Restaurante Treintaitrés. Capuchinos, 7. Tudela. 948 82 76 06 |
Después de tantas batallas compartidas desde
distintos foros, creo que ha llegado el momento de hacer una confesión. Yo soy
un ejeano. Y no es un juego de palabras con las del discurso del presidente
Kennedy y su histórico Ich bin ein Berliner. Yo lo soy de verdad. Vi la luz en
el corazón de las Cinco Villas y allí pasé los primeros años de mi vida. Apenas
tengo recuerdos del lugar, no ejerzo de ejeano y hasta en ocasiones olvido mis
orígenes, pero conforme avanza mi edad, siento que mi mirada se dirige hacia
ahí con mayor frecuencia.
El hecho es que hay facetas personales, casi
íntimas, a las que busco explicación desde hace tiempo, y quizá no estén
demasiado lejos de las Bardenas. Alguien, como yo, que he pasado la mayor parte
de mi vida en la fría y norteña capital del Ebro, debería ser una persona
equilibrada, ordenada y pragmática. En cambio soy de naturaleza dispersa,
irascible, muy voluble y con demasiada querencia hacia los excesos y
desmesuras. La explicación puede ser muy sencilla. En Ejea aprendí a mirar el
mundo, a valorar lo que había a mi alrededor, a apreciar las cosas y las personas
que me rodeaban allá por los años setenta. No es necesario ser muy conocedor
del carácter ejeano para sintetizarlo en una palabra: exageración. Si hay que
hacer el bien, se hace, y si hay que pecar, también, pero siempre a lo grande.
Allí nada se mide a puñados, sino a montones, no se compra por cuartos ni por
kilos, sino por piezas enteras; no se come y se bebe, se empapuza y se abreva y
si hay que trabajar, se revienta. Sigo verificando estos extremos cada vez que
me encuentro con alguno de los pocos ejeanos de mi edad con los que conservo
relación.
Y quiero traer aquí esta reflexión al hilo de
otra localidad, en este caso de la vecina Navarra. Recuerdo que en Ejea se
referían al mundo exterior como pequeñeces. Como ejemplo de esto, recuerdo que
se referían a los de Zaragoza como unos señoritos blandos. Pero siempre hubo
una excepción, la cercana Tudela. A ellos no los incluían en la larga lista de
lugares menores. Los Tudelanos eran tratados con respeto, e incluso admiración.
Quizá por ello, sin haber pisado tierras ribereñas, en mi imaginario, se
trataba de una zona de gente dura y poderosa. A finales de 2012 tuve la
posibilidad de conocer Tudela en primera persona. Así que ahí fui y esto fue lo
que ocurrió.
Acudí a la localidad de La Ribera con ocasión de un
grato encuentro. Había quedado con un viejo amigo a mitad de camino de nuestras
ciudades, Zaragoza, en mi caso y Logroño, en el suyo. Pero los orígenes reales
de ambos son algo más sustanciosos, pues el mío me destaca como gran amante de
la abundancia y el desenfreno, pero el otro, nacido y criado en Calahorra, no
es moco de pavo. Nacer en la autoproclamada capital de la verdura eleva el
listón de exigencia unos cuantos palmos. El resultado fue sorprendente. Tudela
y su Treintaitrés superaron la prueba con nota, pues no sólo satisfizo el
estómago de quien escribe, sino que sorprendió a un paladar experto en verduras
de alta calidad.
Cincovillés y calagurritano se sentaron en la
mesa a devorar la friolera de ocho platos y tres postres a cara de perro. El
servicio de la cena discurrió impecable. Elaboraciones bien presentadas y a
buen ritmo. Lo peor para un menú tan maratoniano son las pausas, pues da tiempo
al cuerpo a sentirse saciado. En el treinta y tres el tiempo transcurre como
debe ser, sin prisas y sin retrasos innecesarios. Todo el menú que viene a
continuación estuvo regado por un Gerwurztraminer de Viñas del Vero y por un
garnacha blanca de la zona verdaderamente curioso que nos recomendó la casa.
Por poner una pega debo hablar del frío. No acertaron con la climatización y un
vendaval gélido se precipitó sobre nuestras cabezas. Pero, frente frío
incluido, la noche fue antológica. Las imágenes pueden llegar a acercarse a lo
que sucedió. Pero hasta que el lector curioso lo experimente, no podrá
comprender la magnitud del asunto.
Espárragos de Navarra a nuestro gusto |
Verduritas asadas y sardina gallega |
Láminas de patata confitadas en aceite
de
codillo de jamón con tallos de borrajas y sus cremitas
|
Judías verdes salteadas con ajo seco, tomate
y
cebolla asada con lasca de patata confitada y sus jugos
|
Menestra de las cuatro verduras reinas de temporada |
Pencas de acelga rellenas de jamón ibérico
y
voulet de hongos con salsa holandesa en pomada
|
Corona de alcachofas con foie fresco y puerro crujiente |
Pochas de Tudela a la forma tradicional
con
espinacas y piparras jóvenes encurtidas
|
Cigarritos de crema con chocolate |
Torrija con helado de vainilla y canela |
Volcán de tres chocolates |
Como se ha podido apreciar se trata de un
establecimiento de ensueño. Para terminar, conviene
destacar una recomendación. Si el lector no tiene la posibilidad de desplazarse
hasta la localidad Navarra, pero no quiere renunciar a probar lo que aquí se
expone, puede acercarse a sus sabores sin salir de Zaragoza. La legendaria CasaLac del Tubo, pasó a ser regentada, hace un tiempo, por el creador del concepto
Treintaitrés y artista de las verduras Ricardo Gil, que junto a su mujer, María
Pilar Vicente, ha elevado el nivel de la cocina de las verduras a cotas muy
altas. Lo cierto es que en Casa Lac están todavía en la fase de consolidación y
los platos y propuestas todavía están afianzándose entre la clientela del Tubo.
La adaptación al ritual del tapeo zaragozano hace que la personalidad sea algo
distinta a la de la casa tudelana, pero la calidad de sus productos es indiscultible.
Elaboraciones complejas, materia prima de primera calidad y presentaciones
novedosas, entre las que destacan los juegos de tapas triples, donde el cliente
puede probar en conjuntos de tres de las creaciones de la casa. Muy
recomendable como acercamiento al concepto de cocina de huerta sofisticada.
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