viernes, 15 de marzo de 2013

Restaurante El Puerto de Santa María (Zaragoza)




Sólo por estos pescaditos con huevo frito
ya valdría la pena la visita
La otra tarde me entretuve leyendo una curiosa anécdota. El poeta Nicolás Guillén regala un jamón a Rafael Alberti el 25 de noviembre de 1958. Ambos se encontraban en Buenos Aires en calidad de exiliados por de las respectivas dictaduras cubana y española. El obsequio se entregó en una fiesta con una veintena de invitados, y en agradecimiento al regalo, el poeta gaditano recitó el soneto que viene a continuación:

Al poeta cubano Nicolás Guillén agradeciéndole un jamón (soneto)

Hay vino, Nicolás, y por si fuera
poco para esta nalga de porcino,
con una champaña que del cielo vino
hay los huevos que el chancho no tuviera.

Y con los huevos, lo que más quisiera
tan buen jamón de tan carnal cochino:
las papas fritas, un manjar divino
que a los huevos les viniere de primera.

Hay mucho más, el diente agudo y fino
que hincarlo ansiosamente en él espera
con huevo y papa, con champaña y vino.

Mas si tal cosa al fin no sucediera,
no tendría, cual dijo un vate chino,
la más mínima gracia puñetera.

No es necesario señalar la afición por el buen vivir del poeta, así como su gusto por la buena comida. Leyendo y reyelendo el poema, mi estómago comenzó a protestar. Necesitaba zamparme algo que me quitara la desazón que don Rafael había conseguido insuflarme con sus palabras. Entonces, por asociación de ideas, recordé que me habían hablado de una taberna andaluza en el Paseo de la Mina. Busco en internet y la cosa mejora por momentos, se llama El Puerto de Santa María. Nada menos que la localidad de canoso poeta. Llamé con urgencia a un amigo, pues todavía no he superado la fobia a comer solo, y sin dudarlo un minuto, me lancé a la calle, y nuestros pasos nos dirigieron hacia ella.

Decoración andaluza con gusto
en un ambiente pulcro y curioso
 Esperábamos encontrar una típica tasca de vinos y tapas y la primera sorpresa apareció en forma de enorme restaurante dispuesto en dos grandes salas. Una larga barra acompaña al cliente a lo largo del comedor de entrada. En ella aparecen, en forma de tapas y platillos, todas las especialidades gaditanas que a uno se le puedan venir a la cabeza. El aspecto era inmejorable, las huevas aliñadas brillaban entre los lomos de atún de almadraba y los chochos. Varias ensaladillas de marisco, tersos boquerones y doradas croquetas se alinean tras el expositor. Ante aquel panorama decidimos tomar en la barra una cañita mientras esperábamos la mesa que habíamos pedido. Aquí llegó uno de los pocos fiascos de la noche. Con ese nombre no se puede consentir que no pongan una tapita con la caña. Si se enteran en Cádiz, a buen seguro que les prohíben usar su nombre en vano.
 
Servicio de mesa impecable
incluso para ir de raciones
 El comedor de arriba estaba lleno, así que nos dirigieron para el subterráneo. Pero no piense el lector que se trata de uno de esos espacios claustrofóbicos de relleno. Una de las paredes del mismo se abre a una pequeña galería que hace las veces de patio andaluz, con sus macetas colgadas y todo. El servicio de mesa y la decoración eran de una dignidad muy superior a las acostumbradas en las tabernas del sur. El personal de sala es atento, dispuesto y tan rápido como se lo permite la cocina. En ese ambiente tan prometedor y a la vista de la carta, nos decidimos por pedir varias raciones y así probar de todo un poco.
 
Laus y Chardonnay
dos aciertos seguros
 Para acompañarlo, y a riesgo de caer en sacrilegio, pedimos un Chardonnay de Laus. No es nada ortodoxo, pero el caso es que, será por falta de cultura o de tradición, pero los vinos del sur nos resultan algo incómodos. Dejaremos para otra ocasión las manzanillas, amontillados y olorosos, aquella noche maridamos el norte y el sur sin complejos. Con la cestilla de pan llegaron los esperados picos. Producto de calidad inversamente proporcional a la del pan de miga andaluz. A cada cual lo suyo. Ni que decir tiene que nos tuvieron que sacar varias bolsas de los mismos, quedando los vulgares panecillos intactos en su escondite.
 
Los ojos se nos fueron a los picos.
El pan para otro día
 Las raciones fueron llegando en orden de comanda: tomate aliñado, calamares fritos, albóndigas de sepia, bacalao dorado, pescaditos con huevo frito y boquerones rebozados. Merece la pena detallar cada uno de ellos, pero hemos de advertir que se tratan de raciones bastante pequeñas y con un precio muy ajustado, así que el comensal puede pedir varias de ellas sin miedo a tener que quedarse a fregar los platos.
 
El aceite emborracha de oliva
y el tomate abre el apetito
 El tomate aliñado es cortesía de la casa, un detalle que compensó la falta de tapa de la barra. Con un buen chorro de verde y aromático aceite de oliva, el tomate abre el apetito y anima a pedir raciones sin límite.
 
Fritura de calidad y recién hecha

Comenzamos con los calamares. Se debe destacar la calidad del enharinado, sin duda cordobés. Lo fundamental en una fritura es la calidad y limpieza del aceite. En esto nuestros primos andaluces son unos maestros. Buen aceite de oliva caliente y el resto es trabajo fácil. Del mismo modo, pudimos comprobar la calidad de la fritura en los boquerones y los pescaditos. Por momentos creí sentirme, de nuevo, en mi freiduría habitual cuando caigo por el Puerto de Santa María, el famoso Romerijo. Local donde aprendí la diferencia entre fritos y fritanga, y el hecho de que se puede comer freiduría sin afectar gravemente a la salud.
 
Albóndigas de sepia, de verdad

Las albóndigas de sepia hubiesen hecho las delicias de mi querido Manolo Vázquez Montalbán, un gran enamorado de las mismas en su versión desestructurada. El mundo albondiguil, en lo que a sepia se refiere, se divide en dos tendencias irreconciliables. Unos las prefieren hechas con carne de cerdo y ternera, y agregan la sepia aparte en una salsa marinera. Es cierto es que quedan más jugosas, pero el sabor de la sepia no llega a integrarse en ellas. Sacrificar la autenticidad del sabor por la jugosidad no me parece un buen negocio. Yo pertenezco más a la segunda especie de albondigueros. Las que las preferimos elaboradas a base de sepia, miga de pan y huevo. Quedan, quizá, menos compactas y algo más secas, pero el sabor no tiene parangón. Aquí las sirven de esta última especie, algo de agradecer pues no es lo habitual por el norte.
 
Guiño a la vecina Portugal
Bacalao dorado
 Continuamos con una buena ración de bacalao dorado, que no es otra cosa que el contagio a la andaluza de portugués bacalhau a bras. Sencillas patatas fritas estilo paja, huevo batido y migas de bacalao. Aquí venían acompañadas de un excelente pan frito. Con decir que estaban en su punto es suficiente, pues los únicos peligros que puede tener este plato es que se cocine mucho y quede reseco o que falte bacalao. No era el caso, estaba en su punto.
 
La estrella de la casa en forma de
huevo estrellado sobre pescadito frito
 Los pescaditos con huevo frito nos sorprendieron gratamente a la pareja de descarriados que ahí nos encontrábamos. La combinación del crujiente enharinado con el huevo cremoso fue encomiable. La yema se derretía, como debe ser, entre los pescaditos sin reblandecerlos. El huevo frito del poema de Alberti me volvió a la cabeza, esta vez acompañado, no de jamón, sino de aquellos pescaditos que en otras ocasiones he comido a puñados envueltos en cucuruchos de papel por las calles de su pueblo. Una gozada y una ocasión para que asalten los recuerdos y se estimule la imaginación.
 
Boquerón, harina y aceite
¿Para qué más?
 Terminamos ya porque llegan a la mesa los boquerones. Carnes blanquísimas, frescas  y apretadas. Crujientes a base de buena freidora. Ni que decir tiene que nos devoramos hasta las cabezas y raspas. Es un platillo sin desperdicios. Sabor a mar que necesito de un complemento extra de vino blanco y picos para disfrutarlos más a fondo. Remate perfecto para una auténtica cena gaditana a dos pasos del centro de Zaragoza.
 
No será moderno, pero mola.
Pacharán y licor de hierbas
 No se nos puede olvidar, pues es de bien nacido el ser agradecido, que por sistema, a la hora de los cafés, mantienen la casi perdida costumbre de obsequiar al cliente con el clásico pacharán casero y el licor de hierbas. Así que desde ahora, todos aquellos zaragozanos a los que nos invade, de manera recurrente, la añoranza del sur, ya tenemos donde apaciguarla con dignidad. Va por usted, don Rafael, marinero en tierra.



1 comentario:

  1. Riquísimas las tortillas de camarones, nada grasas, crujientes, delgadas, frescas. Muy ricas, vaya.

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