Los jarretes en salsa son dignos de un faraón |
En esto de los restaurantes, como en tantos otros asuntos, no hay más criterio de valoración que la autenticidad. Autenticidad en el servicio, en la comida, en el ambiente y, no lo olvidemos, en el precio. Un servidor ha alcanzado el punto de resabiado en el asunto. Ya no espera otra cosa de un establecimiento que autenticidad y amor propio por lo que allí se hace. Ya me da igual ir a un local de lujo o a una taberna, al templo de la comida vanguardista o a la olla casera hirviendo desde el punto de la mañana. Nada es mejor per se, ya que en todos los casos uno puede salir indignado o con la sensación agradable del trabajo bien hecho. Cada restaurante tiene una historia humana detrás que le otorga una idiosincrasia propia. La riqueza de la oferta culinaria en Zaragoza reside en la variedad de propuestas. En el caso de hoy vamos a detenernos en uno de los ejemplos de cocina tradicional más honestos y recomendables de nuestra ciudad: el Pozal.
Para encontrarlo solo hay que dirigirse hacia el barrio de La Magdalena, y bajando por
el Coso tomar la calle Doctor Cantín y Gamboa. En la acera de la derecha, y haciendo
esquina lo encontrará bajo el letrero de Bar El Pozal. La mejor prueba sobre lo
que nos espera dentro la encontramos en la puerta. Siempre rondando por ahí,
cerveza en mano nos encontraremos con grupos de trabajadores, con el mono
puesto, esperando su turno para sentarse a comer. La parroquia la componen
clientes más o menos habituales, y esto ya es un triunfo en nuestros tiempos.
Currantes necesitados de bocados contundentes que les recuperen de los
esfuerzos del día aguardan casi ansiosos la llamada a la mesa. No se me ocurre
una mejor carta de presentación.
Las verduras suelen lucir apaños de ensueño |
Manitas, especialidad de la casa |
El comentario de la comida será muy breve en esta ocasión.
Simplemente hay que describirla como lo que es: comida casera. De la que
recuerda a las abuelas, o a las fondas y ventas que una vez poblaron estas
tierras, y de las que hoy nos avergonzamos hasta de su recuerdo. Horas de
lumbre, espesos caldos, salsas de cuchillo y tenedor, cantidades trabajadas a
la medida del ser humano anterior a Dukan, sofritos bien fritos y guarniciones
que guarnecen… Pero mejor que yo lo describen las imágenes de los mismos. Aquí
las muestro con la advertencia de que no son aptas para todos los públicos.
Absténganse, por favor, los timoratos y los apocados.
Cardos en salsa de almendras |
Guisantes salteados con jamón |
Sopa de pescado con mucha sustancia |
Quisiera terminar compartiendo la tonadilla que se me viene
a la cabeza cada vez que enfilo desde el Coso hacia este rincón. Se trata de
una joyita del maestro Andrés Calamaro, que en su La Lengua popular describe un establecimiento de
esta guisa:
Plantaron en Puerto
Madero un almorzadero de trabajador,
No hay que reservar
primero donde el piquetero tiene el comedor,
un turista brasileiro
que vino en crucero a pasar calor,
se equivocó de
cordero y vino contento con su Termidor,
trajo un cartón de
Resero, savoir piquetero a mi comedor.
Se puede comer de
ronga, si que poronga mi comedor.
Vida paria en la
burbuja inmobiliaria… comedor piquetero.
¿Qué dios bendice a
los humildes y a los marginales?
Vida paria en la
burbuja inmobiliaria… comedor piquetero.
(God bless you)
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