viernes, 29 de noviembre de 2013

El Molino de Berola (Vera de Moncayo, Zaragoza)


En busca de un poco de oxígeno y aire puro, esta mosca decidió embarcarse en una excursión hacia el Moncayo. Los atractivos no eran pocos y me sacaron del letargo del hogar. Es una buena ocasión para perderse entre pinares y hayedos y disfrutar del color del otoño. Hay que ser realista y lo de calzarse la cesta bajo el brazo y recoger setas mejor dejarlo para los madrugadores, el resto podemos consolar nuestra curiosidad micológica en cualquiera de los restaurantes que ofrecen los preciados frutos del bosque en sus cartas. Si además de la naturaleza, el visitante tiene curiosidades culturales una buena idea es visitar el Monasterio de Veruela. Las huellas de los Bécquer se cruzan con las del vino, pues el recinto también alberga el Museo del Vino de la D.O. Campo de Borja, uno de los buques insignia de la enología aragonesa en el mundo. Así que tras un buen paseo por las faldas del Moncayo; una parada en el horno de Vera para volver a sentir lo que es un pan de verdad; un recorrido por las callejuelas embrujadas de Trasmoz, donde podremos abastecer nuestras despensas de las Mermeladas Bubup y de los quesos artesanos de El Acebo de Moncayo; una visita al claustro de Veruela y al Museo del Vino; nos plantamos en la hora de comer con más hambre que un perro.


Aquel día éramos cinco los gastroinsectos de buen morro los que buscamos una buena mesa para repostar la energía perdida durante la mañana. No conocíamos El Molino de Berola, pero al pasar por la carretera junto a él, vimos la mejor señal de alerta que puede lanzar un restaurante, un aparcamiento a rebosar. Tuvimos la suerte de ocupar la última mesa libre, pero es importante advertir que en día festivo es mejor reservar con antelación, pues la cola de clientes comenzó a alargarse detrás de nosotros. La carta no es demasiado larga, lo cual vuelve a ser un síntoma de calidad y frescura, pero a la vista de lo que demandaban las mesas del alrededor, comprendimos que lo habitual es pedir el menú de la casa. Como advertimos que aquel día tenían también otro micológico optamos por combinar los dos para poder disfrutar de más platos. El resultado fue más que satisfactorio. No espere el lector encontrar ahí demasiadas florituras estéticas ni concesiones a las nuevas técnicas, pero a cambio disfrutará de una cocina directa y con ingredientes de temporada de primera. Las raciones son de dimensiones humanas y comprenden lo que es una jornada de cansancio. El mimo del trabajo de cocina se aprecia en las imágenes de los platos. Los puntos de cocinado son los que dicta cada ingrediente, al que se nota que conocen bien. Las setas y la trufa de temporada, el foie y las verduras frescas son propuestas habituales. Por otra parte, el servicio es impecable pese a lo abarrotado de la sala. Atienden a los clientes que pueden, y es muy gratificante que no sacrifiquen la calidad del servicio a base de colocar más mesas encajadas por los rincones. Pero estamos aquí para filosofar sobre la correcta visión empresarial, pasemos a la manduca, que es a lo que hemos venido.

Tostada de trufa de temporada de Añón


Comenzar una comida con un entrante tan lujurioso deja claras las intenciones de la cocina. Las láminas de trufa se disponen sobre un pan caliente acentúan sus aromas gracias a la presencia del aceite de oliva virgen extra. Todos los ingredientes son representativos de la tierra en la que nos encontramos. Sabor a bosque y a horno de leña, a almazara y panadería. Se trata, sin duda, de mucho más que un simple entrante. Se consigue que el comensal se meta en situación desde el primer minuto de juego. En la mesa se va a hablar de la historia de una tierra y de sus gentes.

Salteado de setas con ajetes, huevo y foie


La combinación de las setas y el foie puede resultar sorprendente para muchos paladares, pero no es así para un zaragozano de la capital, pues en los últimos tiempos la pareja se viene ofreciendo habitualmente en la mayoría de los establecimientos de calidad. Pero el hecho de disfrutar del plato en uno de los corazones seteros de la provincia ya es un aliciente especial. Además la elaboración se vio enriquecida con juego de alto riesgo, la presencia de los ajetes. Un acierto muy a tener en cuenta, pues el poderío e intensidad que se le conoce a esta hortaliza podría arruinar los sabores precisos del resto, pero no fue eso. Los ajetes se trabajaron con mucho cuidado para suavizarlos, dejándolos prácticamente caramelizados y aportar unos matices dulces que redondearon el conjunto.

Pimientos rellenos de bacalao y boletus


De nuevo se apuesta por el riesgo a la hora de rellenar los carnosos pimientos. Una farsa de boletus con cualquier tipo de carne magra hubiese salvado el envite de manera muy sencilla y resultona, pero aquí se apuesta por el bacalao con tanto acierto como originalidad. Un guiño trufado en la salsa llama la atención al comensal antes del ataque. El diálogo entre el pescado desalado y la variedad de frutos recién recogidos es de lo más fructífero. No se abusa del bacalao que se presenta más como una brandada ligera que envuelve las setas. Los sabores son muy suaves, pero con un fondo muy largo que remata bien un buen trago del vino garnachero de la zona que acompaña al menú.

Dorada al Orio


Como ya habíamos apreciado el buen trabajo que realiza la cocina con sus ingredientes estrella, llegaba la hora de observar cómo se desenvolvían con algo tal alejado del recetario montañés. La prueba de fuego llegó de la mano de una dorada al Orio, y se superó sin estridencias y con honestidad. El punto del pescado era el que merece, carne jugosa y entera. Pero lo notable fue el Orio, que se elaboró con ajos tiernos y a base del aceite marca de la casa. El cebollino y el pimiento asado eran suprimibles en un plato tan bien trabajado, pero la tradición manda, y parece que si en un menú de día de fiesta faltan adornos el respetable no quedaría satisfecho, y mucho me temo que llevan razón, será cuestión de adaptarse al mercado.

Jarrete de cordero


El capítulo del guiso también se superó con holgura con este plato tan tradicional como resultón. Con decir que la carne se desprendía ante el tenedor con suavidad y aparecía sonrosada y entera, ya queda casi todo dicho. Ingrediente magnífico al que no se le buscan tres pies. Trabajado en entero no ganará el Top Chef, pero tampoco le hace falta cuando los instintos primitivos se despiertan de este modo ante un enorme hueso rodeado de tierna carne. Apreciamos con gusto que la salsa no estuviera pasada y que aparecieran las verduras que la trabaron sin ayuda de harinas ni engordes. Las patatas fritas también sobraban, pero al menos eran de verdad y cortadas a mano. Se humedecieron y reblandecieron en la salsa pero funcionaron como buena guarnición en un día en el que el hambre apretaba.

Entrecot de ternera a la brasa


Sólo nos quedaba por poner a prueba el trabajo de brasa para ver todo el repertorio del restaurante. Lo hicimos a través de un entrecot de ternera que resultó soberbio. No hay más misterio que un buen corte y brasa de verdad que le aporte el toque de humo que se espera. Así fue y así lo reflejamos. Se superó el peligro de socarrarla y secarla a base de aplicarle un calor intenso y breve. El interior conserva los jugos y todo el sabor a carne que necesitamos quienes nos separamos de la línea evolutiva de los herbívoros hace varias glaciaciones. La guarnición consistió en las típicas patatas fritas y pimiento asado, nada original, pero es de justicia advertir que nada quedó en el plato.

Flan de la casa


Postre casero con intenso sabor a huevo de los de antes, que pedía a gritos liberarse de esa infame nata. Debió gustar a la concurrencia, pues la joya dorada duró escasos segundos en el plato.

Surtido de pasteles artesanos



Fruto del trabajo del obrador de la zona llegó la hora del deleite dulce. Sobre los platos se presentaron cuatro pedazos de pasteles distintos en los que se podían destacar unas masas ligeras de bizcocho, la presencia de frutos secos y chocolate como motivos de varios de ellos, y cierto abuso de la nata. El de queso con frutos rojos se impuso con claridad al resto por su suavidad y frescura y el caparazón de chocolate relleno de chocolate puso a guinda a una gran comida que no sólo se recomienda desde aquí, sino que sin duda, se volverá a disfrutar en futuros escarceos por el monte.

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