jueves, 5 de diciembre de 2013

Bar Hermanos Teresa (Zaragoza)

 
Cuando visité el cementerio parisino de Montmartre moví mis alas hacia una de las tumbas más célebres de los macabros itinerarios turísticos, la del novelista Stendhal. Ante ella nos agolpábamos los visitantes, iphone en mano, para sacarnos la fotografía de rigor junto al epitafio escrito en italiano que reza así: “Arrigo Beyle, milanese. Scrisse, amò, visse. Ann. LIX M. II. Moriil XXIII marzo MDCCCXLII” (Herni Beyle, milanés. Escribió, amó, vivió 59 años y dos meses. Murió el 23 de marzo de 1842). Entonces cometí un sacrilegio de lo más francófobo, pues mientras la hilera de turistas recreaba en su mente las páginas de Rojo y negro o La Cartuja de Parma, a mí sólo me venía a la mente el Bar Hermanos Teresa del popular barrio zaragozano de San José. Trataré de explicar esta rocambolesca asociación mental.

 
Cuando el impenitente viajero Stendhal visitó la Basílica de la Santa Cruz de Florencia en 1817, sufrió una experiencia en sus carnes que nos describió del siguiente modo:
“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme.”
Se trata de la cita que utilizan todos los manuales de psicología para definir el Síndrome de Stendhal. Se trata de una reacción psicosomática que un individuo experimenta al enfrentarse ante una obra de arte de gran calibre o ante una acumulación abrumadora de objetos artísticos bellos. Los síntomas son muy similares a los de una reacción de pánico o una crisis de ansiedad: temblores, aceleración del pulso sanguíneo, sudoración…
 
Fue mi veterinario de cabecera quien me diagnosticó este síndrome, tras explicarle la sensación que experimenté a la salida del bar de San José. No había dudas, sus tapas me abrumaron de tal modo que mi cuerpo no fue capaz de asimilarlas. Y lo más curioso del caso es que fue una reacción colectiva, pues los otros dos gastromoscardones que me acompañaban sintieron lo mismo. Sin duda, Stendhal también hubiese sido consciente de que su vida se agotaba al saborear un bocado de aquellos.
Pero vamos a la manduca que es lo que nos importa en este foro. Como característica general podemos destacar que se trata de un local de tapeo de los de toda la vida. Pese a disponer de unas pocas mesas, preferimos conquistar un trozo de barra para contemplar las bandejas de tapas y  devorarlas como Dios manda, de pie y con la copa de vino en la mano. La variedad es mayúscula y se encuentran en continua renovación. El personal es viajado y eso se nota, ya que no caen en la monotonía de las tapas de moda que aburren tantos mostradores. Siempre se busca una nueva idea o combinación de riesgo que hace que cada visita sea distinta. No por ello renuncian a mantener las estrellas de la casa cuya selección se hace obligatoria para cualquier visitante nuevo. El pulpo, la carrillera, los espárragos son bocados que el público fiel no permite sustituir. Las tapas de finalizan y emplatan en el momento de servirlas, y van saliendo con un ritmo adecuado para que no se acumulen ante el cliente. El equilibrio entre la calidad de los ingredientes y la buena labor técnica en la cocina hace del Hermanos Teresa un establecimiento de lo más completo. Por otro lado se combinan elaboraciones con alardes técnicos modernos con otras de corte mucho más clásico y ortodoxo. Dignidad para todos los públicos. Por último se debe señalar que dispone de una carta de vinos con un criterio de selección excelente y de una relación calidad precio muy de agradecer en estos tiempos. El hecho de elegir como sugerencia de la casa un garnacha de Cariñena, tan asequible y redondo como El Circo, dice mucho de la intención del local. Pero pasemos a ver los bocados que nos provocaron un pedazo de Síndrome de Stendhal de aúpa, para que el lector comprenda la magnitud del asunto.
 
La cosa comenzó con las Flores de alcachofa con all i oli de frutos secos. La presentación es impecable. Sobre una pizarra negra se disponen dos alcachofas abiertas que se han trabajado a base de fritura, hasta dejarlas justo en el momento previo al churrascado. Los sabores tostados que se logran se combinan con los amargos naturales de la hortaliza. El corazón se ha dejado jugoso, tierno y casi cremoso, de manera que contrasta con las hojas crujientes. El aporte del all i oli suave, trabajado con una picada de frutos secos, consigue que un plato tan elegante y noble como éste, no pierda el carácter familiar y popular que tiene la alcachofa.
 
Para catar un producto del mar, apostamos por el Chipirón negro con sorbito de salmorejo. Si se pretendían lograr recuerdos de Mediterráneo y Andalucía sobre una barra zaragozana, se consiguieron cum laude. El chipirón tierno y sabroso estaba envuelto en un rebozado crujiente al que se le había integrado la oscura tinta. Aparecía sobre un chupito de salmorejo ligero que se aprovecha para limpiar la boca de sabores intensos después de cada bocado. El brillo del chipirón delataba lo reciente de su elaboración y repetía el de las hojas de alcachofa anteriores. 
 
Un buen bar de tapas debe trabajar de manera impecable el tema croquetero. Aquí se atreven con una Croqueta de foie y setas que decidimos atacar sin más dilación. Según mi humilde entender se hizo todo lo que se pudo. No diré que me pareció excelente, pero se trata de una de las mejores croquetas con foie que he probado. Quizá no sea muy justo, pues yo me encuentro entre los ya escasos seguidores de la masa gruesa y espesa y esta me resultó demasiado cremosa. Lo que sin duda fue un acierto para mis acompañantes me dejo un poco indiferente, no así el sabor profundo y complejo del bocado. Al suave amargor del foie le acompañaban todos los ecos boscosos de la seta de temporada. Trabajar con estos productos una masa manejable entraña la dificultad de la cuadratura del círculo, pues el riesgo de que quede muy líquida es grande. Aun así, se trata de una croqueta honesta y sabrosa.
 
No queríamos abandonar todavía el mar, por lo que nos decidimos por unas Cocochas de bacalao al pilpil. Esta vez toda la tradición y sabor cantábrico apareció en un generoso cuenco, en el que no se escatimó una buena ración de la divina salsa. Las cocochas estaban desaladas y cocinadas en su punto óptimo, pero aquel pilpil no era de este mundo. Uno está cansado ya de recorrer la costa vasca a golpe de pilpil, y pese a haber probado algunos de ensueño, este debería ser la referencia en todo manual de cocina del bacalao. Las gelatinas han emulsionado con el buen aceite integrando el sabor del rey del mar. No se comete el error de dejar la salsa para corte de cuchillo como se estila en muchas cocinas, pero tampoco queda líquida en exceso. Aquí queda lo pegajosa y ligera que debe quedar, y se sirve en el templado del calor residual ortodoxo. No me avergüenza reconocer que hice lo que nunca antes había hecho, sorbí directamente del cuenco el pilpil, en uno de los delitos contra el colesterol más grandes que he cometido en mi breve vida de insecto.
 
Para pasar a bocados carnívoros elegimos un Taco mexicano (relleno de carne, chiles rojos y jalapeñospicantes), que salió entre granos de pimientas variadas. Con decir que daría la talla en cualquier cantina oaxaqueña está dicho todo. Si puedo ponerle alguna pega es su brevedad. Se me quedó corta la tapa mexicana, cuando en ese país la abundancia y el exceso es la seña de identidad gastronómica. Creo que se peca de fresita, como llaman en México a todo lo que suene a refinado. Pero es tan destacable la valentía en el picante y el  buen trabajo con los pimientos que el taco queda poderoso y aromático hasta decir basta.
 
La lista continuó con el Solomillito almendrado con crema de Idiazábal. Éste corte de carne es otro de los esenciales en cualquier taperío que se precie. Aquí se opta por rebozarlo a base de una ingente cantidad de almendras. El problema es que para poder lograr el dorado perfecto en el rebozado, el punto de la carne resultó pasado. La combinación con el fruto seco es muy original y acertada, y la sequedad del solomillo se compensó con la cremosidad del Idiazábal fundido entre piñones. Un bocado contundente de los que pide el cuerpo cuando el invierno llega a nuestras calles. La presentación en forma de montadito es otro de mis gastrofantasmas. Quizá con otro tipo de presentación se valorizaría más una tapa con elementos de tanta categoría.
 
La tapa que estaríamos comiendo como si no hubiese un mañana es la de Carrillera ibérica con puré de mango y reducción de tinto. Sólo por ella ya valdría la pena una incursión en el barrio de San José. No me duelen prendas reconocer que a día de hoy es lo mejor que se puede probar en la ciudad. La carrillera aparece sin ningún error. No se cae en el habitual y fácil ultraguisado, que deja a la carne tan desintegrada y vacía de sabor que pierde su poder. Es cierto que para muchos bocafiemos el hecho de que la carne se deshaga en la boca es un valor, pero todavía resistimos algunos de los que queremos sentir la fibra cada vez que la comemos. Nos gusta jugosa y tierna, como la que se sirve aquí, pero la carne es carne y queremos sentirla entre nuestros dientes. Si además de la carne perfecta, el acompañamiento es sofisticado, elegante e imaginativo el resultado es impagable. En esta tapa el mango y el tinto representan un ying y un yang casi metafísico. Aires tropicales y mediterráneos, colores vivos y apagados, espesura y ligereza, dulzura y acidez, infancia y madurez, inocencia y pecado. El mundo resumido en sus contradicciones. Poco se puede añadir que no sea la imperiosa recomendación de probar tan delicado tesoro.
 
El nivel estaba tan alto que la Empanada de suprema de pato pasó como una buena tapa más. Algo que no debimos hacer, pues en verdad se trataba de algo magnífico. La farsa que rellenaba la empanada triangular era muy curiosa. Bajo la denominación de suprema podemos encontrar muchas variedades de productos. Parece que no hay un quorum sobre el asunto, pero la carne y el hígado de pato parecen ser los elementos comunes a todos ellos. Aquí las carnes del ánade aparecen en tiernas fibras bien guisadas formando una pasta intensa y oscura que define los sabores del pato de manera precisa. Se trata de otro bocado breve que hubiésemos repetido si no estuviésemos ansiosos por emprender la fase de los postres.
 
Se tratan de tapas dulces que se pueden equiparar al postre de una gran comida. No olvidarse del mundo goloso es una de las marcas de la casa que a buen seguro marcará tendencia. Siempre he visto como una carencia del tapeo la falta de propuestas dulces. Aquí lo entienden y tratan de ponerle remedio con un surtido amplio y digno. Comenzamos por un Helado de queso Idiazábal con nueces, membrillo y miel. De inspiración vasca, recrea los elementos que rematan cualquier comida en una buena sidrería de Astigarraga. El Idiazábal aparece en forma de cilíndrico helado cremoso manteniendo intacto su preciado aroma ahumado, aspecto muy difícil a tan bajas temperaturas. La carne de membrillo integrada en el helado de queso, las nueces sobre el mismo y la miel en el fondo del plato acompañan como comparsa de caserío al original postre.
 
Por rematar con algo potente, nos decidimos por el Helado de yogur con Pedro Ximénez reducido a baja temperatura. El helado entrañaba poco misterio, un sabor muy básico y combinable. Pero la reducción nos provocó una alegría que remató el yantar. El licor conservaba el cuerpo y el acento alcohólico no había desaparecido. No era la típica reducción espesa y dulzona que solemos encontrarnos. Notas de madera y tostados eran recibidas por el helado neutro que a su vez les aportaba untuosidad. Un postre complejo basado en conceptos simples, como ocurre en las mejores ocasiones.
Repetiremos, repetiremos, repetiremos, nos repetíamos mientras nuestros pequeños cuerpos sufrían al modo del novelista francés en Florencia. Las calles de San José nos sonreían. Nos habíamos iniciado en uno de sus grandes secretos. Uno sabroso de verdad.

1 comentario:

  1. Ah! Perro! Como te cuidas! Voy a hacerte caso y vamos a ir a probar esa alcachofita h esa croqueta de foie!!! Bs ana pilar

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