martes, 26 de febrero de 2013

Restaurante vegetariano La Birosta (Zaragoza)




Albóndigas de espinacas. Sorprendentes en La Birosta


Quien conozca un poco a este esforzado comedor que escribe, quizá se extrañe de verme defendiendo la más que decencia y dignidad de las comidas de un restaurante vegetariano. Y no me extraña, pues hace un tiempo yo mismo hubiese pensado lo mismo, pero el tiempo avanza cruel y hace estragos, pero le aporta una nueva visión de las cosas muy enriquecedora.

Aunque nos separen unas cuantas toneladas de carne, la que me he comido sin remordimiento a lo largo de mi vida, hoy puedo afirmar sentirme más cercano a un vegetariano en mi forma de considerar la comida, que a cualquier comedor vulgar de los que pueblan nuestras hacendadas aceras. Fundamentalismos aparte, que los hay en todo colectivo social que se precie, encuentro en el vegetariano muchos puntos en común con mi manera de concebir el mundo culinario. Comparto la consideración de la alimentación como factor importante de la autorrealización personal. Una vida recorrida sin la sabiduría que otorgan los alimentos es una vida, sin duda, más reducida y pobre. También está el valor social y cultural que reside en la producción, distribución y consumo de los alimentos, pues se trata de un elemento de lucha y transformación de primer orden. Qué no decir de la importancia de la comida como elemento de disfrute físico y determinante para disfrutar de un correcto estado de salud. Por supuesto que nos separan muchas consideraciones, pero quiero recordar al lector de estas líneas, que se puede acudir a un restaurante vegetariano ocasionalmente sin ser militante. Incluso es una práctica muy recomendable, en especial en esas fechas donde acumulamos proteínas y grasas sin talento hasta que atascan nuestras arterias. Así que, bien sea por necesidades dietéticas, o por disfrutar de los sabores de sus propuestas, es una idea muy acertada visitar de tanto en tanto uno de los vegetarianos que pueblan Zaragoza. Y si la decisión está ya tomada, La Birosta es el más recomendable de ellos.

Sala amplia y acojedora.
Se llega hasta ahí desde la Plaza de la Magdalena. Nos internamos en la calle Universidad, y frente a la entrada del IES Pedro de Luna veremos la siempre encartelada entrada. El local es mucho más que un restaurante, y de eso se dará cuenta cualquier nuevo cliente, pues se trata de un lugar de reunión y actividad de muchos colectivos sociales reivindicativos. Entretenerse leyendo los cientos de carteles informativos que invaden sus paredes en la zona de entrada es un ejercicio muy entretenido. Uno se pone al día de los movimientos sociales de la ciudad en unos minutos. Una pequeña biblioteca plagada de referencias guerreras y una barra de bar donde cañear a gusto completan la zona de entrada al establecimiento. Por un pasillo lateral se accede a la zona del comedor, decorada con colores vistosos y con una iluminación muy lograda que destaca el valor de las continuas exposiciones de pintura que pueblan los muros. Llama la atención la ausencia de manteles, pero lo cierto es que en ninguna de mis visitas he visto falta de higiene sobre las mesas, que aguardan limpias al comensal que agradece una comida sobre madera. Una señal más de la honestidad que gastan allí.

Ensaladas divertidas,
contundentes,
y vistosas.
En cuanto a las propuestas gastronómicas de La Birosta debo destacar una primera advertencia. Desde mi punto de vista, la diferencia entre el menú del día (de lunes a viernes) y la carta es importante. Saliendo ésta bastante peor parada. Y no es porque la mano de la cocina sea distinta o por que los alimentos  tengan otra calidad, sino porque se trata de una carta orientada tan decididamente hacia las cocinas del mundo, que se pierde la personalidad  de una cocina, que sin duda es de alto nivel. La convivencia de platos extremorientales, con recetas americanas, toques africanos, del Oriente Próximo o del Magreb me resulta poco auténtica. Comida buena, en ocasiones excelente, trabajada con productos originales y hasta con toques de humor. Recomendable, sí, pero cualquiera que haya disfrutado del menú del día se sentirá defraudado por las propuestas de la carta.

De lunes a viernes, el comedor en un trajín de clientes, y qué pocos locales pueden decir eso hoy en día. El menú no está escrito ni anunciado. Se canta por el camarero y siempre está reducido a un par de primeros, otro de segundos y un postre casero o fruta. El pan, de hogaza integral rebanada, se sirve en cestillo, que será sustituido por otro cada vez que se termine sin necesidad de pedirlo (qué pena tener que destacar esto, pero es que quedan tan pocos sitios en los que nos comprendan a los paneros). El vino sólo es decente, un Cariñena de mesa siempre un poco más caliente de lo deseado. Tanto que a veces es recomendable optar por la cervea, o en el caso de los abstemios una de las curiosodades de la casa: la Fritz-cola, refresco de cola alternativo al del Imperio, mucho más cargado de cafeína y de toque cítrico. Con este las pilas se cargan, y de qué manera.

Lasagna de verduras
Uno de los primeros platos suele ser una ensalada, siempre con un par de sorpresas. Por un lado una original vinagreta muy bien condimentada y la presencia de algún tipo de hidrato en forma de pasta arroz o cereal ingenioso. Se presentan muy vistosas y en cantidad generosa. La otra posibilidad suele ser una crema o un puré con algún toque especiado muy sorprendente. La patata suele servir de base a alguna verdura que le dará el toque distintivo del día. Si el comensal tiene suerte, entre los primeros habrá cus-cus, siempre bien tratado y con apaños muy sustanciosos. Este hecho, unido a la enorme cantidad de la ración le dejan a uno algo más que satisfecho.

Plato estrella de los menús de la casa
En los segundos suele haber menos uniformidad y más abuso del imperdonable tofú. Nunca he entendido la relación entre el hecho de ser vegetariano y el de consumir  ese producto que tanto daño ha hecho a nuestros platos y a nuestros campos. Desplazando y sustituyendo a las legumbres, el cereal y hasta la leche, esta leguminosa conquista terreno a pasos agigantados. Su ausencia de sabor sólo es comparable a la de nutrientes, y el resultado en un plato es desintegrador siempre. Imagino que es una lucha perdida, por los millones de fieles que abrazan su consumo cada día, pero igual que el resto del menú es excelente, es de justicia dejar constancia de este hecho. Pero no quiero detenerme en cuestiones menores cuando llega la hora de hablar del plato estrella: las albóndigas de espinacas con tomate y patatas fritas. Se trata de uno de los mejores platos que se sirven hoy en Zaragoza, y no me limito a hablar solo de los restaurantes que ofrecen menús que rondan los diez eurillos. Aquí incluyo a todos. Enormes albóndigas jugosas por dentro y compactas en su exterior. La sabrosa espinaca aparece bien amalgamada y en su punto de cocción inmejorable, que mantiene la potencia de color y sabor incluso bajo el espeso e increíble manto de salsa de tomate frito natural bajo el que aparecen. Las patatas recién fritas juguetean crujientes por la salsa. Faltan hogazas de pan para apurar el plato. La ración es enorme pero, en este caso, es algo que no deja de agradecerse. Una vez probadas, la conversión al mundo birostiano está asegurada. La rendición es incondicional.

Postres con aires caseros,
tradicionales,
y nada empalagosos.
Para terminar, y si los hidratos no nos han saturado a estas alturas, recomiendo que se opte por el postre casero. Casi siempre se trata de un pastel o porción de tarta de un nivel elevado. Recuerdo tartas de goteante y espeso chocolate, o la tan acertada de zanahoria rallada, los dobladillos de calabaza, la torta de manzana, y una larga enumeración de delicias nada empalagosas, que pueden ser disfrutadas a lo largo del todo el día en la misma barra o en la terraza si el tiempo acompaña. Por fin un sitio donde los golosos somos bien recibidos y valorados en nuestros ataques de ansiedad.

A disfrutar de un subidón de azúcar en la terraza.

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