lunes, 24 de junio de 2013

Restaurante El Bodegón (Villanueva de Gállego, Zaragoza)



 
La mosca advierte que la entrada de hoy no iba a estar dedicada a este restaurante, pero circunstancias venidas del infortunio así lo decidieron. Inicialmente mi propósito era dirigirme junto a un grupo numeroso de personas a lab Taberna San Isidro, que es el restaurante ubicado en el Club de Tiro de Villanueva de Gállego. Para la ocasión reservamos con bastante antelación, pues pretendíamos hincharnos de comer ternasco a la brasa. La ocasión lo requería y hacía necesario un lugar donde poder comer al aire libre, lejos de estrecheces e incomodidades claustrofóbicas. Oímos hablar del lugar, y para ahí que fuimos. Y vaya error cometimos, éste fue de los antológicos. Nada menos que cuatro vehículos salimos de Zaragoza con ánimo jotero y festero, nos desviamos en la salida 515 (Villanueva Norte) para dirigirnos a la Carretera Cruz y Viñas, que nos enfila directamente hasta el Club de Tiro. El parquin estaba totalmente vacío, pero al ser un martes lluvioso creímos ingenuamente que sería normal. La sorpresa saltó al darnos de bruces con una puerta cerrada a cal y canto donde advertía a los incautos clientes que el local estaba cerrado por una avería del generador. No hubo llamada de aviso ni nadie que supiese darnos razón del asunto. Estaba cerrado sin más, y hoy es algo que sinceramente agradezco por dos motivos. El primero, y más importante, es que vista la seriedad del restaurante nada se podría esperar sobre la calidad de su comida y servicio. Muy bien les debe de ir el negocio para despreciar de este modo a los clientes. Por mi parte creo que, ojalá dentro de unos cuantos lustros, moriré tranquilo sin conocer las bondades de este garito. Como el escolástico Santo Tomás, a mí de éstas, una y no más.

Instalaciones de La Taberna San Isidro. Nunca mais
La segunda razón por la cual agradezco el desplante y la espantada es porque así pude conocer un rinconcito nuevo en mi agenda. Uno de esos plagados de trabajadores y transportistas de paso donde sirven un menú digno de comida tradicional. Muy mejorable en algunos aspectos, pero de una honradez y trato envidiables vistos los atropellos a los que estamos acostumbrados hoy en día. Se trata del Restaurante El Bodegón y se encuentra en el kilómetro 12,4 de la Carretera de Huesca en la misma localidad de Villanueva de Gállego. La referencia la da una gasolinera de REPSOL en un entorno poligonero, tan del agrado de la mosca glotona.

Presencia en la mesa
Ya comencé a sentirme reconfortado con el recibimiento que nos hicieron al gran grupo. Todo fueron sonrisas y buena predisposición. Lejos de esa actitud de cansancio y caras torcidas con las que te reciben hoy en tantos lugares, aquí se nota que están preparados para recibir clientes y se alegran con cada uno que cruza sus puertas. Así ha de ser y no que parezca que están perdonando la vida a cada cliente que dan de comer. Pero las buenas vibraciones aumentaron al acomodarnos junto a un luminoso ventanal y llenarnos la espaciosa mesa de cestillos de buen pan mientras ojeábamos los distintos menús. 

Decente pero excesivamente frío
La cosa se resumía en dos tipos de propuesta. Un menú de diez euros y otro con ingredientes algo mejores por dieciocho. Elegimos mezclados según las preferencias de cada uno. El primero contenía platos más caseros y tradicionales, mientras que en el otro aparecían guiños a una cocina de sentido algo más moderno. El vino que se nos sirvió para todos fue el del menú superior, lo que es algo muy de agradecer y un gesto de confianza por parte del restaurante. Se trataba de un Nuviana del Cinca excesivamente frío, muy al gusto del mundo rural. La otra diferencia que no nos agradó tanto fue el uso de vajillas, cristalería y cubiertos según el precio elegido. Una contrariedad, comprensible pero ciertamente incómoda.

Cestillos de buen pan
Los platos que voy a exponer a continuación pertenecen a los dos menús, y el lector podrá diferenciarlos, no tanto por su calidad, como por el nivel de la vajilla en la que se presentan. Todos y cada uno de ellos merecieron halagos por parte de los comensales y si las descripciones resultan críticas en demasía, el único culpable es el esnobismo en el que esta mosca ha caído en los últimos tiempos, y no se puede arrancar por mucho que lo intente.

Alubias blancas estofadas con arroz y tocino ibérico
El primer plato en aparecer ya supone toda una declaración de intenciones, nada menos que unas alubias blancas estofadas con arroz y tocino ibérico. He de reconocer, que llamar alubias a las judías blancas ya es algo que me sube la bilirrubina. Y es que uno siempre ha tenido una vocación castiza, pero nunca se ha atrevido a salir del armario. Alubia, que término más hermoso. Cuando se buscan las palabras con mejor sonoridad y más evocadoras siempre se recurre a las mismas, que si margarita, que si luna, que si amor. A mí no me ocurre eso. Desde pequeño siempre me han encandilado las palabras alubia y butifarra por su poder embriagador. Y es que el plato en cuestión no puede dejar indiferente a nadie. Legumbres y cereales cocidos lentamente y bien engrasados a base de buen tocino. Un plato contundente e invernal venido de otros tiempos para deleitarnos. El detalle de las guindillas es lo que faltaba para lanzarnos a un viaje en el tiempo hacia generaciones pasadas, y tristemente olvidadas por la frágil y moderna memoria.

Crema de puerros con trigueros, Philadelphia y picatostes
Otra de las propuestas del menú low cost era la crema de puerros con trigueros, Philadelphia y picatostes. Todos los elementos, excepto los picatostes se presentaron integrados en una crema fina, y es de agradecer que el pan frito no estuviese flotando en la crema, pues se hubiese reblandecido y empapado, perdiendo así su crujiente. El plato resultó sutil, pero quizá demasiado suave por la abundancia del queso crema frente a las verduras. Se sirvió en un recipiente gracioso con reminiscencias de vajillas decimonónicas.

Ensalada ilustrada con atún
Poco que tiene que comentar el siguiente entrante, al tratarse de una ensalada ilustrada con atún. Tomate, lechuga, cebolla, huevo duro, frutos secos, zanahoria rallada, maíz cocido, pimientos en crudo y atún conformaron una decente ensalada a la que se hubiese agradecido la ausencia de la dichosa reducción de vinagre balsámico de Módena, pero la voz del pueblo manda, y en todos los restaurantes se están sustituyendo toda la gama de buenos vinagres tradicionales por este elemento tan dulce como plano.

Risotto de ibéricos
Tras una serie de platos más que decentes llegó el primer pinchazo. El risotto de ibéricos contenía en su elaboración tantos errores técnicos elementales que es difícil acordarse de todos. Para comenzar, el plato se sirvió frío, justo en el desagradable momento en el que se le forma al arroz una película exterior que termina de apelmazarlo. Además el grano estaba completamente roto y pasado de cocción. Suele ocurrir esto en multitud de arroces de menú, y bastaría con eliminarlos en los lugares donde no tengan los medios para terminarlos en el momento de servirlos. Una ausencia siempre será mejor que una mala presencia. Por supuesto que los sabores ibéricos no habían sido absorbidos por el cereal, pero este tampoco había sido tratado con el mimo y respeto que merece. La ligazón y cremosidad de un risotto debe extraerse del almidón del grano, y esto se logra a base de movimiento continuo y añadiendo el agua poco a poco durante la cocción. Aquí se sustituyó todo el proceso a golpe de nata líquida y, por si fuera poco, ésta se incorporó tan tarde que en vez de ligar los granos se descompuso en el fondo del plato a modo de sopa. Por último debemos recordar a la cocina que el parmesano es parmesano, y a lo sumo puede sustituirse por sus similares lowcost, como el Pecorino romano o el Grana Padano, pero nunca por un queso suave y cremoso, que no aporta la explosión de sabor requerida por el plato y termina por fundirse apelmazando más un risotto tan desafortunado.

Trigueros con foie y jamón
Con el último de los entrantes que elegimos, los trigueros con foie y jamón, volvió la tónica que no debimos perder. Valoramos como muy decente la calidad de los ingredientes, y esto es muy importante tratándose de un plato donde la tersura y frescura de los mismos es la única clave. Los espárragos estaban al dente, el jamón crujiente y el foie en unas virutas en su punto justo de temperatura, deshaciéndose poco a poco en el plato por el calor de los trigueros. Un plato muy decente, pero con escaso riesgo.

Entrecot de buey al punto de sal del Himalaya
El corte y tamaño del entrecot no fue de lo más granado de la comida. El corte de buey al punto de sal del Himalaya pasó sin pena ni gloria. La pieza original no se había limpiado de grasa en absoluto. Es cierto que quitársela toda merecería la pena de muerte del carnicero, pero dejarle más capa de grasa externa que carne magra es todo un despropósito. La carne se hizo al punto y vino acompañada de unas decentes patatas panaderas que, como pudimos observar, utilizan como guarnición de muchos otros platos. Un toque de ajilimójili o ajoaceite alegró una carne que, por otro lado, resultó algo insulsa incluso siendo elevada a base de escamas de buena sal.

Tacos de bonito del norte a la plancha con pimientos asados
Mucho más atractivos resultaron los tacos de bonito del norte a la plancha con pimientos asados. Aquí el problema no estaba en el ingrediente principal, sino en el punto de cocinado del pescado. Se pasaron cien pueblos torturando los filetes sobre una plancha. Éstos perdieron todos sus jugos y quedaron totalmente secos y difíciles de masticar, lo que fue una pena a la vista de la calidad (y la cantidad) de la materia prima. También se agradeció que los pimientos asados fuesen caseros y en tiras, evitando esos botes de pimientos rojo-radioactivos tan finos que se rompen con solo mirarlos.

Yogur griego con plátano
Pasando al capítulo de los postres, la tónica del menú continuó con su buen nivel. Un yogur griego con plátano muy bien servido y presentado sirvió para finalizar a la mayoría de los comensales.

Cuajada con nueces y miel
Los más atrevidos optamos por una cuajada con nueces y miel, que se diseñó casi a la manera de un jardín nipón. Un toque de miel de calidad y una buena ración de frutos secos acompañaron unas rodajas de cuajada en un plato enorme y despejado. Buen final a la espera de la sorpresa final.

Tarta artesana y autodidacta de capuchino
Esta no llegó desde la cocina del restaurante, sino de las manos de una joven autodidacta que nos envió un dulce saludo en forma de tarta artesana de capuchino. No sé si nos alegró más la excelente ejecución del postre, o el hecho de ver cómo surge una generación nada representada por esa pandilla de ineptos que inundan los programas basura. Es un tópico histórico criticar a la juventud de cada momento, ya lo hacía San Agustín con los jóvenes del siglo IV, pero si se trata de hacer comparaciones, no salimos bien parados quienes hoy tomamos las decisiones. Tenemos en nuestro haber un logro difícil de superar, literalmente nos hemos cargado el mundo. Y ahora que nos pisan los talones quienes nos sacarán del atolladero en el que nos ha metido nuestra avaricia y falta de escrúpulos, nos dedicamos a criticar su pasividad y falta de estímulos. Pues no, señores, vienen mejor preparados, con mejores valores y con una visión menos materialista del mundo. Pasemos la batuta al siguiente, que si llega brindándonos bocados tan dulces como esta tarta, a buen seguro que la humanidad estará a mejor recaudo.

1 comentario:

  1. Lo mejor que os pudo pasar ese día fue que se les estropeara el generador, vaya antro te hubieras encontrado. Han cambiado de gerencia en la cocina 2 veces desde entonces y sigue siendo la "taberna" igual de desastrosa. Los que te comentaran que era un sitio recomendable para ir, que se lo hagan mirar.

    ResponderEliminar