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Albóndigas de espinacas. Sorprendentes en La Birosta |
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Quien conozca un poco a este esforzado comedor que escribe,
quizá se extrañe de verme defendiendo la más que decencia y dignidad de las
comidas de un restaurante vegetariano. Y no me extraña, pues hace un tiempo yo mismo
hubiese pensado lo mismo, pero el tiempo avanza cruel y hace estragos, pero le
aporta una nueva visión de las cosas muy enriquecedora.
Aunque nos separen unas cuantas toneladas de carne, la que
me he comido sin remordimiento a lo largo de mi vida, hoy puedo afirmar
sentirme más cercano a un vegetariano en mi forma de considerar la comida, que
a cualquier comedor vulgar de los que pueblan nuestras hacendadas aceras.
Fundamentalismos aparte, que los hay en todo colectivo social que se precie,
encuentro en el vegetariano muchos puntos en común con mi manera de concebir el
mundo culinario. Comparto la consideración de la alimentación como factor
importante de la autorrealización personal. Una vida recorrida sin la sabiduría
que otorgan los alimentos es una vida, sin duda, más reducida y pobre. También
está el valor social y cultural que reside en la producción, distribución y
consumo de los alimentos, pues se trata de un elemento de lucha y transformación
de primer orden. Qué no decir de la importancia de la comida como elemento de
disfrute físico y determinante para disfrutar de un correcto estado de salud.
Por supuesto que nos separan muchas consideraciones, pero quiero recordar al
lector de estas líneas, que se puede acudir a un restaurante vegetariano ocasionalmente
sin ser militante. Incluso es una práctica muy recomendable, en especial en
esas fechas donde acumulamos proteínas y grasas sin talento hasta que atascan
nuestras arterias. Así que, bien sea por necesidades dietéticas, o por
disfrutar de los sabores de sus propuestas, es una idea muy acertada visitar de
tanto en tanto uno de los vegetarianos que pueblan Zaragoza. Y si la decisión
está ya tomada,
La Birosta es el más recomendable de ellos.
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Sala amplia y acojedora. |
Se llega hasta ahí desde la Plaza de la Magdalena. Nos internamos
en la calle Universidad, y frente a la entrada del IES Pedro de Luna veremos la
siempre encartelada entrada. El local es mucho más que un restaurante, y de eso
se dará cuenta cualquier nuevo cliente, pues se trata de un lugar de reunión y
actividad de muchos colectivos sociales reivindicativos. Entretenerse leyendo
los cientos de carteles informativos que invaden sus paredes en la zona de
entrada es un ejercicio muy entretenido. Uno se pone al día de los movimientos
sociales de la ciudad en unos minutos. Una pequeña biblioteca plagada de
referencias guerreras y una barra de bar donde cañear a gusto completan la zona
de entrada al establecimiento. Por un pasillo lateral se accede a la zona del
comedor, decorada con colores vistosos y con una iluminación muy lograda que
destaca el valor de las continuas exposiciones de pintura que pueblan los
muros. Llama la atención la ausencia de manteles, pero lo cierto es que en
ninguna de mis visitas he visto falta de higiene sobre las mesas, que aguardan
limpias al comensal que agradece una comida sobre madera. Una señal más de la
honestidad que gastan allí.
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Ensaladas divertidas, |
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contundentes, |
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y vistosas. |
En cuanto a las propuestas gastronómicas de La Birosta debo
destacar una primera advertencia. Desde mi punto de vista, la diferencia entre
el menú del día (de lunes a viernes) y la carta es importante. Saliendo ésta
bastante peor parada. Y no es porque la mano de la cocina sea distinta o por
que los alimentos tengan otra calidad,
sino porque se trata de una carta orientada tan decididamente hacia las cocinas
del mundo, que se pierde la personalidad
de una cocina, que sin duda es de alto nivel. La convivencia de platos
extremorientales, con recetas americanas, toques africanos, del Oriente Próximo
o del Magreb me resulta poco auténtica. Comida buena, en ocasiones excelente,
trabajada con productos originales y hasta con toques de humor. Recomendable,
sí, pero cualquiera que haya disfrutado del menú del día se sentirá defraudado
por las propuestas de la carta.
De lunes a viernes, el comedor en un trajín de clientes, y
qué pocos locales pueden decir eso hoy en día. El menú no está escrito ni
anunciado. Se canta por el camarero y siempre está reducido a un par de
primeros, otro de segundos y un postre casero o fruta. El pan, de hogaza
integral rebanada, se sirve en cestillo, que será sustituido por otro cada vez
que se termine sin necesidad de pedirlo (qué pena tener que destacar esto, pero
es que quedan tan pocos sitios en los que nos comprendan a los paneros). El
vino sólo es decente, un Cariñena de mesa siempre un poco más caliente de lo
deseado. Tanto que a veces es recomendable optar por la cervea, o en el caso de
los abstemios una de las curiosodades de la casa: la Fritz-cola, refresco de
cola alternativo al del Imperio, mucho más cargado de cafeína y de toque cítrico.
Con este las pilas se cargan, y de qué manera.
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Lasagna de verduras |
Uno de los primeros platos suele ser una ensalada, siempre
con un par de sorpresas. Por un lado una original vinagreta muy bien
condimentada y la presencia de algún tipo de hidrato en forma de pasta arroz o
cereal ingenioso. Se presentan muy vistosas y en cantidad generosa. La otra
posibilidad suele ser una crema o un puré con algún toque especiado muy
sorprendente. La patata suele servir de base a alguna verdura que le dará el
toque distintivo del día. Si el comensal tiene suerte, entre los primeros habrá
cus-cus, siempre bien tratado y con apaños muy sustanciosos. Este hecho, unido
a la enorme cantidad de la ración le dejan a uno algo más que satisfecho.
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Plato estrella de los menús de la casa |
En los segundos suele haber menos uniformidad y más abuso
del imperdonable tofú. Nunca he entendido la relación entre el hecho de ser
vegetariano y el de consumir ese
producto que tanto daño ha hecho a nuestros platos y a nuestros campos.
Desplazando y sustituyendo a las legumbres, el cereal y hasta la leche, esta
leguminosa conquista terreno a pasos agigantados. Su ausencia de sabor sólo es
comparable a la de nutrientes, y el resultado en un plato es desintegrador
siempre. Imagino que es una lucha perdida, por los millones de fieles que
abrazan su consumo cada día, pero igual que el resto del menú es excelente, es
de justicia dejar constancia de este hecho. Pero no quiero detenerme en
cuestiones menores cuando llega la hora de hablar del plato estrella: las
albóndigas de espinacas con tomate y patatas fritas. Se trata de uno de los
mejores platos que se sirven hoy en Zaragoza, y no me limito a hablar solo de
los restaurantes que ofrecen menús que rondan los diez eurillos. Aquí incluyo a
todos. Enormes albóndigas jugosas por dentro y compactas en su exterior. La
sabrosa espinaca aparece bien amalgamada y en su punto de cocción inmejorable,
que mantiene la potencia de color y sabor incluso bajo el espeso e increíble
manto de salsa de tomate frito natural bajo el que aparecen. Las patatas recién
fritas juguetean crujientes por la salsa. Faltan hogazas de pan para apurar el
plato. La ración es enorme pero, en este caso, es algo que no deja de
agradecerse. Una vez probadas, la conversión al mundo birostiano está
asegurada. La rendición es incondicional.
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Postres con aires caseros, |
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tradicionales, |
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y nada empalagosos. |
Para terminar, y si los hidratos no nos han saturado a estas
alturas, recomiendo que se opte por el postre casero. Casi siempre se trata de
un pastel o porción de tarta de un nivel elevado. Recuerdo tartas de goteante y
espeso chocolate, o la tan acertada de zanahoria rallada, los dobladillos de
calabaza, la torta de manzana, y una larga enumeración de delicias nada
empalagosas, que pueden ser disfrutadas a lo largo del todo el día en la misma
barra o en la terraza si el tiempo acompaña. Por fin un sitio donde los golosos
somos bien recibidos y valorados en nuestros ataques de ansiedad.
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A disfrutar de un subidón de azúcar en la terraza. |
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