viernes, 1 de marzo de 2013

Restaurante Treintaitrés (Tudela, Navarra)




Restaurante Treintaitrés. Capuchinos, 7. Tudela. 948 82 76 06

Después de tantas batallas compartidas desde distintos foros, creo que ha llegado el momento de hacer una confesión. Yo soy un ejeano. Y no es un juego de palabras con las del discurso del presidente Kennedy y su histórico Ich bin ein Berliner. Yo lo soy de verdad. Vi la luz en el corazón de las Cinco Villas y allí pasé los primeros años de mi vida. Apenas tengo recuerdos del lugar, no ejerzo de ejeano y hasta en ocasiones olvido mis orígenes, pero conforme avanza mi edad, siento que mi mirada se dirige hacia ahí con mayor frecuencia.

El hecho es que hay facetas personales, casi íntimas, a las que busco explicación desde hace tiempo, y quizá no estén demasiado lejos de las Bardenas. Alguien, como yo, que he pasado la mayor parte de mi vida en la fría y norteña capital del Ebro, debería ser una persona equilibrada, ordenada y pragmática. En cambio soy de naturaleza dispersa, irascible, muy voluble y con demasiada querencia hacia los excesos y desmesuras. La explicación puede ser muy sencilla. En Ejea aprendí a mirar el mundo, a valorar lo que había a mi alrededor, a apreciar las cosas y las personas que me rodeaban allá por los años setenta. No es necesario ser muy conocedor del carácter ejeano para sintetizarlo en una palabra: exageración. Si hay que hacer el bien, se hace, y si hay que pecar, también, pero siempre a lo grande. Allí nada se mide a puñados, sino a montones, no se compra por cuartos ni por kilos, sino por piezas enteras; no se come y se bebe, se empapuza y se abreva y si hay que trabajar, se revienta. Sigo verificando estos extremos cada vez que me encuentro con alguno de los pocos ejeanos de mi edad con los que conservo relación.

Y quiero traer aquí esta reflexión al hilo de otra localidad, en este caso de la vecina Navarra. Recuerdo que en Ejea se referían al mundo exterior como pequeñeces. Como ejemplo de esto, recuerdo que se referían a los de Zaragoza como unos señoritos blandos. Pero siempre hubo una excepción, la cercana Tudela. A ellos no los incluían en la larga lista de lugares menores. Los Tudelanos eran tratados con respeto, e incluso admiración. Quizá por ello, sin haber pisado tierras ribereñas, en mi imaginario, se trataba de una zona de gente dura y poderosa. A finales de 2012 tuve la posibilidad de conocer Tudela en primera persona. Así que ahí fui y esto fue lo que ocurrió.

Acudí a la localidad de La Ribera con ocasión de un grato encuentro. Había quedado con un viejo amigo a mitad de camino de nuestras ciudades, Zaragoza, en mi caso y Logroño, en el suyo. Pero los orígenes reales de ambos son algo más sustanciosos, pues el mío me destaca como gran amante de la abundancia y el desenfreno, pero el otro, nacido y criado en Calahorra, no es moco de pavo. Nacer en la autoproclamada capital de la verdura eleva el listón de exigencia unos cuantos palmos. El resultado fue sorprendente. Tudela y su Treintaitrés superaron la prueba con nota, pues no sólo satisfizo el estómago de quien escribe, sino que sorprendió a un paladar experto en verduras de alta calidad.

Cincovillés y calagurritano se sentaron en la mesa a devorar la friolera de ocho platos y tres postres a cara de perro. El servicio de la cena discurrió impecable. Elaboraciones bien presentadas y a buen ritmo. Lo peor para un menú tan maratoniano son las pausas, pues da tiempo al cuerpo a sentirse saciado. En el treinta y tres el tiempo transcurre como debe ser, sin prisas y sin retrasos innecesarios. Todo el menú que viene a continuación estuvo regado por un Gerwurztraminer de Viñas del Vero y por un garnacha blanca de la zona verdaderamente curioso que nos recomendó la casa. Por poner una pega debo hablar del frío. No acertaron con la climatización y un vendaval gélido se precipitó sobre nuestras cabezas. Pero, frente frío incluido, la noche fue antológica. Las imágenes pueden llegar a acercarse a lo que sucedió. Pero hasta que el lector curioso lo experimente, no podrá comprender la magnitud del asunto.


Espárragos de Navarra a nuestro gusto
Verduritas asadas y sardina gallega
Láminas de patata confitadas en aceite 
de codillo de jamón con tallos de borrajas y sus cremitas
Judías verdes salteadas con ajo seco, tomate 
y cebolla asada con lasca de patata confitada y sus jugos
Menestra de las cuatro verduras reinas de temporada
Pencas de acelga rellenas de jamón ibérico 
y voulet de hongos con salsa holandesa en pomada
Corona de alcachofas con foie fresco y puerro crujiente
Pochas de Tudela a la forma tradicional 
con espinacas y piparras jóvenes encurtidas
Cigarritos de crema con chocolate
Torrija con helado de vainilla y canela
Volcán de tres chocolates
 Como se ha podido apreciar se trata de un establecimiento de ensueño. Para terminar, conviene destacar una recomendación. Si el lector no tiene la posibilidad de desplazarse hasta la localidad Navarra, pero no quiere renunciar a probar lo que aquí se expone, puede acercarse a sus sabores sin salir de Zaragoza. La legendaria CasaLac del Tubo, pasó a ser regentada, hace un tiempo, por el creador del concepto Treintaitrés y artista de las verduras Ricardo Gil, que junto a su mujer, María Pilar Vicente, ha elevado el nivel de la cocina de las verduras a cotas muy altas. Lo cierto es que en Casa Lac están todavía en la fase de consolidación y los platos y propuestas todavía están afianzándose entre la clientela del Tubo. La adaptación al ritual del tapeo zaragozano hace que la personalidad sea algo distinta a la de la casa tudelana, pero la calidad de sus productos es indiscultible. Elaboraciones complejas, materia prima de primera calidad y presentaciones novedosas, entre las que destacan los juegos de tapas triples, donde el cliente puede probar en conjuntos de tres de las creaciones de la casa. Muy recomendable como acercamiento al concepto de cocina de huerta sofisticada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario