Nace una iniciativa con serias aspiraciones en el centro de la ciudad |
Definitivo, como este nuevo restaurante de la calle Santiago
no triunfe en su aventura culinaria comenzaré a creer en la idea de los locales
malditos. No soy una mosca muy dada al esoterismo, pero lo que le viene pasando
a este local, aparentemente ideal para la restauración, es cuanto menos
inquietante. Sólo la vecindad con el tan malcarado como poco querido Delegado
de Gobierno puede explicar racionalmente este gafe que lleva consigo el local.
En los últimos años han echado las persianas el digno Smouk, en su primera
ubicación, y el brillante Mery Limon, que alegraba la zona con sus propuestas.
En esta ocasión, esperemos que definitiva, arranca bajo la denominación de La
Temporada, capitaneada desde la cocina por la mano del trotamundos Luis Lobato.
La iniciativa llega con fuerza para competir en el centro de la capital del
Ebro. Basta decir que en el tramo de calle que lleva desde Don Jaime hasta la siempre
tétrica Delegación de Gobierno se pueden contar ocho establecimientos en apenas
cincuenta metros. Los hay de toda condición: arrocería, pizzería, bocadillería,
regionales, indefinidos, pero ninguno del nivel y aspiración de La Temporada.
La calle Santiago es un hervidero gastronómico |
Nace con una clara vocación de respeto al producto local y a
la calidad en sus presentaciones. Vemos desfilar por su carta productos frescos
de la huerta, carnes tan nuestras como el cerdo blanco turolense, la ternera
del Pirineo o el ternasco, pescados de tradición como el bacalao o la trucha y
peculiaridades tristemente olvidadas como la casquería o las ancas de rana. El
tratamiento de los mismos entraría dentro de los parámetros de la cocina
moderna, pero sin llegar al extremo de desintegrar la excelente materia prima a
los pies de la diosa técnica vanguardista. Son tan destacables las
composiciones en las presentaciones, el cuidado en las guarniciones y la
autenticidad de las salsas, como lo ajustado del precio del menú. A la vista
del nivel de los ingredientes y de la laboriosidad de los platos, un menú de 18
euros supone la cuadratura del círculo. Trabajar con márgenes tan reducidos
incrementa el riesgo de manera exponencial, pero dados los tiempos que corren,
es cierto que no hay mejor manera de llevar clientes a la mesa. Una apuesta
fuerte y valiente a la que deseamos suerte los aficionados que habitamos la
zona, por la cuenta que nos trae.
La mesa redonda, nuestra preferida |
Quien conociese el local en cualquiera de sus anteriores
versiones se sorprenderá con las transformaciones del comedor. Básicamente se
ha alegrado la sala subterránea a base de colores más vivos y madera, frente al
dominio del elegante negro anterior. La disposición en mesas alargadas continúa
siendo la misma, pero se ha respetado la excepcional mesa redonda que, como no
podía ser de otra manera, tuvimos la suerte de disfrutar. El espacio es amplio
y el ambiente tranquilo que posibilita la práctica de la filosofía slow food,
con la que coquetea el restaurante. Cualquiera puede imaginar sentado en sus
cinematográticos rincones a un personaje montalvaniano acechando y escudriñando
los secretos que puede esconder un plato, junto a otra mesa donde Woody Allen
dicta sus teorías sobre el ser humano a su círculo de personajes enloquecidos.
Tiene el mejor de los ambientes para grandes escenas. Descender las escaleras
de La Temporada supone cruzar los límites que separan el mundo real y feo de
otro tantas veces soñado y buscado. Baje el lector a verlo, que vale la pena.
El menú que hoy queremos traer aquí
fue degustado por cinco de los más asquerosamente tiquismiquis moscardones del grupo. Ávidos
ante el reclamo, nos presentamos en La Temporada con la malsana intención de
hacer la prueba del algodón, y éste salió prácticamente inmaculado. El nivel de
la cocina y del personal de sala es elevadísimo, la ubicación, decoración e
iluminación impecables, el precio muy ajustado y la alegría de la propuesta de
menú muy de agradecer. El único aspecto en el que todos estuvimos de acuerdo
que es manifiestamente mejorable es el tema del ritmo, indiscutiblemente slow.
Y es una pena, no por el tiempo en sí, que es algo intrínsecamente subjetivo,
sino porque los platos se ven afectados en sus puntos y temperaturas de
servicio. Pero basta ya de palabreríos y vamos a centrarnos en lo que ahí
vivimos en un mediodía sabatino del recién estrenado verano. Lo haremos
comentando e ilustrando algunos de los platos más representativos del menú que
permitirán hacerse una idea al lector de lo que ahí se guisa.
El grupo gastronómico-festivo agradeció sobremanera el
aperitivo de la casa presentado en el momento de tomar la comanda. Unos mini
volovanes con carambullo de ensaladilla de marisco de nombre japonés fueron
devorados mientras se descorchaba el vino que incluía el menú, un clásico Viña
Oria, que nos acompañó toda la comida. El restaurante hace alarde de buen gusto
a la hora de presentar el pan, que aparece en forma de panecillos introducidos
en unos graciosos saquitos harineros. Dignos pan y vino que atacamos sin piedad
al alargarse demasiado la espera de los ansiados entrantes.
Ñoquis con salsa de Boletus Pinícola |
El primer entrante que salió de la cocina fueron los ñoquis
con salsa de Boletus Pinícola. Quizá fuese el plato menos original que elegimos,
pero resultó el más sorprendente y agradecido. En la elasticidad de la pasta de
patata apreciamos el alto nivel de la cocina. Es difícil encontrar el punto de
los ñoquis fuera de los sitios de confianza. Cansados estamos de esas bolitas
que se deshacen en la boca, dejando un correoso regusto a mal puré de patatas,
o de esas extrañas formas inmasticables que venden embolsadas en los
supermercados. Aquí estaban como tienen que estar, ofreciendo la resistencia adecuada
entre los dientes. Fue todo un placer comerlos uno a uno mientras desprendían
los sabores minerales de la salsa de Boletus de pinar. Al fin alguien que lo
diferencia del Edulis, que por lo visto viste más. Éste era Pinícola, y a mucha
honra.
Caldereta de pulpitos con patata vieja de Cella |
Es una pena que, a estas alturas, todavía tengamos que
promocionar las bondades de la patata de Cella en nuestra tierra, pero ya se
sabe que nadie es profeta en su tierra y a éste tubérculo le pasa algo
parecido. Recomendamos acudir a una de las ferias anuales de la patata que se
celebran en Cella en el mes de septiembre, para no volver a ver a este humilde
ingrediente con los mismos ojos. Esta variedad, la agria, es ideal para la
fritura por sus niveles medios de concentración de agua y azúcares, pero en La
Temporada optaron por su guiso con un ingrediente un tanto curioso, los
pulpitos. La caldereta estaba muy bien trabajada, pues se aprovechó la fécula
de la patata para espesar un caldo muy intenso y contundente, de esos que
resultan necesarios en el frío invierno y concupiscentes en los bochornosos
estíos. Las verduras de la huerta, que son marca de la casa, redondearon un
plato sabroso en extremo.
Ensaladilla con ancas de rana entomatadas |
Otro de los entrantes que destacaba por su originalidad
fueron las ancas de rana. Que venían presentadas sobre un gran vaso repleto de
ensalada. Todo endeble y picajoso que se ha vuelto el espíritu moderno se deja
aparcado ante unas ancas a las que chuparles los huesecillos. Parece que se
despierta nuestro pasado olvidado, y un resorte salta en el interior. Son demasiadas
generaciones de chavales recorriendo acequias en busca del preciado tesoro,
para olvidarlas de repente. Lo cierto es que, con todo el deleite que sentimos
al comer los muslitos, el acompañamiento nos dejó un poco fríos y confusos. Dejar
la carne blanca del batracio sin un buen apaño es correr el riesgo de caer en
lo insulso. No comprendimos la ensalada tan cargada de zanahoria troceada, como
desnuda del entomatado prometido en el menú.
Bacalao a la calandina |
Por ir de sutil a contundente comenzaremos el capítulo de
los principales por el bacalao a la calandina. Un generoso lecho de verduras al
dente troceadas en minúsculos cubos alojaba un grueso lomo de bacalao desalado
cubierto de una potente salsa de tinta de calamar. El bacalao estaba en el
jugoso punto en el que las láminas se separan con facilidad, y con un desalado
moderado muy de agradecer. La salsa oscura es tan intensa que se corre el
riesgo de que domine al resto, lo cual se puede evitar repartiéndola entre la
guarnición. Sabores de mar y huerta tan propios de nuestra tradición, la de un
interior riguroso que sueña con las olas. Plato destacable que promete nuevos
bacalaos legendarios en la misma mesa. Ya sabemos que el ajoarriero es
delicioso, pero tampoco es delito renovar un poco el repertorio.
Presa de cerdo D.O. Teruel confitado con jarabe de soja y calabacines |
El elegido por aclamación popular como el mejor plato de
carne de aquel día fue la presa confitada con jarabe de soja y calabacín. La
combinación de elementos resultó muy equilibrada porque dejaba el protagonismo
a una carne excelente, muy bien tratada y mejor cortada. Ya era hora de que se
valore el corte de la carne como un aspecto tan importante como su conservación
o su cocinado. Con un punto muy acertado, hay quien dirá que estaba poco hecha,
el interior se mostraba jugoso y sonrosado. La salsa de soja, que tantos platos
arruina cuando se vierte con demasiada alegría, aparece aquí como un toque
potente pero alejado a la carne, para quien la quiera utilizar al gusto. El
calabacín, más estético que otra cosa, añadió elegancia a un plato de un nivel
elevadísimo.
Codillo de cerdo D.O. Teruel en su jugo con puré de patatas al AOVE del Bajo Aragón |
Por último y como el elemento más contundente del menú se
nos presentó el codillo del mismo cerdo de Teruel que el del plato anterior.
Esta vez se optó por otorgar más protagonismo a la salsa potente extraída y
reducida de la propia carne, que se preparó sencillamente asada. Es cierto que
de este modo se aprecian más los matices de la carne pero, quizá por la
costumbre alemana, uno echa de menos el cocido previo al asado. La cantidad de
carne y la de salsa rozaba el exceso y casi nos planta cara a unos triperos
acostumbrados a grandes yantares, imposibles de digerir para cuerpos débiles y
endebles. Ni que decir tiene que tuvimos que pedir algún panecillo más para no
desaprovechar una salsa de ensueño.
En el capítulo de los postres se continuó con el argumento
de productos de calidad y juegos entre la tradición recuperada y las nuevas
propuestas culinarias. Pedimos un postre diferente para cada uno del quinteto
canalla con la intención de catarlos todos y hacernos una idea general sobre el
trabajo que ahí se hace del dulce. El resultado fue muy satisfactorio para La
Temporada, que se apuntó un nuevo tanto en el marcador.
Helado de leche merengada con tierra de galletas caramelizadas |
Estéticamente impecable llegó desde la cocina el helado de
leche merengada con chocolate y galleta caramelizada. Recuerdos al antiguo
helado industrial de nata y chocolate crujiente que tanto añoramos los
viejunos, y que el pudor nos impide seguir comiendo en forma de empalagosos y
gruesos cortes. Pero aquí se había mejorado la receta a la que le iba de
perillas la tierra de galleta, tan poco original hoy en día como resultona.
Crema de huevo campero |
El mejor postre fue el menos vistoso. La crema de huevo
campero nos sorprendió a todos. Venía servida en copa cóctel y se trataba de
una suerte de natillas muy ligeras y casi emulsionadas con un poderoso sabor a
yema de gallina feliz. Es un hecho evidente que la calidad de los huevos
depende directamente del grado de satisfacción de las gallinas. Éstos sabían a
grano de cereal y a granja artesana. Para que luego digan que los huevos de
gallinas criadas en libertad salen caros. Para morirse de la risa, sobre todo
mientras haya quien se arriesgue a comer esos engendros aguados de yemas
blanquecinas y claras pegajosas, fruto de la tortura de productores sin
escrúpulos y de la ignorancia del comprador tacaño. Bueno, quédense quien
quiera con los óvulos de supermercado valenciano, y déjennos a los humanos los
que saben a huevo de verdad.
Mouse de yogurt a la miel de romero |
La mouse de yogurt con miel de romero dio todo el juego que
puede dar de sí. Postre ligero e ideal para poner el remate a una comida
pesada. La miel no se apoderó del lácteo, sólo se sirvió una pequeña cantidad
que añadió un toque aromático sin agredir al cremoso yogurt.
Sopa de cítricos y manzana |
El postre más original, refrescante y más acorde que el
resto con los rigores veraniegos fue la sopa de cítricos y manzana. Un helado
muy ácido aparecía navegando entre una macedonia de fruta recién troceada,
entre la que predominaban los cítricos. Un plato dulce y muy fresco que supo
romper la monotonía de los cítricos gracias al pomelo rojo, que le aportó un
gratificante amargor que actuó de contrapunto. Nos pareció un postre
aparentemente muy simple, pero tan bien concebido y elaborado que debería
conservarse en el menú durante toda la temporada de verano. Además, su colorido
pone un toque de alegría en la mesa, y eso hoy es más importante que cualquier
otra cualidad culinaria.
A modo conclusión, a este cónclave mosquero le pareció un
lugar muy digno. Uno de los buenos sitios que con algo de rodaje se impondrá
entre lo más florido de nuestro panorama urbano. El desajuste en los tiempos,
que impidió un ritmo de comida aceptable, es explicable tratándose de sus
primeras semanas de vida, y será corregido con toda seguridad, porque no se
trata ni mucho menos de falta de personal ni de su buen hacer. Parece que el
reloj que todo lo coordina se había retrasado aquel día. Los platos salían
fríos, por lo que el fallo no estaba en la cocina, que obviamente los sacaba en
su momento oportuno. El personal de sala no se mostró en ningún momento
desidioso ni sobrepasado, sino atento y dispuesto. Así que el problema se
generaba en la coordinación, que es un asunto que se mejora sólo a base de
rodar y rodar, como reza la famosa ranchera. No hay buen pescado sin espina y
esta fue la nuestra. Todo el resto honesto, arriesgado, imaginativo, bonito,
sabroso y barato. Para repetir cien veces, eso sí, cuando tenga un poco de
tiempo libre, je, je, je…
No hay comentarios:
Publicar un comentario