Desde este local se abastecen los estómagos de la Zaragoza Sur |
Quienes peinen canas suficientes
recordarán sus sobremesas infantiles acompañados de los personajes
de Mazinguer Z, el poderoso robot que nos embelesaba a toda una
generación. En mi doble visita estival a este establecimiento del
barrio de Montecanal me asaltó por sorpresa uno de los personajes de
la serie, el malvado Barón Ashler y su doble cara. No fue por la
calidad de lo que ahí se guisa, que es siempre de gran altura, sino
por el tipo de ambiente que en él se genera. Es en esta doble vida
donde el Restaurante Jena demuestra su saber hacer, aclimatándose
tanto a los gustos de la clientela joven y poco exigente
culinariamente de la tarde y noche, como a los curtidos veteranos de
comedor que lo frecuentan al mediodía.
La mosca sabe que no es justo valorar
un local por el tipo de gente que lo frecuenta, sino por la capacidad
de satisfacer a todos ellos sean quienes sean. Hay restaurantes pijos
excelentes y nefastos, como los hay familiares, informales, modernos,
exóticos, y así podemos alargar todo el repertorio hasta el
infinito. Pero lo que es verdaderamente admirable es la versatilidad
con la que el Jena es capaz de desplegarse.
Al anochecer su enorme terraza se puebla de la generación más joven |
En un mismo fin de semana visité en
dos ocasiones sus mesas y encontré dos restaurantes completamente
diferentes. La noche del viernes acudí a su famosa y enorme terraza
donde, tras una espera considerable, fui acomodado entre varios
cientos de clientes jóvenes y bulliciosos amantes de las cartas de
bocatería y pizzería. Al día siguiente regresé, pero en esta
ocasión opté por entrar al comedor a catar su menú del día entre
currelas que atestaban con sus furgonetas el aparcamiento ansiosos
por devorar los platos de comida casera que salen de la cocina. Me
consta que el Jena también dispone de una oferta de más altas
aspiraciones, que se puede degustar en un comedor diferente y
adecentado para la ocasión, pero el fin de semana no dio para más,
y quedará para una futura visita.
Montaña de ensaladilla en evidente claroscuro |
Comenzaré por reflejar mis impresiones
sobre el restaurante en versión vespertina porque me resulta más
sencillo y breve. Sabedores de los gustos de la generación que ronda
la treintena, el Jena dispone de una carta de ensaladas, bocadillos y
pizzas tan larga como poco original. No hay un detalle que se ponga
de moda en la ciudad que no habite su carta, pero tampoco encuentro
nada en ella que aporte un toque de autenticidad. La ensalada con
virutas de foie y la de rulo de cabra lo ejemplifica de maravilla.
Podemos ver desfilar hasta veintinueve tipos distintos de bocadillos
y sándwich, diecinueve de pizzas y seis tostadas. Siempre se dice
que la amplitud de una carta suele ser inversamente proporcional a la
calidad de la misma, algo en lo que suelo estar de acuerdo. Estamos
ante la excepción que confirma la regla pues todo lo que vi desfilar
a mi alrededor lucía una presencia imponente y satisfacía a la
clientela sobremanera. Las veinticuatro referencias de ensaladas y
raciones ponen la puntilla a la que podría ser la carta más larga
de Zaragoza. Hecho que, a buen seguro, agradecen los clientes a la
vista de lo que ahí se concentraba.
Pizza carbonara a la luz de la luna |
Sentados en grandes grupos, varios
centenares de recién emancipados abarrotan la terraza. Un par de
retoños por mesa berrean cual ciervos en celo exigiendo su biberón.
Ignorantes al hecho los padres comentan la última gesta del piloto
de Ferrari o del tenista mallorquín con sonoro entusiasmo. Los
remilgos ante la comida se repiten incansablemente fruto de una mala
educación culinaria doméstica. Que si yo odio el tomate, que yo no
puedo ver el queso, que me da asco el pescado… Aquí hace su agosto
la larga carta del Jena que siempre esconde una propuesta adecuada a
cada paladar inculto y torpe. Los bocadillos y pizzas, lógicamente,
no se acompañan con vino, sino con colas zero y jarras de cerveza
heladas. Tan solo pude ver dos descorches en la noche, el mío y el
de un pater familis que asistía al bullicioso encuentro con la misma
estupefacción que la mía. En un momento nuestras miradas se
cruzaron para asentirnos y reconocernos como los bichos raros de la
fiesta.
Pizza mexicana con productos más locales |
Los camareros servían las mesas con
una rapidez y un orden marcial. La atención es muy correcta en todo
momento pese al trabajo ingente que pesa sobre sus espaldas cada
noche. Aguantar decenas de conversaciones sobre decenas de embarazos
y decenas de heroicidades sobre sus bebés y mascotas debe resultar
agotador, y ahí están siempre al pie del cañón, para que luego se
hable de héroes anónimos tan a la ligera. Ahí van unos cuantos.
Nuestra elección no fue muy original,
pero sí significativa de lo que se trabaja en el Jena por la noche.
Una ración de ensaladilla y un par de pizzas fueron suficientes para
apreciar la calidad de lo que se sirve. Las fotografías que ilustran
estos bocados no hacen justicia a la realidad debido a la oscuridad
que reinaba en la terraza y a mi aversión al flash que todo lo
arruina. La ensaladilla resultó cumplidora, fresca, alejada de
ingredientes descongelados y con una destacable y espesa mayonesa de
las que no se acomplejan de su contenido en colesterol del de
siempre. Las pizzas, de base muy fina y crujiente estaban bien
surtidas. Elegimos una carbonara con nata, bacon y queso que comimos
sin los remilgos que merecería el hecho de relacionar esta
especialidad con la infame y afrancesada nata, declarada persona non
grata más allá del Rubicón. La otra fue una mexicana con
ternera, piquillos y guindillas, ingredientes, éstos últimos,
ajenos por completo a la gastronomía del país azteca, pero que nos
supo a gloria, al igual que la anterior.
Enorme ventanal del comedor |
La versión noche no da para más. Un
bar de bocadillos buenos repleto de gente que no da más valor a la
comida que a un partido de padel. Lo justito para probarlo, aburrirse
y no volver a repetir, pero el ambiente del medio día me lleva a
hacer una valoración bien distinta. El comedor estaba repleto y el
movimiento de los ágiles camareros daba una impresión de movimiento
y vitalidad al restaurante que auguraba un feliz desenlace. El
comedor es amplio y, para gozo de sus clientes, presenta una larga
fila de mesas frente a una enorme cristalera con unas vistas de
ensueño en las que ensimismarse mientras se medita sobre los platos
caseros que se ofertan en el menú, y se da cuenta de la primera copa
de un digno, pero frío, Legítimo de Cariñena, que acompañará al
comensal durante toda la comida.
Arroz trabajado con gusto y sustancia |
Nuestra comida comenzó descubriendo un
arroz cremoso de verduras que quitaba el hipo. Ya hemos hablado
varias veces de la dificultad de que un arroz de menú esté en su
punto. Una de las soluciones es proponerlo en su versión cremoso, ya
que es mucho más fácil aportarle el punto justo antes de servirlo,
evitando que el grano se pase y quede pastoso. El caldo de cocción
era sustancioso y aportó un color tostado al arroz que lo redondeó
como se aprecia en la imagen. Un plato para chuparse los dedos.
Por aquello del verano y sus calores,
la otra elección como primer plato fue la de ensalada de patata. Un
plato fresco en el que destacó el aliño a base de un excelente
aceite de oliva muy aromático y afrutado. Patatas, verduras, huevo
duro y atún formaron un refrescante plato estival que nos satisfizo
a la concurrencia.
Ensalada de patata fresca y estival |
La guarnición de los platos
principales era la misma pero, lejos de ser un hecho criticable, lo
agradecimos porque nos pareció exquisita. Unas patatas panadera
tersas y nada reblandecidas descansaban bajo un manto de all i oli,
más bien bajito de potencia, para acompañar a un cuarto de pollo
asado al horno o a unos generosos libritos rebozados y bien rellenos
de queso fundido. Ambos platos hacían las delicias de quienes
escriben estas líneas del mismo modo que lo hacían con el resto de
los numerosos comensales que abarrotaban el comedor. El muslo de
pollo estaba bien crujiente y los libritos salieron bien sellados con
un rebozado de escuela.
Pollo asado y Libritos bajo montaña de all i oli |
Un arroz con leche y un flan de huevo
caseros apuntaron el final a un menú de mucha enjundia que podría
competir con los grandes de su género en Zaragoza. Imagino que mi
alergia patológica al extrarradio de la ciudad y al género homo
que lo suele habitar me impedirán el regreso al Jena, pero no por
ello dejo de recomendarlo como indispensable para deleitarse con un
buen menú en la comida o, si se prefiere acudir a la terraza
nocturna, vivir una inmersión sociológica que explica muchas de
carencias que sufrimos en estos tiempos tan modorros.
Postres caseros de verdad que entonan la nota dulce al asunto |
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