jueves, 27 de junio de 2013

Restaurante San Lorenzo (Zaragoza)



Magistral paella de marisco que genera grandes esperanzas

Como mosca cumplidora con los fieles y pacientes lectores traigo hoy aquí una apertura que incrementa el elenco de restaurantes zaragozanos. Pero quien conozca este foro sabrá que este es uno de los artículos gastropolíticos, pues el verdadero sentido de estas líneas es de tipo reivindicativo. Además afecta a mi mundo sentimental, pues como todo lo importante en la vida, comenzó por un asunto de amor.

Mi amada ninfa refresca mi sed de belleza
Confieso que siempre he estado enamorado de una joven esbelta y distinguida. Llevo años revoloteando tras ella. Haciéndome el encontradizo, pero siempre en la distancia. Nunca me he atrevido a hablar con ella. El miedo al fracaso me atenaza y me resigna a contemplarla de reojo, cada vez que paso a su lado. La misma cuestión me inquieta cada tarde sentado en el banco de la Plaza del Justicia. Veo una multitud de personas que pasan a su lado sin apenas reparar en su presencia. No puedo explicarme que no caigan a sus pies derretidos bajo la influencia de la belleza. Nunca he sabido su nombre real, pero desde el día mismo día que salió de la fundición de los talleres de Averly, siempre ha atendido al apodo de La Samaritana. Más de ciento cincuenta años vertiendo agua de sus dos cántaros infinitos no han enturbiado su rostro sereno y dulce. Originalmente lució palmito en la Plaza de La Seo, donde su sensual hombro desnudo desconcertó a más de un arzobispo meapilas. Será en los oscuros años sesenta cuando algún iluminado decidió desplazarla a su más discreta ubicación actual. A mí no me importa, es más, podría decir que agradezco el traslado porque así nos deja disfrutar de nuestro particular idilio entre un insecto infecto y su musa de hierro.

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El caso es que a otro iluminado, esta vez en el siglo XXI, se le ha ocurrido la brillante idea de arrasar con los talleres Averly y desterrar de nuestra memoria un referente de nuestro pasado industrial.  Son incalculables las piezas que salieron de la factoría, desde la fuente de la Samaritana, que hoy traigo aquí, al león del Batallador, pasando por el chapitel rojo que remata la torre de la Seo, la escultura del Justicia en el monumento de la plaza de Aragón, las columnas de los porches del Mercado Central, la veleta de la torre de la Seo, los remates de las torres del Pilar o las estructuras metálicas en los palcos del Teatro Principal. Hoy nos enteramos de que el grupo empresarial Brial es el nuevo dueño de los suelos de Averly, nada menos que 8.000 metros cuadrados de terreno sobre los que, desde 1880, han permanecido los talleres de fundición. Sin duda se trata de un caramelo goloso por su ubicación entre el paseo María Agustín y la avenida Escrivá de Balaguer (al final nuestro alcalde, en su empeño por ganarse el cielo, se salió con la suya con el dichoso nombre de esta calle), donde hoy se pretenden levantar 200 viviendas por esta constructora. El Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) se lo permite y solo falta por decidir qué pasará con el contenido de esas naves. El valor del fondo artístico de Averly, que incluye incluso relieves del oscense Ramón Acín, radica no sólo en las propias piezas fabricadas sino en todo el conjunto de croquis, planos, pruebas, moldes y máquinas que recuerdan la labor de tantos trabajadores zaragozanos en la fundición.

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Principalmente por tocar las narices a políticos y empresarios sin escrúpulos, pero también por aportar un granito de arena en la labor de conservación de nuestra memoria traigo aquí un par de iniciativas a las que invito al lector a colaborar. La primera es la creación de un grupo de Facebook en el que se tiene al corriente a los interesados de las novedades del proceso, la otra es la firma de una petición al alcalde para que frene el desmán que parece que se avecina. Dejo aquí los enlaces para los interesados.

Aspecto alegre y luminoso
¿Qué tiene que ver todo este asunto con la gastronomía? Pues a mi entender nada si lo vemos desde el punto de vista general, pero la mosca tiene una perspectiva mucho más personal del tema. No es la única referencia francesa en Zaragoza que corre peligro y eso sí que es grave. Recordemos que fue el lionés Antonio Averly el fundador de la fundición, y que utilizó desde el principio los modelos estéticos franceses del Segundo Imperio, como es el caso de mi amada Samaritana. Mi rinconcito gastronómico francés ha desaparecido. En el Quiche Me de la calle San Lorenzo me recuperaba de mis ataques de nostalgia de bistró. Bien es cierto que se han traslado a la cercana Plaza de San Pedro Nolasco bajo la nueva denominación de Kir (éste merecerá un capítulo aparte para cantar sus alabanzas), pero soy una mosca poco amiga de los cambios cuando algo está bien, y el Quiche Me lo estaba, y mucho. Además si a cambio nace otro nuevo restaurante que, aunque digno, no soporta las comparaciones con su predecesor.

Interior con gusto
En un soleado mediodía del mes de junio, desnudo de sentimentalismos, me vestí como la mosquita muerta que soy, y decidí inaugurar el nuevo establecimiento que han abierto sobre los rescoldos del Quiche Me. El nombre se lo da el mártir oscense al que está dedicado la calle, San Lorenzo, y viene rotulado en un alegre azul y blanco que anima a cruzar sus puertas. Como trataré de ilustrar, el menú del día que ofertan es bastante digno, aunque uno sale con la sensación de que se puede ofrecer más por el mismo precio, a base de mejorar el ánimo y la imaginación. Cuesta trabajo comprender la razón por la que, en la primera semana de trabajo, ya se presentan síntomas de cansancio y falta de estímulo. No lo digo de manera gratuita sino basándome en dos aspectos que deberán ser enmendados para encauzar el negocio. El primero es el desconocimiento del menú por parte del camarero. Con la cantidad de esfuerzo y tiempo que lleva preparar una comida con cuatro primeros, cuatro segundos y una gran variedad de postres, es una pena que el camarero, que es la cara visible del restaurante y el representante de la cocina frente al cliente desconozca el contenido de los platos hasta un extremo al menos llamativo. No sabía de qué estaba compuesta la paella, ni los entremeses de primavera. Así como ofreció unos San Jacobos con tomate, que lógicamente salieron sin él. El segundo detalle significativo de su falta de fuerza es la irregularidad en los platos que iban desde una magnífica paella de marisco de libro, hasta una rebocina de mal jamón cocido y peor queso. Lo que demuestra que hay una muy buena mano en la cocina, pero con una inusitada falta de ideas, y por lo visto de ánimo.

Manteine la estructura anterior
Al entrar en el local pudimos ver que la disposición de la sala no variaba sustancialmente respecto al anterior. Cambiaba la decoración y los colores alejándose de la intimidad de un bistró para ofrecer un panorama más alegre, luminoso y mediterráneo. A la vista de la carta se ha apostado por una cocina algo indefinida, sin una dirección clara hacia un tipo de cocina concreto. Abundan las raciones y platos para compartir de productos de la zona o propuestas clásicas de las que suelen agradar al público. Cocina sencilla, que si se trabaja con honestidad puede ofrecer grandes resultados. Por ahora permanecerá como incógnita, pues nosotros optamos por el menú del día que ya se anunciaba en la puerta. Cestillo de pan algo escaso y una jarrita de buen vino del año aparecieron en la mesa en el momento de elegir los platos. Y el resultado es el que describo e ilustro a continuación.

Paella de marisco
Me apetecía probar los entremeses de primavera, pero a la vista del desconocimiento del camarero, me entro mal augurio y opté por la paella como quien juega a la ruleta rusa, pues tampoco supo darme cuenta de sus ingredientes. Ésta apreció en su forma más primaveral, de marisco. Si de algo sé un poco es del tema de los arroces, más por devoción que por conocimiento técnico. Aquella era una paella excelente, y más valorable al tratarse de una ofrecida dentro de un menú, que suelen resultar pasadas y apelmazadas. El grano estaba suelto, entero y bien cocido. Los ingredientes eran frescos, abundantes y volcaron todo su sabor en un arroz intenso que daría la talla en cualquier arrocería de la Malvarosa o de La Albufera. Un plato contundente y generoso que abrió unas expectativas que pronto se fueron desinflando hasta caer en una normalidad algo aburrida.

Ensalada ilustrada
Mi acompañante eligió una ensalada ilustrada que resultó más cumplidora que destacable. Lechuga, cebolla, tomate, pimiento, huevo duro, atún y unas aceitunas dibujaron un plato fresco y resultón para días de bochorno. Poco más se puede añadir al asunto que ingredientes dignos y más que abundantes.
Gallo con tomate asado

Dentro de los segundos, y como plato de pescado optamos por el gallo, que se presentó a la andaluza, enharinado y frito, y con la deferencia de acompañarlo de tomate asado, y patatas fritas en sartén, que se agradeció que no fuesen congeladas. 

San Jacobo
Por último llegó el plato más decepcionante, y no tanto porque no ofreciera lo que prometía, como por la equivocación con la que fue ofrecido. Yo, en principio, nunca me decidiría por un San Jacobo en un menú. De hecho, nunca lo comería fuera de casa tras tantas decepciones a la espalda, pero en esta ocasión me decidí al ofrecerse salseado en tomate. Me picó la curiosidad de ver cómo resolvían esa extraña papeleta ¿Habrían hecho una salsa de tomate, sería tomate frito o algún acompañamiento más curioso? Nada de eso. El camarero confundió el acompañamiento de tomate, que era el del gallo con el del San Jacobo, que se presentó soso y muy por debajo del nivel del resto de los platos. Rebozar un par de buenas lonchas de jamón dulce que envuelvan una porción visible de queso suave no es una tarea tan difícil. En cambio, no hay buen rebozado que remonte un jamón veteado de correosas ternillas y un queso casi invisible. He de reconocer que las patatas fritas continuaron excelentes. Algo escasas, pero delicadas.

Macedonia de frutas
Yogur griego con confitura de frambuesas

En el capítulo de los postres regresamos al buen nivel anterior. Una macedonia de frutas frescas, y no enlatada como suele ser habitual, y un yogurt griego con confitura de frambuesa en su base conformaron dos buenos bocados dulces y ligeros que pusieron fin a la comida.

Así que, con la sensación de un menú tan bien trabajado como escaso de ambición, salí del restaurante sin conseguir arrancarme el recuerdo del anterior. Tratándose de una aventura nueva, donde cualquier error técnico es más que comprensible, el margen de mejora es enorme. Con el buen gusto que muestran en la puesta en escena, y la buena cocina que trabaja ciertos platos con nivel magistral, los ingredientes para el éxito están en su tejado. Ahora toca cocinarlos. Permanecemos a la espera.

2 comentarios:

  1. Hola, soy Quique, el cocinero del restaurante Sanlorenzo. Muchas gracias por tu aportación, es nuestra primera crítica bloguera y está bien. En lo del camarero, amigo, te doy toda la razón, pero bueno, también le puedes dar un momento para que, si no sabe algo, vaya a la cocina y lo pregunte. No dejes de probar un plato sólo por eso. Lo que me resulta extraño es lo del Sanjacobo, porque si quizá estaba veteado es porque es jamón cocido y no un preparado cárnico. Es de la carnicería Gabriel que está detrás del mercado San Vicente y además sólo tiene ése y nada barato. El queso es tipo convencional, pero tampoco es de marca blanca, y el rebozado lo hacemos al modo tradicional con harina, huevo y pan rallado, así que me has dejado por poco perplejo con el comentario. En fin, cuando quieras repetir la experiencia del Sanjacobo con tomate, avisa y te lo preparo. Sin ironía. Todo bien y hasta cuando quieras. Un saludo.

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  2. Este fin de semana me paso por Zaragoza y probare este restaurante que tiene muy buena pinta :D
    Gracias por la aportacion

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