En la calle de Santiago se encuentra este rincón: Casa de Navarra |
Menuda sorpresa me encontré el otro día al elegir al azar
uno de los muchos restaurantes que ofrecen menú del día por el Casco Viejo
zaragozano. Había pasado centenares de veces por delante, pero no me había
decidido a entrar por mis prejuicios contra ciertas manifestaciones
regionalistas y folklóricas. Pero este no era el caso, ni mucho menos. Lo que
ahí me encontré fue un establecimiento rebosante de una clientela de fieles
habituales. Un movimiento tremendo y animado de camareros yendo y viniendo
cargados de platos y comandas. Dos grandes comedores dispuestos en dos plantas
y repletos hasta los topes. Un gigantón dirige con nervio y buen humor a la
legión de camareros y clientes que obedecen sin cuestionar las órdenes que
lanza con vozarrón potente.
Cuando crucé el umbral de la calle de Santiago y observé
toda esa orgía de vida y barullo, decidí que de ahí no me movía, costase lo que
costase conseguir mesa. Uno tiene la vieja costumbre de fiarse de los locales
que están llenos a rebosar y de los que mantienen clientelas más o menos fijas,
y ahí se conjugaban las dos cosas. Cuando llegó mi turno, el gigante,
mirándonos a mi acompañante y a mí a los ojos, nos advirtió de que si queríamos
comer ese día deberíamos esperar unos minutos al principio, pero que una vez se
nos tomara nota, la cosa iría rápida. Es la marca de la casa y así fue cómo
ocurrió. Acomodados en la única pequeña mesa que quedaba se nos sirvió sin
preguntar el vino tinto cosechero, el agua y un buen canasto de pan de barra
del de toda la vida. A base de pan y vino entretuvimos la espera hasta que, por
fin, el hercúleo camarero se acercó a cantar el menú. Con la indicación de que
fuese lo más representativo del restaurante, dejamos que decidiera él los
platos. Las sugerencias fueron unos garbanzos con bogavante y un arroz de
matanza de primeros y un bistec de ternera de Broto y unos salmonetes de
segundo. Los postres se piden con antelación y optamos por unos fresones
naturales con helado de mandarina y una mousse de yogur.
Postre ilustrativo de lo que ahí se cuece |
Los platos llegaron pronto tal y como se nos había
advertido. Pero antes de describirlos creo que es necesario destacar algún
punto importante y que en muchas ocasiones olvidamos. La vorágine era
importante, pero ni siquiera en esos momentos de tensión para el personal la
calidad del servicio se vio afectada. El montaje de la mesa fue realizado a la
velocidad de la luz. Mantel y servilletas de algodón, copas de vino de verdad,
cubiertos que se retiraron tras cada uno de los platos, vajilla con aires
modernos… Recordemos que se trata de un menú por el que se cobra un precio muy
ajustado (10´50 euros de lunes a viernes). Buena actitud la de reducir el
margen de beneficio a cambio de aumentar el número de clientes manteniendo una
elevada calidad. El beneficio puede ser el mismo que el de aquel que juegue con
mayores márgenes y un reducido número de clientes, pero la seguridad y
continuidad del negocio está asegurada y es menos voluble a los cambios de
gustos, modas y ataques de la competencia. Lo cierto es que desconozco la
actividad y la calidad que ofrece la Casa de Navarra fuera de los horarios de
menú del día, pero si trabaja de forma similar el negocio está bien asegurado.
Los garbanzos con bogavante sustanciosos |
Volviendo a lo importante, la comida, el festín comenzó con
unos garbanzos con bogavante de aupa. Siempre he sido defensor de este plato
frente al demasiado valorado arroz caldoso con bogavante tan manido en la
ciudad. Sabroso, bien ligado y redondo el caldo, mantecosa la legumbre que ha
absorbido el sabor hasta sus entrañas, y tersa la carne del bogavante que
aparece generosa en cada plato.
El arroz de matanza estaba en su punto. Ligeramente al dente
y con unos ingredientes magníficos. No solo, claro está, por la abundancia de embutidos
y jugosa costilla de cerdo, sino por la presencia, nada habitual hoy en día, de
cebolla pochada en juliana y tomate natural. Aquel plato se había hecho a base
de trabajo, no de artificios. Los ingredientes aparecen, premeditadamente, a la
vista como señal de autenticidad. Lo más interesante y llamativo es el hecho de
comer un arroz de un menú a las tres y media de la tarde, sin que no sólo no
esté pasado, sino que se sirva en su punto adecuado.
A la plancha no hay secretos para un buen pescado |
Los segundos aparecieron con rapidez una vez recogidos los
platos y cambiados los cubiertos. El del pescado era un canto a la sinceridad.
Aquellos salmonetes simplemente estaban pasados por la plancha y punto. Y es
mucho decir acostumbrados a que en los menús el pescado sea siempre rebozado o
salseado para camuflar el congelado. Aquí se sirven siempre a la plancha, nos
advirtió el camarero. Unos pimientos de guarnición completaban y daban color al
plato. El pescado ni estaba seco ni soso, que son dos de los peligros más
habituales. Se pueden apreciar dorados por fuera y nada pasados en su interior.
Bistec sonrosadito de ternera de Broto |
Pero quizá el despliegue mayor estuvo en el enorme bistec de
ternera, de Broto nos aseguraron. El punto era el único en el que este corte es
aceptable, poco hecho. El detalle me gustó, pues cuando pedí que si podía ser
muy poco hecho me aseguraron que no lo servían de otra manera fuese cual fuese
la preferencia del cliente. Maravilloso esto de amar más tu obra que la
cartera, si señor. En ese punto rosadito la carne permanece sabrosa y jugosa.
Un detallazo.
Mousse de yogur con mermelada de frambuesa |
En cuanto a los postres, se debe indicar que no son el
típico producto industrial al que se le quita la tapa y se sirve por decreto.
Son una parte más de la comida y así se tratan. La Mouse quizá estaba demasiado
suave para mi gusto, pero en fin, en eso debe de consistir una Mouse. En
cambio, el plato de fresones resultó un acierto, tanto por la calidad de las
mismas como por su combinación con una enorme bola de helado de mandarina.
Felices por ver hacer bien las cosas. Les dejamos
dignificando el denostado mundo de los menús del día. La calidad y el precio no
están reñidos. Hay quien lo demuestra cada día sea cual sea el nivel culinario
en el que se mueve. Por mi parte salí reconciliado con el mundo del menú, por
lo que el regreso está asegurado mientras mantengan el mismo nivel.
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