Sólo por estos pescaditos con huevo frito
ya valdría la pena la visita
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La otra tarde me entretuve leyendo una curiosa
anécdota. El poeta Nicolás Guillén regala un jamón a Rafael Alberti el 25 de
noviembre de 1958. Ambos se encontraban en Buenos Aires en calidad de exiliados
por de las respectivas dictaduras cubana y española. El obsequio se entregó en
una fiesta con una veintena de invitados, y en agradecimiento al regalo, el
poeta gaditano recitó el soneto que viene a continuación:
Al
poeta cubano Nicolás Guillén agradeciéndole un jamón (soneto)
Hay vino, Nicolás, y por si fuera
poco para esta nalga de porcino,
con una champaña que del cielo vino
hay los huevos que el chancho no tuviera.
Y con los huevos, lo que más quisiera
tan buen jamón de tan carnal cochino:
las papas fritas, un manjar divino
que a los huevos les viniere de primera.
Hay mucho más, el diente agudo y fino
que hincarlo ansiosamente en él espera
con huevo y papa, con champaña y vino.
Mas si tal cosa al fin no sucediera,
no tendría, cual dijo un vate chino,
la más mínima gracia puñetera.
No es necesario señalar la afición por el buen vivir del poeta, así
como su gusto por la buena comida. Leyendo y reyelendo el poema, mi estómago
comenzó a protestar. Necesitaba zamparme algo que me quitara la desazón que don
Rafael había conseguido insuflarme con sus palabras. Entonces, por asociación
de ideas, recordé que me habían hablado de una taberna andaluza en el Paseo de
la Mina. Busco en internet y la cosa mejora por momentos, se llama El Puerto de Santa María. Nada menos que la localidad de canoso poeta. Llamé con urgencia a
un amigo, pues todavía no he superado la fobia a comer solo, y sin dudarlo un
minuto, me lancé a la calle, y nuestros pasos nos dirigieron hacia ella.
Decoración andaluza con gusto
en un ambiente pulcro y curioso
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Esperábamos encontrar una típica tasca de vinos y tapas y la primera
sorpresa apareció en forma de enorme restaurante dispuesto en dos grandes
salas. Una larga barra acompaña al cliente a lo largo del comedor de entrada.
En ella aparecen, en forma de tapas y platillos, todas las especialidades
gaditanas que a uno se le puedan venir a la cabeza. El aspecto era inmejorable,
las huevas aliñadas brillaban entre los lomos de atún de almadraba y los
chochos. Varias ensaladillas de marisco, tersos boquerones y doradas croquetas
se alinean tras el expositor. Ante aquel panorama decidimos tomar en la barra
una cañita mientras esperábamos la mesa que habíamos pedido. Aquí llegó uno de
los pocos fiascos de la noche. Con ese nombre no se puede consentir que no
pongan una tapita con la caña. Si se enteran en Cádiz, a buen seguro que les
prohíben usar su nombre en vano.
Servicio de mesa impecable
incluso para ir de raciones
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El comedor de arriba estaba lleno, así que nos dirigieron para el
subterráneo. Pero no piense el lector que se trata de uno de esos espacios
claustrofóbicos de relleno. Una de las paredes del mismo se abre a una pequeña
galería que hace las veces de patio andaluz, con sus macetas colgadas y todo.
El servicio de mesa y la decoración eran de una dignidad muy superior a las
acostumbradas en las tabernas del sur. El personal de sala es atento, dispuesto
y tan rápido como se lo permite la cocina. En ese ambiente tan prometedor y a
la vista de la carta, nos decidimos por pedir varias raciones y así probar de
todo un poco.
Laus y Chardonnay
dos aciertos seguros
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Para acompañarlo, y a riesgo de caer en sacrilegio, pedimos un
Chardonnay de Laus. No es nada ortodoxo, pero el caso es que, será por falta de
cultura o de tradición, pero los vinos del sur nos resultan algo incómodos.
Dejaremos para otra ocasión las manzanillas, amontillados y olorosos, aquella
noche maridamos el norte y el sur sin complejos. Con la cestilla de pan
llegaron los esperados picos. Producto de calidad inversamente proporcional a
la del pan de miga andaluz. A cada cual lo suyo. Ni que decir tiene que nos
tuvieron que sacar varias bolsas de los mismos, quedando los vulgares
panecillos intactos en su escondite.
Los ojos se nos fueron a los picos.
El pan para otro día
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Las raciones fueron llegando en orden de comanda: tomate aliñado,
calamares fritos, albóndigas de sepia, bacalao dorado, pescaditos con huevo
frito y boquerones rebozados. Merece la pena detallar cada uno de ellos, pero
hemos de advertir que se tratan de raciones bastante pequeñas y con un precio
muy ajustado, así que el comensal puede pedir varias de ellas sin miedo a tener
que quedarse a fregar los platos.
El aceite emborracha de oliva
y el tomate abre el apetito
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El tomate aliñado es cortesía de la casa, un detalle que compensó la
falta de tapa de la barra. Con un buen chorro de verde y aromático aceite de
oliva, el tomate abre el apetito y anima a pedir raciones sin límite.
Fritura de calidad y recién hecha |
Comenzamos con los calamares. Se debe destacar la calidad del
enharinado, sin duda cordobés. Lo fundamental en una fritura es la calidad y
limpieza del aceite. En esto nuestros primos andaluces son unos maestros. Buen
aceite de oliva caliente y el resto es trabajo fácil. Del mismo modo, pudimos
comprobar la calidad de la fritura en los boquerones y los pescaditos. Por
momentos creí sentirme, de nuevo, en mi freiduría habitual cuando caigo por el
Puerto de Santa María, el famoso Romerijo. Local donde aprendí la diferencia
entre fritos y fritanga, y el hecho de que se puede comer freiduría sin afectar
gravemente a la salud.
Albóndigas de sepia, de verdad |
Las albóndigas de sepia hubiesen hecho las delicias de mi querido
Manolo Vázquez Montalbán, un gran enamorado de las mismas en su versión
desestructurada. El mundo albondiguil, en lo que a sepia se refiere, se divide
en dos tendencias irreconciliables. Unos las prefieren hechas con carne de
cerdo y ternera, y agregan la sepia aparte en una salsa marinera. Es cierto es
que quedan más jugosas, pero el sabor de la sepia no llega a integrarse en
ellas. Sacrificar la autenticidad del sabor por la jugosidad no me parece un
buen negocio. Yo pertenezco más a la segunda especie de albondigueros. Las que
las preferimos elaboradas a base de sepia, miga de pan y huevo. Quedan, quizá,
menos compactas y algo más secas, pero el sabor no tiene parangón. Aquí las
sirven de esta última especie, algo de agradecer pues no es lo habitual por el
norte.
Guiño a la vecina Portugal
Bacalao dorado
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Continuamos con una buena ración de bacalao dorado, que no es otra cosa
que el contagio a la andaluza de portugués bacalhau a bras. Sencillas patatas
fritas estilo paja, huevo batido y migas de bacalao. Aquí venían acompañadas de
un excelente pan frito. Con decir que estaban en su punto es suficiente, pues
los únicos peligros que puede tener este plato es que se cocine mucho y quede
reseco o que falte bacalao. No era el caso, estaba en su punto.
La estrella de la casa en forma de
huevo estrellado sobre pescadito frito
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Los pescaditos con huevo frito nos sorprendieron gratamente a la pareja
de descarriados que ahí nos encontrábamos. La combinación del crujiente
enharinado con el huevo cremoso fue encomiable. La yema se derretía, como debe
ser, entre los pescaditos sin reblandecerlos. El huevo frito del poema de
Alberti me volvió a la cabeza, esta vez acompañado, no de jamón, sino de
aquellos pescaditos que en otras ocasiones he comido a puñados envueltos en
cucuruchos de papel por las calles de su pueblo. Una gozada y una ocasión para
que asalten los recuerdos y se estimule la imaginación.
Boquerón, harina y aceite
¿Para qué más?
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Terminamos ya porque llegan a la mesa los boquerones. Carnes
blanquísimas, frescas y apretadas.
Crujientes a base de buena freidora. Ni que decir tiene que nos devoramos hasta
las cabezas y raspas. Es un platillo sin desperdicios. Sabor a mar que necesito
de un complemento extra de vino blanco y picos para disfrutarlos más a fondo.
Remate perfecto para una auténtica cena gaditana a dos pasos del centro de
Zaragoza.
No será moderno, pero mola.
Pacharán y licor de hierbas
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No se nos puede olvidar, pues es de bien nacido el ser agradecido, que
por sistema, a la hora de los cafés, mantienen la casi perdida costumbre de
obsequiar al cliente con el clásico pacharán casero y el licor de hierbas. Así
que desde ahora, todos aquellos zaragozanos a los que nos invade, de manera
recurrente, la añoranza del sur, ya tenemos donde apaciguarla con dignidad. Va
por usted, don Rafael, marinero en tierra.
Riquísimas las tortillas de camarones, nada grasas, crujientes, delgadas, frescas. Muy ricas, vaya.
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