trasladó a nostálgicos viajes del pasado. El mole estaba en su
punto adecuado de espesura y potencia. No quedó duda alguna de la buena mano
que maneja los fogones.
Vaya si nos atrevimos... |
En la hora de los postres, La
Quebradora no rebaja sus aspiraciones. Se elaboran y componen en el momento y
se presentan con la dignidad que merece un gran plato. Mi especial afición a
los dulces mexicanos se generó en los mostradores de galletas y dulces del
Garabatos de la avenida Presidente Masaryk en Polanco. Los dulces momentos
pasados ante sus pasteles crearon una adicción en mí de magnitudes
pantagruélicas. Si algo saqué en claro de aquellos excesos de glucosa es que en
México, los dulces no son un aspecto menor. Así lo entienden en el
establecimiento que atacamos hoy. Aunque varios se habían caído de la carta
aquel día, los que pudimos probar eran de un nivel importante. Lástima no haber
podido curiosear las croquetas de coco con granizado de papaya y mango, y
crujiente de piña. Será para otra ocasión.
El primer postre fue una Crêpe de
chocolate combinada con frutas en distintas texturas, como una densa gelatina,
una crema suave y una confitura ligera. El chocolate y la fruta son excelentes
compañeros, y con el añadido del contraste de temperaturas, se logra un postre
goloso y curioso.
El Flan de chocolate todavía nos
alegró más el fin de fiesta. En este plato destaca el punto óptimo de entereza
que se ha logrado. El flan no sólo se mantiene en pie, sino que presenta un
cuerpo poderoso que lo acerca más al pudding que a nuestros gelatinosos flanes.
El chocolate, siendo intenso, deja llevar la voz cantante al huevo. No hay duda
de qué es lo que se está comiendo, pues normalmente todas las elaboraciones con
chocolate acaban sabiendo más o menos a lo mismo, y este no es el caso. Es un
flan como la copa de un pino, y menudo flan...
Pero el postre más agradecido fue el último en
salir. Bajo el nombre de Platanitos fritos apareció un montaje gracioso y,
lamentablemente, poco utilizado fuera del ámbito americano. Las pequeñas piezas
de fruta vienen rebozadas y fritas en el interior de un cazo de freidora. Junto
a él, dos botes de salsear que contienen nata y confitura de fresa, permiten
que el comensal los disfrute a su gusto.
Toda la comida resultó de un
nivel alto, en tanto que la bebida supuso un reencuentro feliz. Hemos visto
nacer una esperanza en Zaragoza. Una cocina alegre que ayude a superar los
malos vientos que nos acechan. Una promesa del enchilamiento que tanto
necesitamos, a ver si nos hace reaccionar de una vez. Me despido entonando un
"¡Viva México, cabrones!", con el Tequila aromatizado con chocolate y
canela, gentileza de la casa, en la mano. Lector, apunta la cita en la
gastroagenda, porque La Quebradora es una novedad que
promete convertirse en uno de los imprescindibles.
Con photocall incluido. ¡Que no falte de nada! |
Gracias por la crónica, cuando vuelva a Zaragoza, iré a probarlo.
ResponderEliminareres un palero
ResponderEliminarCuanto te han pagado por el chiste chaval? Me sorprende que puedas decir que la comida es buena como si se tratase de la verdadera y oroginal comida mejicana, si se supone que has estado en mejico debes de saber que la comida de la quebardora es mala y la atencion al cliente es pesima y pr no decir lo que tardan en servir los platillos. Este restaurante si que sabe usar bien internet pero para escribirse para ellos mismos buenas notas y comentarios como en tripadvisor o aqui simplemente. Palero!!
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