Ingredientes frescos a cara descubierta |
Dejando aparte la provincia de Girona,
reconozco que más por motivos afectivos que por otra cosa, donde
mejor se come en esta piel de toro es, sin duda, en Guipúzkoa. Pero
la evolución y nivel de su cocina no responde, en absoluto a
cuestiones tan mundanas como la calidad de sus ingredientes o la
buena mano de sus cocineros. Ingredientes de la misma calidad los
encontramos casi en cualquier punto del planeta, y cocineros hábiles
y con buen manejo de la técnica los hay, cada día más, a patadas
en cualquier rincón perdido de la mano de Dios. Entonces cuál sería
la razón de lo que cualquier viajero puede comprobar cuando recala
en aquellas tierras. Dónde buscamos los motivos de que se coma tan
bien ahí. Pues como no podía ser de otro modo en las bocas que los
comen. Sería muy largo elucubrar sobre qué hechos han llevado al
vasco, y más concretamente al guipuzcoano, a elevar la acción de
comer al más sagrado de los altares, pero es una realidad tan
rotunda que nadie podría negar. Hay otras civilizaciones que,
tristemente se alimentan para sobrevivir; otras muchas lo hacen como
parte de la función digestiva necesaria para la vida, vamos, que
comen por necesidad; pero en muy pocas ocasiones, en las más
evolucionadas culturas, la gastronomía ha llegado a encabezar el
ranking de sus manifestaciones culturales. Es una actividad
considerada como un rito social. Desde la agricultura, la ganadería
y la pesca que abastece sus mercados, hasta que los platos salen a
las mesas el cuidado y mimo de todo el proceso es máximo. Nada se
deja a la improvisación, y el respeto y conocimiento de todas las
faenas relativas a la comida están presentes en el día a día de la
gente.
Si concluimos en considerar Guipúzkoa
como la capital gastronómica de nuestro entorno, debemos afirmar que
en un restaurante que lleva el nombre del río Urola es harto difícil
que se coma mal. Hoy, tras la visita al local puedo reafirmarme en la
idea. Es necesario aclarar que el río Urola discurre formando una
cicatriz de sesenta kilómetros que recorre el corazón de la
provincia desde la cordillera hasta el cantábrico, desde las faldas
del Aitzgorri hasta Zumaya. Recorre poblaciones que en otro tiempo
estuvieron comunicadas por el ferrocarril al que se le adjudicó el
mismo nombre del río. Concretamente fue la primera línea de
ferrocarril eléctrica de España, que como buena maltratadora de
recuerdos no fue capaz de conservar. El río lame los montes cuyos
pastos frescos devora el ganado; riega los huertos cercanos a los
pueblos donde se cultivan verduras, frutas y hortalizas; y surca los
bosques húmedos que esconden hongos que retan a las manos más
hábiles que van en su busca. Un río que alimenta y un símbolo de
la unión de la tierra y el mar donde va a derramarse.
Río Urola, cicatriz que surca el corazón de Guipúzkoa |
Además, lo curioso de la cocina
guipuzcoana es que es inclasificable según los cánones habituales,
pues conviven sin ningún problema la cocina tradicional ligada al
terruño con la más vanguardista entre las vanguardistas. Tanto da
deleitarse con un chuletón en cualquier sidrería de Astigarraga,
como comerse el primer bonito de Pasaia en cualquiera de sus tabernas
junto al puerto, empapar la miga de pan en el aliño de un besugo en
Orio, ponerse hasta las cachas de buen Idiazábal ahumado en la
cercana Beasain o empapuzarse de gildas en cualquier barra de tapeo
de Donosti. Cocina de siempre basada en el ingrediente de calidad y
en el ritual que conlleva, siempre enlazando con tantas generaciones
que cultivaron sus bocados con tanto esmero como respeto. Pero la
otra cara de la moneda está más que representada en la zona. Basta
citar Arzak, Berasategui y Aduritz para darse cuenta de lo que
hablamos. Los nombres más laureados dentro de la alta cocina moderna
se diseminan por sus municipios. Pero lo curioso del caso es que no
viven unos a espaldas de otros, sino que crecen juntos empapándose
unos de otros. Y esta fusión es lo más parecido a lo que puede
disfrutarse en capital del Ebro si se acude a este local de la calle
San Juan de la Cruz. En el Urola se respeta el ingrediente, se
aprende de él para tratarlo como se debe y, aplicándole las
técnicas y presentaciones más actuales, sacarle el máximo
rendimiento. Solo deduje un error en mi reciente visita al mismo, no
haberlo conocido antes, cuántos pinchazos me hubiera evitado.
Intimísmo y todo el protagonismo para la comida, comme il faut |
Para la ocasión que queremos traer
aquí el Consejo Asesor de la mosca estuvo formado por cuatro de sus
miembros que acudieron al Urola siguiendo el reclamo de su menú del
día semanal. Por 14´90 euros incluye dos entrantes prefijados y un
plato principal a elegir entre dos posibilidades, como las que
ofrecen a la hora de seleccionar el postre. Es necesario precisar que
el menú no incluye nada más. El agua, el vino y el pan se pagan
aparte. Así que preparados para iniciar el viaje en el antiguo tren
Urola que nos llevaría desde los picos al mar y del ingrediente puro
de la cocina tradicional a las propuestas más innovadoras, nos
dispusimos a atravesar sus puertas en un mediodía de principios de
un bochornoso julio zaragozano.
El Ferrocarril del Urola comunicaba los mismos mundos que hoy se conjugan en este restaurante |
Para llegar al comedor se debe
atravesar una larga barra y una zona de comedor estrecha preparada
para disfrutar con bocados más informales. Una vez en él, el
comensal apreciará que el espacio no es muy amplio, aunque sin
llegar a parecer angosto. Las mesas están preparadas con gusto y el
servicio es rápido. Sin más preámbulos pasamos a describir
nuestras impresiones sobre lo que se guisó en sus fogones aquel día.
Como se apreciará en las fotografías todos los platos destacan por
su vistosidad y elegancia. En ningún caso la mano del fotógrafo es
la responsable de la calidad de las imágenes, sino la imaginación y
la calidad plástica del autor de los platos.
Sardinas, pimientos asados y caldo dashi |
El primero de los entrantes
personalmente me sobrecogió. Pese a asumir un enorme riesgo al
comenzar con un nivel tan alto, el cocinero propone una elaboración
fría a base de sardinas, pimientos asados y caldo dashi. Como si se
tratase de un milhojas que descansa sobre un lecho de mezclum de
brotes verdes, los gruesos lomos de sardinas marinadas aparecen
intercalados con pimientos asados, formando un cubo mágico que
desprende aromas muy sugerentes. El caldo dashi es una de las
expresiones más representativas de la gastronomía japonesa. Se
trata originalmente de un caldo de pescado, algas y setas que se
utiliza para muchos platos tradicionales nipones. Aquí se utiliza
para marinar unas sardinas realzando su sabor y respetando la tersura
de su carne cruda. La sardina resiste bien el masticado y se deshace
al presionarla sobre el paladar. Un placer de tal nivel, que hace
sospechar que el resto de la comida no lo podrá igualar ni en
vistosidad ni en valor gastronómico.
Berenjena, queso de rulo y fruta de la pasión |
Pero pronto el comensal se percatará
de que el temor es en vano. El segundo de los entrantes, sin ser tan
vistoso nos pareció de una exquisitez supina. Las berenjenas con
queso de rulo de cabra y fruta de la pasión es uno de los platos más
arriesgados con los que este Consejo Asesor se ha enfrentado en los
últimos tiempos. Se trata de una de esas combinaciones imposibles
que generalmente terminan en fracaso. Los ingredientes rara vez se
integran y el resultado se queda en meras buenas intenciones. No es
este el caso. La berenjena no se acomplejó como temíamos, pues su
sabor a verdadero asado se impuso como base principal del plato,
relegando a la fuerza del queso de cabra a escudero de lujo. El juego
de texturas entre los elementos nos pareció muy agradable, sobre
todo cuando entraron en juego los cremosos círculos de fruta de la
pasión, que tampoco implantaron su dictadura frutal sobre el plato,
sino que aportaron un sutil y necesario toque refrescante al
conjunto. Un sabor muy mediterráneo con notas exóticas que nos
llevó de nuevo a sentirnos viajeros dentro de un vagón del
histórico tren Urola de la integración.
Cada vez que rechazamos un Rioja y lo sustituimos por un Borja nos invade cierto cosquilleo de pecado y satisfacción. ¡Señores, hagamos patria! |
Llego la hora de los platos principales
y decidimos comandar los dos propuestos por aquello de cotillear
todos los rincones del menú propuesto. Se trataba de un pescado y un
ave y, como nos hubiese costado un esfuerzo sobrehumano elegir entre
el sabor a granja de patos o a bodega de pesquero, decidimos pedir
dos de cada uno de ellos.
Bonito, vizcaína y perlas de pavía |
Como no podía ser de otro modo a
principios del mes de julio en un restaurante de esencia cantábrica
no podía faltar el bonito. En este caso venía acompañado de una
salsa vizcaína y unas curiosos perlas de pavía. La composición del
plato se dispuso en una secuencia vertical muy acertada. Sobre una
base de espesa salsa vizcaína, que recogía toda la intensidad del
pimiento, se disponían las piezas de bonito bien selladas por un
magnífico trabajo de plancha, quizás demasiado hechas por dentro
debido a la delgadez de las rodajas. Dispersas por el plato unas
esferitas de pavía añadían el toque dulce y cítrico que el
comensal puede dosificar al gusto. Para lograr la presentación
moderna que acostumbra esta cocina se han añadido un manojito de
brotes tiernos y otro de perifollo. Vistoso complemento muy del gusto
del comedor moderno pero sin apenas aporte gastronómico al conjunto.
Excelente composición, ingredientes y presentación, muy por encima
de lo esperado en un menú de este precio.
Magret de pato, cerezas y multicereales |
En el plato de carne se agradeció
mucho la apuesta por el pato, y más concretamente por no hacerlo con
el consabido muslo confitado que ahorra tantos esfuerzos y riesgos en
las cocinas vagas. El magret venía laminado y con un punto perfecto,
sin miedo a dejar el interior bien crudito, para que los amantes de
las carnes de ánade disfrutemos como enanos. El punto dulce se logró
gracias al aporte de las cerezas, que venían cuarteadas sobre los
filetes salseados. La guarnición de cereales, entre los que
destacaba un excelente arroz aromático, estaba bien introducida para
recoger todos los jugos del resto de los ingredientes. Un plato muy
complejo pero con sentido y bien integrado.
Sangría&Tequila |
El primer postre fue el más
refrescante y apropiado como aliado contra el ardiente verano. Bajo
la denominación de Sandia&tequila apareció un granizado en el
que el punto de licor contrarrestaba el dulzor de la fruta. Más
cóctel que postre cumplió la función de remate a las mil
maravillas.
Higos, vainilla y tofé |
El otro plato dulce nos ofreció la
posibilidad de catar los primeros higos de la temporada. Lógicamente
no estaban maduros pero fueron desapareciendo del plato a ritmo
endemoniado. Esta vez el juego de composición los colocó en torno a
una bola de helado de vainilla sobre una sopa espesa de tofé. Aunque
sería discutible la combinación de los elementos, ciertamente
aportaban al higo algo inmaduro el dulzor que le faltaba. Precioso
postre a cuya imagen poco más se puede añadir.
La conclusión final fue rápida y
compartida por toda la expedición. Se trata de una cocina magnífica
donde, por destacar algún aspecto concreto, la imaginación
creativa, la composición de los platos y la presentación son
intachables. Reúne las mejores características de la buena cocina
de la zona que lleva su nombre, el amor al buen producto, la valentía
a la hora de innovar sin abandonar los cauces tradicionales y la
pasión por la comida. Y esto último no es una entelequia, pues
alguien que mima como si fuesen sus hijos a una pechuga de pato, a un
lomo de sardina o a una berenjena asada no puede esconder su pasión
por su profesión. Si encontramos un aspecto negativo en la cocina, y
para hacer gala del nombre de este foro, se trató del tema de los
precios. Es cierto que no nos sentimos engañados, y que tampoco nos
pareció caro, todo lo contrario, pero tratándose de una cocina tan
honesta y valiente no comprendemos cómo no se incluye la bebida y el
pan en el menú. Ninguna de las respuestas nos satisface. Si el
restaurante entiende que alguien pueda comer sin alguno de esos dos
elementos dejaría mucho que desear en su concepto de comida. Si, por
el contrario, lo hace para que el comensal pueda elegir el vino de su
elección, porque lo del pan no se entiende, hay otras fórmulas para
hacerlo posible. Bastaría con ofertar un buen vino de la casa con
posibilidad de mejorarlo al gusto, opción que comienzan a ofrecer
con éxito otros establecimientos. Y ya digo que salir rondando los
veinte euros que pagamos por las virguerías que comimos es un precio
muy ajustado, pero el regusto que te deja el pagar por un servicio de
pan en un buen restaurante es una injusticia para el resto del menú,
y algo contra los que los amantes del buen comer nos deberíamos
rebelar. De lo contrario, al final se hará norma lo que hoy es
errónea excepción.
Valor seguro |
Un lugar que debe de ser referencia
para todo buen comedor zaragozano. En especial para los que disfruten
escudriñando la mente y las manos creadoras de quien dirige los
fogones. Aquí tiene mucho campo para hacerlo. Nada sale de la cocina
por decreto y sin sentido, no se deja vía libre a la improvisación
sino que todo está orquestado desde el buen criterio, el
conocimiento y la experiencia. Volveremos a subirnos al tren, no hay
duda, y siempre en el vagón restaurante, el nuestro.
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