viernes, 19 de julio de 2013

Restaurante Jena (Zaragoza)

Desde este local se abastecen los estómagos
de la Zaragoza Sur
Quienes peinen canas suficientes recordarán sus sobremesas infantiles acompañados de los personajes de Mazinguer Z, el poderoso robot que nos embelesaba a toda una generación. En mi doble visita estival a este establecimiento del barrio de Montecanal me asaltó por sorpresa uno de los personajes de la serie, el malvado Barón Ashler y su doble cara. No fue por la calidad de lo que ahí se guisa, que es siempre de gran altura, sino por el tipo de ambiente que en él se genera. Es en esta doble vida donde el Restaurante Jena demuestra su saber hacer, aclimatándose tanto a los gustos de la clientela joven y poco exigente culinariamente de la tarde y noche, como a los curtidos veteranos de comedor que lo frecuentan al mediodía.


La mosca sabe que no es justo valorar un local por el tipo de gente que lo frecuenta, sino por la capacidad de satisfacer a todos ellos sean quienes sean. Hay restaurantes pijos excelentes y nefastos, como los hay familiares, informales, modernos, exóticos, y así podemos alargar todo el repertorio hasta el infinito. Pero lo que es verdaderamente admirable es la versatilidad con la que el Jena es capaz de desplegarse.

Al anochecer su enorme terraza se puebla
de la generación más joven
En un mismo fin de semana visité en dos ocasiones sus mesas y encontré dos restaurantes completamente diferentes. La noche del viernes acudí a su famosa y enorme terraza donde, tras una espera considerable, fui acomodado entre varios cientos de clientes jóvenes y bulliciosos amantes de las cartas de bocatería y pizzería. Al día siguiente regresé, pero en esta ocasión opté por entrar al comedor a catar su menú del día entre currelas que atestaban con sus furgonetas el aparcamiento ansiosos por devorar los platos de comida casera que salen de la cocina. Me consta que el Jena también dispone de una oferta de más altas aspiraciones, que se puede degustar en un comedor diferente y adecentado para la ocasión, pero el fin de semana no dio para más, y quedará para una futura visita.

Montaña de ensaladilla en evidente claroscuro
Comenzaré por reflejar mis impresiones sobre el restaurante en versión vespertina porque me resulta más sencillo y breve. Sabedores de los gustos de la generación que ronda la treintena, el Jena dispone de una carta de ensaladas, bocadillos y pizzas tan larga como poco original. No hay un detalle que se ponga de moda en la ciudad que no habite su carta, pero tampoco encuentro nada en ella que aporte un toque de autenticidad. La ensalada con virutas de foie y la de rulo de cabra lo ejemplifica de maravilla. Podemos ver desfilar hasta veintinueve tipos distintos de bocadillos y sándwich, diecinueve de pizzas y seis tostadas. Siempre se dice que la amplitud de una carta suele ser inversamente proporcional a la calidad de la misma, algo en lo que suelo estar de acuerdo. Estamos ante la excepción que confirma la regla pues todo lo que vi desfilar a mi alrededor lucía una presencia imponente y satisfacía a la clientela sobremanera. Las veinticuatro referencias de ensaladas y raciones ponen la puntilla a la que podría ser la carta más larga de Zaragoza. Hecho que, a buen seguro, agradecen los clientes a la vista de lo que ahí se concentraba.

Pizza carbonara a la luz de la luna
Sentados en grandes grupos, varios centenares de recién emancipados abarrotan la terraza. Un par de retoños por mesa berrean cual ciervos en celo exigiendo su biberón. Ignorantes al hecho los padres comentan la última gesta del piloto de Ferrari o del tenista mallorquín con sonoro entusiasmo. Los remilgos ante la comida se repiten incansablemente fruto de una mala educación culinaria doméstica. Que si yo odio el tomate, que yo no puedo ver el queso, que me da asco el pescado… Aquí hace su agosto la larga carta del Jena que siempre esconde una propuesta adecuada a cada paladar inculto y torpe. Los bocadillos y pizzas, lógicamente, no se acompañan con vino, sino con colas zero y jarras de cerveza heladas. Tan solo pude ver dos descorches en la noche, el mío y el de un pater familis que asistía al bullicioso encuentro con la misma estupefacción que la mía. En un momento nuestras miradas se cruzaron para asentirnos y reconocernos como los bichos raros de la fiesta.

Pizza mexicana con productos más locales
Los camareros servían las mesas con una rapidez y un orden marcial. La atención es muy correcta en todo momento pese al trabajo ingente que pesa sobre sus espaldas cada noche. Aguantar decenas de conversaciones sobre decenas de embarazos y decenas de heroicidades sobre sus bebés y mascotas debe resultar agotador, y ahí están siempre al pie del cañón, para que luego se hable de héroes anónimos tan a la ligera. Ahí van unos cuantos.

Nuestra elección no fue muy original, pero sí significativa de lo que se trabaja en el Jena por la noche. Una ración de ensaladilla y un par de pizzas fueron suficientes para apreciar la calidad de lo que se sirve. Las fotografías que ilustran estos bocados no hacen justicia a la realidad debido a la oscuridad que reinaba en la terraza y a mi aversión al flash que todo lo arruina. La ensaladilla resultó cumplidora, fresca, alejada de ingredientes descongelados y con una destacable y espesa mayonesa de las que no se acomplejan de su contenido en colesterol del de siempre. Las pizzas, de base muy fina y crujiente estaban bien surtidas. Elegimos una carbonara con nata, bacon y queso que comimos sin los remilgos que merecería el hecho de relacionar esta especialidad con la infame y afrancesada nata, declarada persona non grata más allá del Rubicón. La otra fue una mexicana con ternera, piquillos y guindillas, ingredientes, éstos últimos, ajenos por completo a la gastronomía del país azteca, pero que nos supo a gloria, al igual que la anterior.

Enorme ventanal del comedor
La versión noche no da para más. Un bar de bocadillos buenos repleto de gente que no da más valor a la comida que a un partido de padel. Lo justito para probarlo, aburrirse y no volver a repetir, pero el ambiente del medio día me lleva a hacer una valoración bien distinta. El comedor estaba repleto y el movimiento de los ágiles camareros daba una impresión de movimiento y vitalidad al restaurante que auguraba un feliz desenlace. El comedor es amplio y, para gozo de sus clientes, presenta una larga fila de mesas frente a una enorme cristalera con unas vistas de ensueño en las que ensimismarse mientras se medita sobre los platos caseros que se ofertan en el menú, y se da cuenta de la primera copa de un digno, pero frío, Legítimo de Cariñena, que acompañará al comensal durante toda la comida.

Arroz trabajado con gusto y sustancia
Nuestra comida comenzó descubriendo un arroz cremoso de verduras que quitaba el hipo. Ya hemos hablado varias veces de la dificultad de que un arroz de menú esté en su punto. Una de las soluciones es proponerlo en su versión cremoso, ya que es mucho más fácil aportarle el punto justo antes de servirlo, evitando que el grano se pase y quede pastoso. El caldo de cocción era sustancioso y aportó un color tostado al arroz que lo redondeó como se aprecia en la imagen. Un plato para chuparse los dedos.
Por aquello del verano y sus calores, la otra elección como primer plato fue la de ensalada de patata. Un plato fresco en el que destacó el aliño a base de un excelente aceite de oliva muy aromático y afrutado. Patatas, verduras, huevo duro y atún formaron un refrescante plato estival que nos satisfizo a la concurrencia.

Ensalada de patata fresca y estival
La guarnición de los platos principales era la misma pero, lejos de ser un hecho criticable, lo agradecimos porque nos pareció exquisita. Unas patatas panadera tersas y nada reblandecidas descansaban bajo un manto de all i oli, más bien bajito de potencia, para acompañar a un cuarto de pollo asado al horno o a unos generosos libritos rebozados y bien rellenos de queso fundido. Ambos platos hacían las delicias de quienes escriben estas líneas del mismo modo que lo hacían con el resto de los numerosos comensales que abarrotaban el comedor. El muslo de pollo estaba bien crujiente y los libritos salieron bien sellados con un rebozado de escuela.

Pollo asado y Libritos bajo montaña de all i oli
Un arroz con leche y un flan de huevo caseros apuntaron el final a un menú de mucha enjundia que podría competir con los grandes de su género en Zaragoza. Imagino que mi alergia patológica al extrarradio de la ciudad y al género homo que lo suele habitar me impedirán el regreso al Jena, pero no por ello dejo de recomendarlo como indispensable para deleitarse con un buen menú en la comida o, si se prefiere acudir a la terraza nocturna, vivir una inmersión sociológica que explica muchas de carencias que sufrimos en estos tiempos tan modorros.

Postres caseros de verdad que entonan la nota dulce al asunto

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